Quinto día de la cadena de lectura. Y dicen los
taurinos que no hay quinto malo. Pero el libro previsto no va de toros, aunque
quizá de toreros; de toreros aficionados al plante, al desplante, a citar al
toro de lejos y a despachar con naturales, unos, o con mantazos; otros a no
moverse, como el don Tancredo; unos a ver los toros desde la barrera y otros a
exhibirse con toreo de salón y brindis al sol, que acaban no en los tendidos de
sombra, sino “a la sombra” directamente. La fiesta nacional, con multitudinario
paseíllo, con engaño y castigo; con jamelgos y picadores, que se celebra
principalmente en una ciudad con dos plazas, dedicadas a otra cosa.
El libro no es un morlaco de 500 kilos (o 500
páginas), sino una res pequeña, pero ágil y astifina; un texto denso, breve y
sintético (107 páginas): “La conjura de los irresponsables” de Jordi Amat
(Barcelona, Anagrama, 2017), de recomendable lectura.
“Como ha sucedido a lo largo de buena parte del
proceso soberanista -desde la ponencia encargada de redactar el Estatuto-,
quedaba desmentida de nuevo la convicción ingenua de que la fijación de un
deseo en un texto legal tiene una capacidad performativa automática. Ahora
tampoco. Así, pasada la hora de la verdad, se empezó a extender una sensación
de frustración resignada: la nueva República, surgida de la épica del 1 de
octubre, no pasaba de ser un significante vacío. No había ningún reconocimiento
internacional. No había estructuras que permitieran hacer efectiva la
transición del viejo Estado al nuevo. No había capacidad de imponer con la
fuerza un nuevo statu quo. Por no haber, no había ni la voluntad de escenificar
el nacimiento del nuevo Estado con una acción simbólica como arriar la bandera.
Palabras, palabras, palabras.
El
desconcierto es que las élites gubernamentales lo sabían, como empezamos a
descubrir, pero lo habían silenciado” (p. 104).
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