lunes, 16 de abril de 2018

Cataluña, ¿es diferente? 3. Respuesta a Jordi


Vamos a hablar, por fin, de democracia. Arguyes en tu comentario: “Es tan simple como esto: queremos votar en un referéndum, si no somos mayoría pues se acaba y punto y final, y si sale que sí, se acepta la mayoría como en cualquier democracia”.
Claro, visto así, es simple: se convoca un referéndum, se vota, la mayoría gana, el resto lo acepta y la vida sigue, no digo que igual, pero casi igual, pues, tras la mágica “desconexión”, pensada por Artur Mas, Cataluña ya es otro país, que, en apariencia, sólo ha sufrido un cambio en la cúspide del poder político. Pero sobre esto último volveré más tarde.
A lo largo del “Procés”, desde la Generalitat, no sólo desde CiU, ERC o la CUP, sino desde la Generalitat, se ha llevado a la ciudadanía una idea muy simple (y falsa) de la democracia, recogida en consignas como “Sólo queremos votar”, “President, ponga las urnas”, “Votar es democracia”, etc, etc, dando a entender que quien no las compartía no era demócrata, y marcando una diferencia, otra más, entre Cataluña, donde se pedía democracia, y Madrid o España, que la negaba, lo cual enlazaba con el tono general de la propaganda nacionalista que opone dos sociedades imposibles de conciliar: Cataluña quiere una república democrática, pero se lo impide una España monárquica y franquista (recuerdo que el resultado del refrendo se interpretó por los “indepes” como la derrota de la monarquía del artículo 155).   
Hay que reconocer, que, efectivamente, es una regla de la democracia que la mayoría gane; es así de simple, pero antes hay factores que complican las cosas, y el primero es el acuerdo sobre el objetivo, pues no basta que una mayoría gane para que exista una consulta democrática si no se comparte el objetivo. Imaginemos que, en España, pudiéramos decidir democráticamente suprimir derechos civiles o privar del voto a algún grupo social minoritario. Aquí tampoco valdría la regla de la mayoría para respaldar de forma “democrática” un objetivo que no lo es.
Volviendo al caso de Cataluña, se trata, en primer lugar, de que el objetivo de separar Cataluña de España merece, para unos, someterse a una consulta y para otros no lo merece. Y después viene quién tiene la potestad de convocar un referéndum, si es que se comparte el objetivo de la consulta, cuáles son las normas que lo han de regir (plazos, campaña, censo, pregunta, lugares, etc, etc) y cuál es la finalidad (¿consultar?, ¿decidir?, ¿decidir qué?). Es decir, que entre el deseo de votar y el resultado de la consulta hay un largo camino que debe ser recorrido por un acuerdo. Si no es así, el resultado no es democrático, pues la historia está llena de ejemplos de dictadores que han vencido en refrendos por abrumadoras mayorías porque los han hecho a su medida.
Y vuelvo a tu afirmación: “queremos votar en un referéndum, si no somos mayoría pues se acaba y punto y final”, y digo, claro, pero ¿cuántos son los que quieren votar? Porque aquí hay algo que, desde el punto de vista democrático, no se entiende bien. Pues, si ya antes de votar, los que quieren convocar un referéndum saben que no son mayoría (disponían sólo del 48% de votos válidos y del 35% del censo en las “elecciones plebiscitarias”) (“Se ha perdido el plebiscito” dijo Baños, de la CUP), ¿merece la pena hacer el esfuerzo de convocarlo para confirmar la minoría? Desde un punto de vista racional, ratificar una derrota no merece el coste económico y político que conlleva un refrendo, pero es que la consulta tenía otro fin, y no precisamente el de aceptar su resultado, pero eso lo dejo para más adelante.  
Además de lo dicho, que las normas sean acordadas por las partes en litigio, un refrendo democrático debe cumplir otros dos requisitos: Uno, que los votantes reciban amplia información, y más en un caso tan trascendente. Dos, que las instituciones públicas sean neutrales y se pongan al servicio de los litigantes y, sobre todo, de los ciudadanos, que deben ser tratados de igual modo para que gocen de los mismos derechos.
El primer requisito no se cumplió. No sólo se dificultó, en los medios de información públicos, la opinión de los partidos no independentistas, sino que la propia Generalitat, que debía ser neutral, no ofreció información veraz, sino que puso en marcha una intensa campaña de mentiras y tergiversaciones para tratar de encubrir la endeblez de su proyecto.
Dividir un país no es cualquier cosa, sino una de las decisiones más graves que debe tomar un gobierno, y poner a los ciudadanos en la tesitura de tener que decidir sobre ello no puede ser un acto irresponsable que oculte los riesgos que implica y magnifique las presuntas ventajas. En este aspecto, la Generalitat y los partidos independentistas “vendieron” a los ciudadanos una fábula, que no se ha podido cumplir y que no ha recibido el respaldo internacional prometido. Nadie ha reconocido a la nueva república catalana. De las consecuencias sociales y económicas no hablo.
Es posible que muchos ciudadanos mal informados, o deformados por las elevadas dosis de propaganda recibidas en los últimos años, hayan creído a pies juntillas lo que los dirigentes independentistas les han contado, pero estos, como profesionales de la política y reconocidos viajeros por Europa sabían a lo que se enfrentaban, y si no lo sabían, podían hacerse una idea de lo que les esperaba al ver las dificultades que tiene el Reino Unido para abandonar la Unión Europea, a pesar de que sigue un procedimiento acordado.
Pero antes de llegar a la celebración del referéndum y a su resultado es preciso recorrer el camino previo y remontarse a su origen legal, que, también debe ser democrático. Y no lo fue.       

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