sábado, 15 de diciembre de 2018

Cosas de Españistán


Como procuro ser buen ciudadano, acudí el otro día a buscar la famosa pegatina sobre la combustión del coche, que es necesaria desde la puesta en marcha del plan contra la contaminación atmosférica del ayuntamiento de Madrid, que restringe el tráfico de coches en el centro y aún más allá en ciertos días.
Normalmente no utilizo el coche en la ciudad, con la tarjeta de jubilata me basta y sobra para moverme, pero, es mejor tener los papeles arreglados por si acaso, ya que pasado el período de gracia, las advertencias municipales se convertirán en multas.  
Como en algunas cosas soy cartesiano, acudí primero a la Jefatura Provincial de Tráfico creyendo, erróneamente, que allí realizaría el trámite con más diligencia. Tras una breve cola me acerqué al mostrador y pregunté por el tema, pero al momento me arrepentí. La funcionaría me miró como si estuviera viendo a un borracho y temí que me obligara a hacer el test de alcoholemia antes de responderme.
.-“Caballero, en el mes de octubre se dijo que lo expediría Correos”.
No me extrañó, porque también lo podrían hacer los estancos, puesto que venden sellos, o las oficinas municipales. Y aunque soy mal jinete le agradecí lo de caballero, y apunté:…Ah! Que lo envían por correo…
.- “No señor -repuso, ya completamente segura de que hablaba con un beodo-, debe de recogerlo allí, llevando la documentación del vehículo y el DNI”.
Me encaminé a la estafeta más cercana, que estaba a rebosar de buenos ciudadanos animados por el mismo propósito: conseguir la pegatina. Me dirigí a la máquina que expide los vales con el turno, pero no funcionaba; la vez se pedía oralmente como en la carnicería. Tras algunas consultas -¿quién es el último? Yo no; yo, porque me dio la vez un señor que se ha marchado- me coloqué en una cola informal, que avanzaba lentamente hasta que dejó de avanzar: se ha caído la línea. Horror. Mañana baldía. Me marché cavilando en cómo harían estas cosas en Alemania y acordándome de Larra -“Vuelva usted mañana”-, pero eso ocurría a mediados del siglo XIX.
Ayer volví dispuesto a no regresar sin la pegatina. La máquina de los turnos funcionaba pero en el menú no figuraba la opción de solicitar la dichosa pegatina. Mi mente cartesiana me sacó de la duda interpretando al pie de la letra las instrucciones de la funcionaria de Tráfico: como se trataba de recoger una pegatina, cogí el boleto correspondiente a “recoger” y me puse en la cola.
Cuando me llegó el turno el empleado me pidió el aviso de la recogida: le entregué el boleto y le dije que solicitaba la pegatina y que traía la documentación del coch… No me dejó terminar: “Aquí se recogen los paquetes, para la pegatina es en otro mostrador, coja en la máquina el boleto de “enviar” y espere su turno”. ¡Enviar! ¿Dónde quedaba la lógica formal? ¿Dónde fueron a perderse los silogismos? Kant y Aristóteles sacados de la historia un jueves por la mañana.  En ese instante se hizo la luz en mi cerebro y supe por qué Larra se pegó un tiro con un pistolón de chispa: seguramente estaba desesperado en la cola de un organismo oficial.
¿Enviar? ¿Enviar qué y a dónde? Volví a la máquina y como no me fiaba de la información recibida y empezaba a dudar de mi mente -¿sufría un ataque de demencia senil o todo el mundo estaba loco menos yo?- pulsé un botón de cada uno de los botones del menú, me junté con un puñado de boletos de turno, pero al menos uno sería acertado. Y me puse a esperar a que alguno de los números apareciera en la pantalla luminosa del panel de información.
Allí estaba, cuando de repente una chica de las que atendían el mostrador utilizó la tecnología preinformática y se puso a vocear: “los que quieran la pegatina pueden pasar por aquí” y mandó a hacer puñetas los boletos de la maquinita. Reconfiguración general del orden establecido, y allí me puse. Esperé poco, el trámite fue rápido y tras abonar 5 euros conseguí la famosa pegatina. Una operación de tres minutos me había costado, entre viajes y esperas, varias horas, que pagadas a precio de asistenta, que es lo que vale el tiempo de un profesor jubilado, es una pasta gansa y unas preciosas porciones de un tiempo que está tasado. 
Cuando salía, sonó el teléfono móvil. Era un aviso del ayuntamiento, diciendo que el recibo del mes de octubre del polideportivo había sido devuelto sin pagar. Creí que me derrumbaba y maldije a Rodrigo Rato.
Desde hace más de diez años asisto a unas sesiones de gimnasia para vejestorios en el polideportivo municipal y tengo los recibos domiciliados en un banco. Cuando me inscribí lo hice en Caja Madrid y cuando saltó el escándalo de Bankia, como buen ciudadano me di de baja en la entidad y domicilié los recibos en otro banco. Y cada año, cuando renuevo la plaza me preguntan en qué cuenta me cargan los recibos y yo les digo, y les repito, y vuelvo a repetir que quiten de la ficha la cuenta corriente que no funciona, porque produce confusión, y me contestan que “el sistema” no lo permite. Les argumento que, dados los adelantos de la informática, eso no es un problema difícil de resolver, pero debe serlo.
En octubre me avisaron de que el recibo de septiembre había resultado impagado. Lo que tenía que pasar pasó y alguien, a saber quién -¿una becaria, un contratado, un precario, un chapucero?-, se había confundido de cuenta y enviado los recibos a Bankia, que naturalmente los rechazó.
Como el asunto me cabreó bastante, y se notaba, me pidieron disculpas, pero les volví a repetir lo que desde hace años les vengo diciendo, que eliminasen la maldita cuenta y dejasen sólo una, la buena. Me prometieron que lo harían, pero como ya había pasado tiempo y los siguientes recibos estaban cursados, debía pagar los recibos atrasados y el siguiente. Así lo hice y creí que el asunto estaba resuelto, hasta ayer.
Mañana volveré a la oficina del polideportivo, a arreglar el asunto de una maldita vez. No sé si armado de paciencia o de un Colt 45.

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