miércoles, 24 de septiembre de 2014

Gallardón se va dolorido



Good morning, Spain, que es different

Quien hace poco tiempo señalaba que gobernar es repartir dolor, y seguía este principio, ha recibido una oportuna dosis de sufrimiento, suministrada, además, por los suyos. Jarabe de palo y tente tieso; tocado y hundido. Gallardón se retira de la política.
No estoy al tanto de las intrigas que agitan el Partido Popular, de sus luchas intestinas, que parece que las hay muy enconadas, ni puedo asegurar ni negar que la retirada de la polémica ley del aborto, que Gallardón tejía y destejía como el lienzo de Penélope, respondiese a un encargo envenenado de Rajoy para apartarle de su camino para siempre, o de si se trata de un pacto secreto con Bárcenas, pero lo suficientemente falto de discreción para que se conozca, o si se debe a la tardía percepción (todas las percepciones de Rajoy son tardías) de que la ley non nata simplemente quita votos. Con lo cual, dada la pérdida de votantes que pronostican las encuestas, parece racional retirar de la circulación el proyecto de ley y a su mentor para evitar mayor castigo.
La presión social, especialmente de las mujeres, primero ha detenido el trámite y obligado a introducir sucesivas modificaciones, que no han sido satisfactorias, y luego a desestimar el proyecto. Con ello, las mujeres salen ganando, y los hombres, también, no sólo como corresponsables de los embarazos de las mujeres, sino como ciudadanos, pues una ley dictada para satisfacer el deseo de una confesión religiosa no es democrática.
La democracia es un ámbito estrictamente humano, producto de la deliberación y de la elección de ciudadanos sobre los asuntos comunes de este mundo, donde no tienen cabida, por tanto, las opiniones de quienes dicen ostentar el privilegio de representar voluntades que están más allá de él. Los seres sobrenaturales, mucho más si se tienen por únicos e infalibles, no pueden conocer lo que es la deliberación entre seres naturales, falibles y mortales, ni creo que, de existir (lo cual nadie ha probado), estuvieren interesados en ello. Los dioses, por tanto, no necesitan la democracia para gobernar el mundo, y parece que hay suficientes pruebas de ello, y, viceversa, la democracia no necesita dioses.
Si un régimen político aspira a ser democrático, no se puede reducir al simple conteo de votos, sino que debe contemplar lo que hay detrás: la expresión de voluntades con idéntico valor político, si rige el principio de que a cada un ciudadano le corresponde un voto y de que ningún voto vale más que otro. Ningún demócrata puede pensar que su voto vale más porque está inspirado por su dios particular. Menos democrático aún es intentar imponer la presunta voluntad de un dios desde fuera de la contienda electoral; es decir, sin votos, por la autoridad respaldada en la fe, en la tradición o en un texto sagrado.
Por tanto, los partidos confesionales, paraconfesionales o criptoconfesionales no son democráticos. Lo cual no quiere decir que Rajoy, al retirar la ley, esté de acuerdo con ello, sino, que, habiendo querido contar con el plus del dogma católico (un voto sobrerrepresentado), sugerido por la Conferencia Episcopal, se ha dado cuenta de que incluso puede ser electoralmente perjudicial acatarlo sin reservas. Ha actuado por oportunismo, no por convicción democrática.
Por otra parte, la labor de Gallardón como ministro de Justicia ha sido nefasta  en otros asuntos como la Ley de Seguridad Ciudadana, la renuencia a aplicar la legislación europea sobre corrupción, suprimir los juzgados de paz, concentrar los procesos, introducir las tasas judiciales y la instrucción colegiada en grandes causas (tres jueces en vez de uno), privatizar el registro civil y limitar la intervención de los tribunales españoles en delitos que caen en la jurisdicción de la justicia universal.             

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