Sabemos que los trabajadores y
las clases populares se juegan mucho en este debate constitucional, puesto que
del resultado final del mismo dependerá que la palabra democracia tenga sentido
o no para la mayoría del pueblo.
Por eso pretendemos que el
debate sobre la Constitución no sea sólo un debate en el seno de las Cortes y aún
menos un debate entre especialistas. Queremos que todos los trabajadores, que
todos los sectores populares consideren la batalla por una Constitución
democrática como algo suyo, como algo que les concierne directamente. Se trata
de una batalla política que el pueblo debe ganar.
Con esto no queremos decir que
se trate de imponer una Constitución sobre otra. No queremos una Constitución
votada únicamente por el 51% del electorado contra el 49% restante. Se trata,
por el contrario, de elaborar una Constitución que cuente con el mayor consenso
posible, una Constitución que pueda ser votada sin grandes traumas por la gran
mayoría del electorado.
Por eso, la Constitución ha de
establecer unas reglas del juego practicables por esa gran mayoría. Si la
derecha social de este país, apoyándose en la mayoría parlamentaria artificial
que ahora tiene, nos quiere colocar una Constitución autoritaria y centralista,
en la que las clases populares queden marginadas o tengan que situarse a la
defensiva, la batalla política por la Constitución será diferente y podrá
alcanzar, incluso, la impugnación de la forma de gobierno que en ella se prevé.
Esta
es una cuestión clave. Lo que ahora está en juego es la consolidación de una
democracia todavía precaria, de una democracia que se desarrolla en medio de un
sistema de aparatos e instituciones que todavía son los de antes. La tarea más
progresista, más revolucionaria es conseguir que esa democracia triunfe y se
consolide.
Jordi Solé Tura: Los comunistas y la Constitución,
Madrid, Forma Ediciones, 1978, p. 10-11.
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