Sexto día de la cadena de
lectura. Y sigo con “el procés”.
Sé que me pongo “mu pesao”, pero es que el
asunto me ataca los nervios, por lo que expresa, no sólo como objetivo difícil
de alcanzar, sino por la información que aporta sobre quienes lo dirigen, que
parecen obnubilados, viviendo una realidad paralela en una habitación y mal ventilada,
atrapados por el aire viciado de un discurso circular y redundante sobre el
mismo tema, pero con la mente cerrada a cal y canto a cualquier idea
tangencial. Y ahí siguen, encerrados con un solo juguete, despreciando lo que
aporta la realidad e inmunes al desaliento. Un tesón, que sería digno de
alabanza si respondiera a mejor causa.
“Durante los cinco años que
van de 2012 a 2017, el proceso independentista discurrió entre dos sectores que
daban apoyo al nuevo relato, pero que perseguían objetivos diferentes. Por un
lado, quienes concluyeron, como Mas, que la única forma de conseguir que el
Estado se aviniera a negociar un encaje diferente de Cataluña en España, en el
que se blindara su singularidad cultural y lingüística y se atendieran sus
reclamaciones económicas, era subir la apuesta, estirar la cuerda al máximo
para sentarse a la mesa de negociación desde una posición de fuerza (…) Pero en
el proceso también confluyeron de forma impetuosa quienes consideraron que esta
era la oportunidad histórica para convertir Cataluña en un Estado
independiente. Para ellos, se trataba de una ocasión única: ahora o nunca.
Incluso algunos acuñaron el lema <tenim pressa> (tenemos prisa) y
justificaron esa premura con el razonamiento de que, cuanto antes Cataluña lograra
su independencia, antes gozaría de los recursos y herramientas necesarios para
salir de la crisis. Con España en una situación de debilidad en Europa debido a
sus maltrechas finanzas, y un movimiento popular en ebullición en Cataluña,
creían llegado el momento de dar el salto decisivo”.
Lola García: El naufragio. La deconstrucción del sueño
independentista, Barcelona, Península, 2018.
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