40º Aniversario de la Constitución. Argumentos
Hoy es día de fiesta y procede
hablar de las luces de la Constitución. Otro día hablaremos de las sombras,
pero hoy reproduzco algunos de los argumentos del discurso de entonces, que fueron,
en síntesis, los siguientes:
La Constitución tiene un
contenido integrador, pues en su articulado hallan representación todas las
sensibilidades sociales y todas las tendencias políticas. No es la Constitución
de una parte de la sociedad sobre el resto ni la de un partido sobre los demás,
sino la Constitución de todos y para todos. No es una Constitución de derechas
ni de izquierdas, y permite, en consecuencia, que partidos de todo el espectro
político puedan gobernar.
La Constitución supone la
creación de un marco de referencia dentro del cual todas las tendencias
políticas pueden discutir y en el que se pueden resolver viejos contenciosos
que han marcado trágicamente la historia de España; es decir, un marco que
puede acoger a todos aquellos que crean en el diálogo como base de la
convivencia.
Quedan, por tanto, al margen
de ella aquellas opciones que propugnan la violencia y la intolerancia como
formas de expresión política, entre las cuales, el terrorismo y el golpismo
involucionista son las más representativas.
La Constitución tiene,
también, un sentido médico, referido al armazón anatómico del país: la nueva
columna vertebral del cuerpo civil (la España, por fin, vertebrada); el marco
legal para resolver pacíficamente los conflictos y desterrar para siempre los
antagonismos seculares que han dado lugar a las dos Españas. La Carta Magna es
un símbolo de la reconciliación y de la superación de las secuelas de la guerra
civil; un reencuentro, un abrazo sin revancha. .
La Constitución es la norma suprema
que define para un futuro prolongado las reglas del juego democrático y
consagra un modelo de régimen político, en el cual los actos del Gobierno, emanado
de la voluntad ciudadana, tienen como límites dichas reglas, y el
funcionamiento de los poderes del Estado se halla bajo la supervisión de
instituciones representativas y de la vigilancia de la opinión pública.
Con su aprobación en referéndum
termina la Transición como un período de interinidad institucional y España
entra, tardía pero definitivamente, en la modernidad.
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