martes, 23 de septiembre de 2014

Caro como un roble


Good morning, Spain, que es different

Otro árbol que muere, seguramente por no estar bien plantado o mejor dicho, trasplantado al lugar adecuado para su desarrollo, porque este es un árbol traído de lejos.
La historia de este árbol y todo lo que le rodea es un signo, otro más, de cómo y por quiénes ha estado gobernado este país durante tantos años; un historia de ignorancia, prepotencia y despilfarro de dinero público, que, desde el punto de vista administrativo, acabó en los juzgados pero sin consecuencias para los responsables del desatino, y desde el punto de vista botánico, con el árbol  enfermo, apuntalado y recibiendo un tratamiento contra los hongos que lo han atacado.
El árbol en cuestión es un roble de los pantanos o roble americano (quercus palustris), un árbol de hoja caduca y multihendida, que crece derecho hacia el cielo y es muy vistoso porque adquiere unos colores bellísimos en otoño. Es un árbol que figura en los escenarios de la literatura norteamericana del nordeste, en los relatos de la primera colonización que transcurren en medio de una naturaleza poderosa, como son los de Fenimore Cooper, Irving, Longfellow, Oliver Curwood, Jack London o Zane Grey.
Entre robles debía estar situado, y construido con su madera, Fort Henry, en densos bosques de robles tienen lugar las aventuras Uncas y Ojo de Halcón, del justiciero Wetzel y del joven Downs; entre robles es imaginable Hiawatha. Seguramente fueron robles los árboles que rodearon la cabaña de Thoreau, en Walden Pond, y quizá la del tío Tom, y los que servían de escondite al jinete sin cabeza en las cercanías de Sleepy Hollow. Entre robles debió transcurrir el largo viaje de los rangers del mayor Rogers buscando el paso del noroeste y la expedición de Lewis y Clark y la mujer shoshonee, Sacajawea, que les ayudó a encontrarlo. Y seguramente, bajo un roble se conocieron John Smith y Pocahontas.  
Se ignora si estas ideas u otras parecidas influyeron en la decisión de los munícipes de Pozuelo de Alarcón de plantar un roble americano en el parque de las Cárcavas, o si trataban de competir con el famoso árbol de Guernica -un roble- o sólo de emular a Central Park, que tiene muchos y bien frondosos, pero el alfoz de Madrid tiene un clima bastante distinto al de Nueva Inglaterra.
Según una afirmación popular, el roble tiene fama de ser un árbol fuerte, pero el ejemplar trasplantado al parque de Pozuelo o era un espécimen débil -y por su precio no debía serlo- o no ha soportado el duro clima castellano.
En 2006, el alcalde Jesús Sepúlveda (exsenador del PP y exmarido de la ministra Ana Mato, hoy imputado en el caso Gurtel), quiso dotar a Pozuelo de una zona verde, que en principio tuvo un presupuesto de 4,6 millones de euros, pero, como en otros casos de pésima administración, acabó costando 9,6 millones de euros a los contribuyentes. En los gastos de este descomunal desvío del presupuesto figuran el precio del árbol, 27.600 euros -parece que no los había más baratos- y el viaje a Bélgica -no había un vivero más cerca- para adquirirlo. Operación propia de jardineros, de ingenieros agrónomos o técnicos en medio ambiente, pero que el Consistorio consideró muy importante porque requirió el esfuerzo de siete personas, entre ellas el viaje del propio alcalde, del que no se conocen especiales conocimientos de botánica, aunque sí la afición a conducir coches caros y dotados de cierto misterio. El traslado del árbol costó 7.000 euros, que, unidos a otros gastos difíciles de explicar, puso el precio de adquisición del roble hoy agonizante, en 104.000 euros.  
La moraleja es simple: se siguen conociendo ejemplos de cómo han tirado el dinero público quienes ahora acusan a los ciudadanos de provocar la crisis económica por haber gastado por encima de sus posibilidades, y de quienes hablan ahora de regeneración democrática y de transparencia sin dirigir una mirada autocrítica, siquiera por mera cuestión estética, a su desastrosa gestión.  
En adelante, y al menos en Pozuelo, habrá que reformar el dicho popular, que no servirá para comparar la fortaleza o la buena salud de alguien -fuerte como un roble-, sino para comparar un dispendio con otro: caro como un roble comprado por el Partido Popular.

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