Good morning, Spain, que es different.
“Sentaos
todos. Es una orden”. Así ha reaccionado el comisario político de
“Génova” en la redacción de los servicios informativos de RTVE ante las
protestas de los redactores. Reafirmar la jerarquía y recalcar quien
tiene el mando no muestra una predisposición favorable al entendimiento.
Es un mal principio para hablar, porque recuerda de inmediato la frase
de Tejero en el Congreso: "Se sienten, ¡coño!". Pero así son las normas del libro de estilo del PP. Todo muy marcial y al hispánico modo. No aprenden.
Los trabajadores de RTVE no son soldados, son empleados públicos que
han conseguido su plaza por oposición. Gilgado, no; ha sido puesto a
dedo por Somoano, que es el gran inquisidor. Tan bueno, que logró
convertir Telemadrid en un dócil aparato de propaganda al servicio de
Esperanza Aguirre y, de paso, hundirla económicamente. Gilgado llegó a
TVE también desde Telemadrid, pero empezó como becario en la emisora de
la Conferencia Episcopal, otra institución jerárquica o la más
jerárquica del mundo, lo cual puede dar una idea de cómo entiende la
labor de informar.
Se veía venir el malestar en la Casa y la
dimisión de Echenique es una prueba de ello. La pérdida de audiencia es
continua y clamorosa por la manipulación descarada de la información. Lo
mismo que en todas las emisoras autonómicas donde el PP gobierna, que,
además de ser buenos ejemplos de mala administración, son malos ejemplos
de propaganda -también la hay buena-, pero hasta en esto son
chapuceros, porque ni saben ni aprenden. Y cuando eso sucede y no se
sabe qué hacer, se recurre a recordar quién manda, no quien dirige, que
es lo difícil, sino quien manda, y se ordena a los subordinados que
permanezcan sentados, en posición de inferioridad y pasivos, para hacer
patente quién está arriba y quién está abajo; la verticalidad indica el
rango, que es lo importante cuando se tiene una visión elitista de la
sociedad: los de arriba son los depositarios de la autoridad, saben y
mandan; los de abajo trabajan (cuando pueden) y obedecen (siempre).
Nadie puede sobrepasar la altura del rey (de Siam, recuérdese la
película), ni la altura de la cabeza del ayatolah máximo, sobre todo si
es una mujer. Arriba y abajo.
Por eso Esperanza Aguirre, condesa
de Murillo, grande de España y “miembra” de las clases no ya altas, sino
altísimas, pretendía restaurar la autoridad en las aulas recuperando la
tarima para el profesor. ¡Ah, la autoridad!
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