lunes, 16 de abril de 2018

Cataluña, ¿es diferente? 2. Respuesta a Jordi


Además de la participación de los catalanes en la Transición y en la reforma de las estructuras del Estado, hay que tener en cuenta la etapa anterior, que es la dictadura, en que Cataluña tampoco fue diferente al resto de España.
Los nacionalistas han ofrecido a las nuevas generaciones una historia falseada,  en la que afirman que la guerra civil fue una guerra de Franco (y de España) contra Cataluña y, que, en consecuencia, los catalanes, así, en conjunto (como un solo pueblo), han sido antifranquistas, lo cual es rotundamente falso.
Como el resto del país, antes de la guerra civil Cataluña ya era una sociedad escindida por ideologías enfrentadas. Y esa división se mostró en el apoyo de una parte importante de la burguesía catalana al levantamiento del 18 de julio y al régimen posterior. En principio, porque parecía un golpe blando que sólo pretendía restaurar el orden, reprimir a las izquierdas y someter al levantisco movimiento obrero, como antes habían hecho Martínez Anido y Primo de Rivera, porque la burguesía catalana, en particular la alta burguesía, siempre ha contado con la protección del Estado, económica (aranceles y protección del mercado nacional y colonial) o política (orden público). Es más, la gran burguesía, muerto Prim y su proyecto, no sólo se sumó a la Restauración alfonsina, sino que, consciente de su ventaja económica, se propuso influir de modo determinante en el destino de España, ventaja que algunos de los primeros nacionalistas no vinculan al campo de la producción y del mercado, sino a la superior calidad de la raza catalana -aria- frente al resto de españoles -semitas-, y otros hablan incluso de la vocación imperial de Cataluña para llevar adelante ese proyecto.
El franquismo tuvo en Cataluña el respaldo social no sólo de la alta burguesía, sino de capas conservadoras de clase media, que eran tradicionales, católicas, antirrepublicanas, antisocialistas y, desde luego, enemigas de los anarquistas. Conviene recordar la influencia del carlismo, como una reacción antimoderna y clerical en determinadas comarcas catalanas, al que el franquismo, a través del Movimiento, también representaba.
En este aspecto es saludable acudir a la hemeroteca y repasar las colecciones de diarios como “La Vanguardia”, “El noticiero universal”, “El correo catalán” o el “Diario de Barcelona”, no ya de los años cuarenta, sino de los años sesenta y setenta, para ver lo que opinaba la prensa catalana sobre el franquismo, y prestar atención a los masivos recibimientos populares que Franco recibía cuando visitaba Cataluña. Ejercicio necesario para entender el arraigo del franquismo y explicar de dónde salían los políticos que nutrían las instituciones del Estado en Cataluña, los cargos públicos en instituciones regionales, sindicales, deportivas, en gobiernos civiles, diputaciones o alcaldes y concejales de los 950 municipios, que no eran “colonos” o “invasores madrileños”, colocados a dedo desde el Palacio del Pardo, sino cargos públicos ocupados por catalanes del Régimen.  
Los nacionalistas aluden a la represión franquista, que es innegable, pero en Cataluña fue menor que en otras zonas, como Extremadura o Andalucía, y, también con razón, aluden a la opresión política y cultural.
El Régimen persiguió determinadas ideas sin distinción de regiones; lo hizo por igual en todas partes y trató de imponer las que consideró necesarias -“cultura nacional” y “espíritu nacional”- para lograr un país con orden y disciplina, y unido, pero la unidad entendida como unanimidad y uniformidad, en ideas, lenguas, creencias religiosas y conductas. Pero no tuvo una política especial contra Cataluña, ni tampoco contra el País Vasco, pues los prebostes del Régimen eran muy conscientes de los apoyos que tenían entre sus clases altas y lo tuvieron en cuenta para beneficiarlas. El régimen franquista no era anticatalán, sino contrario al separatismo, que no es lo mismo, pero a la vez, consciente de que existía un separatismo latente, procuró ofrecer a Cataluña un trato preferente, que tuvo su resultado en el desarrollo económico regional y en la elevada repercusión en el PIB nacional.   
Para concluir, permíteme Jordi que añada una breve nota. El franquismo aportó un tipo de conducta, muy extendido socialmente, que se podría llamar cultura de supervivencia o de adaptación al marco político de la dictadura, pues conservó y multiplicó comportamientos políticos y económicos que venían de la etapa de la Restauración y que ya fueron señalados por los regeneracionistas.
Para sortear la acrisolada desconfianza de la dictadura respecto a iniciativas ciudadanas que no procedieran del mismo régimen, los complejos protocolos de una administración del Estado poco eficiente y excesivamente centralista, la falta de cauces para expresar quejas, críticas y sugerencias, y para burlar los entresijos de la pesada burocracia, los ciudadanos se veían obligados a buscar toda clase atajos y pedir favores que les permitieran sortear o abreviar el calvario de rellenar instancias, formularios y aportar declaraciones juradas, certificados y pólizas de 3 pesetas, que debían acompañar cualquier solicitud en un organismo oficial y perder horas de valioso tiempo en hacer cola ante un laberinto de ventanillas ministeriales.   
Esta situación generó una “subcultura” de solicitar un trato preferente para lograr un propósito; de pedir favores, recomendaciones, de buscar “enchufes”, acudir a un amigo, a un cuñado, a algún enterado de los secretos para conseguir las cosas sorteando los angostos cauces legales. Y lo mismo ocurría en el campo económico y empresarial. Subcultura que no desapareció con la dictadura, sino que se perfeccionó con la multiplicación de cargos y la proliferación de niveles administrativos del Estado autonómico y que dio su floración de malas prácticas, irregularidades y casos de corrupción ya conocidos. 
Todo esto forma una subcultura nacional, que tiene su expresión de los casos de corrupción, los sobornos de políticos, la privatización de bienes del Estado, la adjudicación de obras y servicios públicos sin concurso, etc, que han provocado el abismo entre la España real y la España oficial, el aislamiento de la clase política y la desafección ciudadana respecto a las instituciones. Y a estas malas prácticas, no han escapado las instituciones catalanas, ni sus gobernantes ni sus empresarios.
Continuará.

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