Como
una virgen vestida con el color de la pureza o una ingenua niña de primera
comunión, blanca y radiante iba ataviada Cristina Cifuentes para despedirse del
cargo de Presidenta de la Comunidad de Madrid, en el que, con pertinaz porfía, se
ha mantenido a pesar de las evidencias de que el máster en “Derecho Público del
Estado autonómico” (vaya con el nombre y con la práctica de esta alumna
aventajada) había sido más bien el regalo de un departamento universitario
bastante opaco, antes que un título merecido por su esfuerzo y dedicación.
Encastillada
en el cargo y desafiante ante quienes le exigían pruebas verosímiles que
acreditaran su currículo o la dimisión, Cifuentes se negaba a hacerlo, apoyada
por su grupo en la Asamblea y por su partido, como lo prueban los aplausos recibidos
en la reciente convención de Sevilla.
La
experiencia nos dice que si el PP hubiera tenido mayoría absoluta en la Asamblea
de Madrid es casi seguro que Rajoy no hubiera cedido y que Cifuentes a estas
horas seguiría en el cargo, pero, para su desventura y para beneficio del
sistema democrático, no la tiene, y la amenaza de ser desalojada por un moción
de censura promovida por el PSOE y apoyada por Podemos, y quizá por un renuente
Ciudadanos, obligaba a Rajoy a mover ficha.
Sin
embargo, la ficha no la ha movido él, en apariencia, sino una mano negra, del
entorno “amigo”, pero rencoroso, que, con un vídeo añejo sacado de algún fondo
de reptiles, ha obligado a Cifuentes a dimitir por un quítame allá esos tarros
de crema, que estaban inadvertidamente dentro de su bolso.
No
sabía la ya expresidenta que en esa sucursal de Eroski, que estaba (ya no
existe) frente a la Asamblea de Madrid, era habitual que las cajeras pidieran a
las clientas que abrieran los bolsos, incluso las cajas de compresas o de
galletas, dado el elevado número de hurtos que allí se producían. Lo que nadie
esperaba es que la entonces vicepresidenta de la Asamblea, que cobraba un buen
sueldo amén de los pluses y otras prebendas, fuera aficionada a los deportes de
riesgo por ahorrarse una miseria, pues en ese almacén no era extraño ver salir a
gente corriendo seguida por guardas de seguridad, que no les solían alcanzar. Se
ve que Cifuentes no era aficionada al “running”, que está tan de moda.
En
cualquier caso, un asunto menor, una debilidad, que, le puede suceder a
cualquiera, por ejemplo a otro diputado del PP, en unos almacenes de Londres,
cuando, en la bolsa, se le “deslizó” -eso dijo- un pijama sin pasar por caja.
Pero
el asunto menor de Cifuentes se junta con el asunto un poco mayor del falso máster
y con otros, verdaderamente grandes, de la Comunidad de Madrid, que es un centro
neurálgico de mala administración, despilfarro y tramas corruptas, un auténtico
pudridero, desde el momento que, en 2003, Esperanza Aguirre, que nada sabe de
la corrupción que la ha rodeado durante años sin romperla ni mancharla, sentó
sus reales en la Presidencia de la Comunidad, gracias al “tamayazo”, con que se
la birló a Rafael Simancas, en una jugada parecida a la que el PP preparó a
Demetrio Madrid para quitarle la presidencia de la Comunidad de Castilla-León,
que luego ocupó Aznar. Madrid quedó absuelto del infundio que se le imputaba,
pero no le devolvieron el cargo. Para que luego vengan con la mandanga de que
si Gabilondo quiere gobernar, que gane las elecciones.
Según
ha indicado su interino sucesor en el cargo, Cifuentes conserva su escaño de
diputada en la Asamblea, porque no ha incumplido ningún artículo del código
ético del PP que merezca su remoción.
Ignoro
el contenido de dicho código ético, que presumo deliberadamente laxo o quizá
tenga sólo una existencia nominal, como el célebre máster, pero lo cierto es
que se siguen conociendo casos de corrupción en las filas del Partido Popular,
el último el del senador Pedro Agramunt, por unos favores en Azerbayán, sin que
el famoso código haya servido para otra cosa que para hablar de regeneración y
transparencia y al mismo tiempo arropar a los corruptos.
Por fortuna, no actúa
así la baqueteada administración de justicia, que con pocos medios humanos y
materiales y notables interferencias desde el Ejecutivo, sigue pasito a pasito
con su tarea y al final los casos alcanzan su meta. Este año, el PP tiene una “agenda
judicial” muy cargada, pues están imputados 4 ministros, 6 presidentes de
comunidades autónomas, 5 expresidentes de diputaciones, 3 ex tesoreros
nacionales, 18 consejeros de comunidades autónomas y casi 800 concejales y
otros cargos de menor importancia. Más lo que vaya saliendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario