Good morning, Spain, que es different
Ana
Botella dice que se va. Pues, adiós y buen “relaxing”, porque en eso estamos de
acuerdo. Pero dice que se va con el deber cumplido. Depende. ¿Cumplido con
quién? ¿Con Rajoy, con Aznar, con el programa neoliberal de FAES? ¿Con la alta burocracia
de su partido, lleno de gestores competitivos pero incompetentes? ¿Con los
grupos empresariales que han tomado Madrid como campo de sus actividades, con
el voraz capital privado, con la CEIM, con la CEOE? ¿Con la Conferencia
Episcopal y los grupos católicos más intransigentes?
No
ha cumplido con los madrileños, especialmente con los que no viven en el barrio
de Salamanca, de Argüelles o en esas zonas residenciales que podrían
calificarse de reservas para ricos, donde ella habita. No ha cumplido con los madrileños,
ni con las madrileñas de a pie, con los que trabajan, tienen hijos en edad escolar
y laboral; con los que están parados, con los que viven en los barrios de la
periferia y, especialmente, con aquellos que han sido peor tratados por la
vida, por la suerte o por la crisis, con quienes se ha ensañado. Botella, como otros
dirigentes de su partido y de su ralea, ha sido indiferente al sufrimiento
humano, al que ella ha contribuido al aplicar de modo inmisericorde la ración
de recortes de gasto público que le ha correspondido. Y no sólo eso, sino que ha
adaptado las ordenanzas municipales al nivel de represión que ha sufrido la
legislación general en materia de “orden público”, a instancias de los
ministerios de Interior y de Justicia para castigar la disidencia y la protesta
de los ciudadanos.
No
se puede decir que, tras el paso de Botella por la alcaldía, los madrileños vivan
mejor, pues esa tendría que haber sido su principal preocupación, sino peor, mucho
peor. Claro que, en estas circunstancias y con el legado recibido, esperar algo
distinto era creer en milagros, pues Botella llegó a la alcaldía precedida por
los desmanes de dos alcaldes nefastos: Álvarez del Manzano, el piadoso
mandatario que hizo de Madrid la tierra de las mil zanjas, y Ruíz Gallardón, el
presuntuoso rey de la tuneladora, que ha dejado la ciudad hipotecada con una
deuda de décadas por sus obras faraónicas.
Es
larga la lista de ejemplos de la mala gestión de Botella, pero basta recordar su escasa preocupación por el medio ambiente,
cuando era concejala del ramo, al suprimir y desplazar las estaciones medidoras
de la contaminación, la oscuridad de las cuentas de la alcaldía como revela el
caso del Madrid Arena, ejemplo de mala gestión, igual que la huelga de la
limpieza; el desalojo de vecinos de las viviendas municipales y su venta a
fondos-buitre, que sólo buscan especular con ellas, o el nombramiento de altos cargos
y de dudosos consejeros de distrito, los “carromeros”, generosamente
remunerados.
Madrid,
que carece de proyectos que no exacerben el centralismo y la mejora de los grupos
privilegiados, no es sólo una ciudad abandonada y sucia, tarea en la que colaboran
sus ciudadanos, sino una ciudad perseguida por sus regidores, que, desde hace
años, la han convertido en lo que, con su lenguaje bárbaro, llaman un nicho de oportunidades
de negocio.
Como concejala y como
alcaldesa, Botella ha servido a esas expectativas del capital, pero la
ciudadanía de Madrid no merece semejante castigo. Botella se va. Good luck and no turning back! Buen
viaje y que no vuelva, ni ella ni otro de los suyos.
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