sábado, 31 de marzo de 2018

Peronista sin Perón


En una de esas innecesarias adscripciones a las que nos tiene habituados, Pablo Iglesias se ha declarado peronista.
Ha sido en Argentina, con ocasión de una visita al país austral, en la que ha recibido un doctorado honoris causa por la Universidad de Buenos Aires, el premio Rodolfo Walsh de Periodismo y ha realizado un viaje a la Patagonia para ser recibido por la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, a la que ha calificado de figura histórica al nivel de Evita Perón.
El peronismo, recibido en una versión teórica o académica a través de la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, pesa mucho en Podemos, por lo cual, la declaración de Iglesias, aficionado a mostrar los múltiples perfiles políticos de su polifónica personalidad -marxista, comunista, populista, socialdemócrata- no sorprende pero tampoco ilustra, ya que bajo la misma denominación -peronismo, justicialismo- coexisten varias tendencias políticas, de modo que se puede decir, que en Argentina casi todo el mundo es peronista a su manera, pero sin que haya un gran acuerdo sobre lo que el peronismo realmente es, pues abarca desde los privilegiados habitantes de la Casa Rosada a quienes malviven en los arrabales de Buenos Aires y otras ciudades compartiendo la olla comunitaria.
Inspirado en el Estado corporativo de Mussolini, conocido por un viaje de Perón a Italia en los años treinta del siglo pasado, desde los años cuarenta el peronismo quiso ser una tercera vía entre el comunismo y el capitalismo para establecer la justicia social y superar la lucha de clases.
Con un ambicioso programa para desarrollar el capitalismo -afirmación nacional, crecimiento económico, antiimperialismo, nacionalización de servicios públicos- y a la vez dotar de derechos a los trabajadores, el justicialismo agrupaba a una extensa base social formada por una inestable alianza de clases -proletariado, empleados, pequeña y mediana burguesía, sectores profesionales, militares y eclesiásticos-, que componían un extenso movimiento presidido por la figura carismática del coronel Juan Domingo Perón y por la de su esposa Eva Duarte –Evita-, convertida en hada madrina de los desposeídos -“los descamisados”-.
El peronismo se ha sostenido sobre el recuerdo mitificado de los primeros años de gobierno a Perón (1946-1955), en los que el país avanzó económicamente, desarrolló su industria y protegió la producción nacional mediante aranceles, se nacionalizaron servicios como el transporte colectivo urbano, el ferrocarril, el Banco Central, el gas y la electricidad, se construyeron escuelas y viviendas, y una extensa legislación sancionó derechos laborales y civiles, entre ellos el derecho al voto de las mujeres. Hubo algún reparto de tierra, pero permaneció la estructura de la gran propiedad de la tierra, las grandes estancias de la oligarquía agrícola y ganadera, vinculada al sector exportador de carne y grano, que sería el más firme bastión de los adversarios del justicialismo.   
Perón fue derrocado en 1955 por un golpe de Estado, y sus partidarios esperaron durante años su regreso del exilio en España, convencidos de que el peronismo, como el Ave Fénix, volvería a resurgir de sus cenizas con su más bello plumaje. Pero, en 1973, en los casi 20 años transcurridos, el mundo había cambiado, Argentina no era el mismo país, ya que sufría una larga etapa de inestabilidad, sacudido por continuos cambios de gobierno, ni lo era Perón, que regresaba con 78 años y murió al año siguiente de volver, ni lo era tampoco el peronismo, escindido entre tendencias enfrentadas, como se pudo comprobar el 20 de junio de 1973, cuando en el aeropuerto de Eceiza, un grupo de extrema derecha tiroteó a la multitud que esperaba la llegada del avión en que Perón regresaba, ocasionando una docena de muertos y un centenar de heridos.
Se dijo que el organizador de la matanza fue José “Joe” Rucci, secretario general de la Confederación General del Trabajo, quien poco después era dinamitado dentro de su coche en una calle de Buenos Aires. Su muerte se atribuyó a los Montoneros, peronistas de izquierda, también al Ejército Revolucionario del Pueblo (grupo guerrillero de inspiración marxista) e incluso a López Rega, en un intento de llevar el peronismo hacia el anticomunismo, en la deriva que estaba llevando el Cono Sur hacia dictaduras militares de extrema derecha. En todo caso, la muerte de Rucci no fue la única en la burocracia sindical, pues otros dirigentes sindicales habían muerto violentamente, entre ellos Augusto “Lobo” Vandor”, acusado de traidor por intentar erigir un peronismo sin Perón.
En 1983, inspirado en la novela homónima de Osvaldo Soriano, Héctor Olivera reprodujo en la película “No habrá más penas y olvidos”, protagonizada, entre otros, por Federico Luppi, las luchas intestinas entre peronistas de izquierda y derecha.
Así, pues, al regreso de Perón el peronismo no sólo estaba internamente roto sino que sus facciones solventaban a tiros sus diferencias. El intento de moderar la tensión entre sus tendencias y de reeditar el modelo de gobierno de antaño, con el mandato indiscutible de Perón en la Presidencia, acompañado de su mujer, Isabel Martínez -Isabelita-, en la Vicepresidencia, para que cumpliera el papel de animadora de las masas como antaño lo hizo Evita, no se pudo realizar y además fue breve. La muerte de Perón, en julio de 1974, rompió el precario equilibrio entre bandos, pues Isabelita, aliada al ministro de Asuntos Sociales, el siniestro López Rega, buscó el apoyo de los sectores más derechistas del justicialismo. A partir de ese momento, cuando crecía la violencia en el país, el peronismo entró en un abierto enfrentamiento entre el sector más derechista, que ocupaba el Gobierno y recurría al terrorismo de Estado, con organizaciones secretas como la triple A, y los Montoneros, un grupo que postulaba la revolución socialista, organizado militarmente, que desafiaba al Gobierno en la creencia de poder vencerlo.
Richard, Gillespie, en 1987, publicó “Soldados de Perón. Historia crítica de los Montoneros”, donde relata la locura que se apoderó de un grupo de jóvenes de clase media y alta, católicos, y en general de familias acomodadas, que condujo a muchos de ellos a la muerte en choque con el ejército y la policía, al exilio y a ser detenidos, torturados y juzgados por la Junta Militar, que puso fin, en marzo de 1976, al intento de gobierno peronista sin Perón, implantando una de las más crueles dictaduras de América del Sur.
Hay una frase de Borges sobre la problemática identidad de los argentinos -“el argentino es un italiano que habla español, piensa en francés y querría ser inglés”- que se puede usar para expresar la confusión ideológica del peronismo de hoy, porque bajo la misma etiqueta cohabitan, cuando cohabitan y no se despedazan, no dos almas o dos sentimientos políticos, sino varios cientos de ellos.
Por eso, la reivindicación peronista de Pablo Iglesias no sólo aclara poco, sino que añade confusión a su habitual ambigüedad.

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