Good morning, Spain, que es different
En
su comparecencia en el Parlament, Pujol abundó en el estilo opaco y lastimero de
su confesión espontánea en el mes de julio. Afirmó que no era un político
corrupto, pero nada aclaró sobre el origen y la milagrosa multiplicación de su
fortuna, ni sobre el procedimiento para hacerse con ella, y eso que lo tenía bastante
fácil: bastaba con enseñar el testamento de su padre o un documento similar y un
estado de la evolución de su peculio, que está pendiente de cuantificar pero se
estima en unos 5 millones de euros. Tampoco aclaró la relación entre sus bienes
y la financiación de CiU, ni la de su legado paterno y las repentinas fortunas
de sus hijos, que, a falta de mejor explicación, quedan como unos linces para
los negocios o como unos granujas redomados, que han medrado a la sombra del
poder político de su señor padre.
Con
una lista más que preocupante de casos de corrupción (Prenafeta, de la Rosa, Millet,
Macía Alavedra, Estevill, Pallerols), que han afectado a la Generalitat en sus
largos años de mandato, además de la quiebra de Banca Catalana, Pujol hubiera
debido estar más dispuesto a aclarar los hechos y a ofrecer explicaciones a lógicas
preguntas que se hace la gente decente.
No
fue así, sino que se mostró enfadado con el tono empleado por algunos de los
diputados. No informó, sino que regañó y amenazó veladamente a los presentes, a
los que, mediante una metáfora forestal, acusó de poner en peligro el tinglado, y
pareció que se amparaba en el privilegio no escrito de ser el padre fundador de
la patria irredenta para desafiar a los presentes en el Parlament a dilucidar quién era el auténtico soberano.
Como
dirigente político y como ex presidente de la Generalitat de Cataluña en un
momento bastante delicado, Pujol ofreció un espectáculo poco digno. Dio la
impresión de mostrarse enfadado porque gentes de inferior condición a la suya
tenían el atrevimiento de pedirle explicaciones sobre un asunto, que, según Artur
Mas, es privado.
El
ex Honorable se comportó como el
dueño de la masía ante unos insolentes braceros que le pedían cuentas, o mejor,
como quien se sabe no sólo dueño del país sino constructor de la nación. ¿Cómo
se atreven a pedirle cuentas los representantes de unos ciudadanos a los que ha
dejado ante un paraíso, cuyas puertas se han de abrir el 9 de noviembre?
Cuando
la familia Pujol abandonó el Gobierno catalán, Marta Ferrusola resumió esa concepción
patrimonial del poder con una frase: “Nos han echado de casa”.
No era cierto; no era un desahucio, sino un efecto
democrático: CiU había perdido las elecciones.
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