Guiado
simplemente por la buena intención y sin haber realizado un balance ni crítico
ni laudatorio de lo que ha supuesto, en general, el año que hoy concluye, me
proponía desear a mis colegas y “colegos” de FB una esperanzada y a ser posible
jubilosa entrada en el año 2019, cuando, hete aquí, me he topado con el
discurso de fin de año del President de la Generalitat. Leer la arenga, pues eso
ha sido, y subirme la tensión ha sido todo uno, pues insiste en atizar el
encono para mantener abierto y lejos de resolver el problema político más
importante del país.
Torra
es uno de los lamentables subproductos provincianos que el “procés” ha llevado
a la primera fila de la política nacional e incluso internacional. Nada raro,
en estos tiempos extraños, en los que las circunstancias y los votos de la población
aborregada han catapultado al gobierno de países importantes a personajes atrabiliarios
y, por tanto, dignos de la compañía del supremacista gerundense.
De
cara a 2019, Torra anima a los suyos a cerrar filas para aumentar la presión, a
rebelarse ante la injusticia y hacer caer los muros de la opresión. Muy lírico
el discursito ante la división de los “indepes”, que volverán a comulgar, pues
son gente creyente de siglos, con las ruedas de molino de quien les habla de
injusticia, cuando quiere decir aumentar los privilegios de una clase social que
ha sido mimada por el poder central desde hace más de un siglo -¿o es que creen
que el desarrollo de Cataluña se debe sólo al saber y al seny de los catalanes,
como raza superior al resto de españoles?- y lograr la impunidad no sólo para
los políticos encausados por su posición dirigente en el “procés”, sino para
los procesados por recibir sobornos, prevaricar y malversar fondos públicos (el
3%, etc, etc,), y de quien les induce a derribar metafóricos muros, pero
pretende levantar fronteras reales para separar Cataluña del resto de España y
completar las interiores fronteras emocionales, sentimentales, ideológicas, políticas
y materiales entre los habitantes de Cataluña, para formar dos comunidades, la
de los buenos catalanes, que son los supremacistas, los nacionalistas, los
independentistas, los republicanos, y los malos catalanes, que, como rechazan
lo anterior, son los fachas, los españolistas, los fascistas, que, en la
Cataluña independiente, serán un colectivo sospechoso.
Vaya un pronóstico de quien llama a realizar un mandato
democrático de libertad, pero curiosamente emanado de un referéndum ilegal,
efectuado sin garantías y no reconocido por nadie, ni dentro ni fuera de
España, cuyo resultado, imposible de comprobar, fue un rotundo mentís a lo que
se proponía.
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