sábado, 27 de septiembre de 2014

Pujol se cabrea



Good morning, Spain, que es different
En su comparecencia en el Parlament, Pujol abundó en el estilo opaco y lastimero de su confesión espontánea en el mes de julio. Afirmó que no era un político corrupto, pero nada aclaró sobre el origen y la milagrosa multiplicación de su fortuna, ni sobre el procedimiento para hacerse con ella, y eso que lo tenía bastante fácil: bastaba con enseñar el testamento de su padre o un documento similar y un estado de la evolución de su peculio, que está pendiente de cuantificar pero se estima en unos 5 millones de euros. Tampoco aclaró la relación entre sus bienes y la financiación de CiU, ni la de su legado paterno y las repentinas fortunas de sus hijos, que, a falta de mejor explicación, quedan como unos linces para los negocios o como unos granujas redomados, que han medrado a la sombra del poder político de su señor padre.
Con una lista más que preocupante de casos de corrupción (Prenafeta, de la Rosa, Millet, Macía Alavedra, Estevill, Pallerols), que han afectado a la Generalitat en sus largos años de mandato, además de la quiebra de Banca Catalana, Pujol hubiera debido estar más dispuesto a aclarar los hechos y a ofrecer explicaciones a lógicas preguntas que se hace la gente decente.
No fue así, sino que se mostró enfadado con el tono empleado por algunos de los diputados. No informó, sino que regañó y amenazó veladamente a los presentes, a los que, mediante una metáfora forestal, acusó de poner en peligro el tinglado, y pareció que se amparaba en el privilegio no escrito de ser el padre fundador de la patria irredenta para desafiar a los presentes en el Parlament a dilucidar quién era el auténtico soberano.
Como dirigente político y como ex presidente de la Generalitat de Cataluña en un momento bastante delicado, Pujol ofreció un espectáculo poco digno. Dio la impresión de mostrarse enfadado porque gentes de inferior condición a la suya tenían el atrevimiento de pedirle explicaciones sobre un asunto, que, según Artur Mas, es privado.
El ex Honorable se comportó como el dueño de la masía ante unos insolentes braceros que le pedían cuentas, o mejor, como quien se sabe no sólo dueño del país sino constructor de la nación. ¿Cómo se atreven a pedirle cuentas los representantes de unos ciudadanos a los que ha dejado ante un paraíso, cuyas puertas se han de abrir el 9 de noviembre?
Cuando la familia Pujol abandonó el Gobierno catalán, Marta Ferrusola resumió esa concepción patrimonial del poder con una frase: “Nos han echado de casa”.
No era cierto; no era un desahucio, sino un efecto democrático: CiU había perdido las elecciones.

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