Good morning, Spain, que es different
Ayer,
en la sesión de western de sobremesa,
que es lo único que merece la pena de Telemadrid, emitieron “Cimarrón”, la
película de Anthony Mann (1960), que narra
la vida de Yancey Cravat, el personaje de la homónima novela de Edna Ferber inspirado en
Temple L. Houston, hijo del legendario Sam Houston, cofundador del estado de
Tejas, antes territorio independiente, tras los episodios de El Álamo y la batalla de San Jacinto, que se lo arrebataron al general Santa Ana.
Interpretado
por Glenn Ford, Yancey Cravat, que no debe confundirse con Nick Cravat, el compañero
de acrobáticas aventuras de Burt Lancaster, es un tipo inquieto e idealista, que
huye de las convenciones; una especie de caballero andante, que va desfaciendo
entuertos en el crepuscular escenario de un Oeste cuya vida salvaje se va reduciendo
ante el envite de la civilización blanca (y capitalista, of course), que desde el Este se extiende hasta el océano Pacífico.
Cravat,
al que viejas amistades, y una antigua novia o amante (Ann Baxter) llaman Cimarrón¸
hace honor a su apelativo al resistirse a ser domado y utiliza el periodismo, y
los puños si hace falta, para defender a los débiles y a los indios de los que les quieren despojar de lo poco que les queda tras años de rapiña.
Su
fama crece y un grupo de políticos decide ofrecerle la candidatura de
gobernador del estado de Oklahoma, el antiguo territorio indio, cuyas tierras
se abrieron a los colonos en 1889 y uno de los últimos estados adheridos a la
Unión. Pero esta oferta no es desinteresada, pues a cambio del apoyo le exigen “cooperación”
cuando ocupe el cargo. Cravat, que conoce a algunos de ellos como especuladores
con las tierras petrolíferas de los indios, hace de nuevo honor a su apodo y rechaza
el cargo, ante la incomprensión de su mujer, Sabra (María Schell), mucho más
prosaica.
Ya
había visto la película varias veces, pero inducido por el clima de opinión
reinante, esta vez me llamó más la atención la secuencia de la oferta y el
rechazo del cargo público, en la que Cravat rehusa someterse a los dictados de
la casta política de Washington, en la época de los barones ladrones (gilded age) (1870-1900), ridiculizada
por Mark Twain en su novela “La edad dorada”, en la que, por medio de un
capitalismo de formas brutales, generaron sus fortunas muchas de las grandes y respetables familias de Estados Unidos.
En
las actuales circunstancias, la derecha ve con gran preocupación cómo la
indignación ciudadana ha encontrado en “Podemos” una nueva forma de expresión
política, que, por el momento, poco tiene que ver con el resto de los partidos
y con el régimen que los sostiene. En “Podemos”, la derecha ve agrupados a los ciudadanos
indóciles, ciudadanos asilvestrados, ciudadanos cimarrones, que han saltado la
valla de lo establecido y se han tirado al monte, o mejor dicho, a la calle, indignados.
De ahí, que además de las críticas, los “cimarrones” perciban continuos llamamientos
para volver al redil.
Sin embargo esta metáfora es
engañosa, pues hay que preguntarse si los verdaderos cimarrones no son los
políticos que se han saltado las reglas del juego democrático, que han
vulnerado las más elementales normas de la decencia y las leyes ordinarias que
se aplican a los ciudadanos llanos, para regirse por otras torticeras y amañadas
para volver a un estadio de la política, tan dado a la “cooperación” con el
poder económico y financiero, que es preconstitucional y antidemocrático, pero
necesario para defender un capitalismo asilvestrado o, mejor dicho, salvaje.
2-9-2014
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