martes, 2 de septiembre de 2014

Cimarrones



Good morning, Spain, que es different
Ayer, en la sesión de western de sobremesa, que es lo único que merece la pena de Telemadrid, emitieron “Cimarrón”, la película de Anthony Mann (1960), que narra la vida de Yancey Cravat, el personaje de la homónima novela de Edna Ferber inspirado en Temple L. Houston, hijo del legendario Sam Houston, cofundador del estado de Tejas, antes territorio independiente, tras los episodios de El Álamo y la batalla de San Jacinto, que se lo arrebataron al general Santa Ana.
Interpretado por Glenn Ford, Yancey Cravat, que no debe confundirse con Nick Cravat, el compañero de acrobáticas aventuras de Burt Lancaster, es un tipo inquieto e idealista, que huye de las convenciones; una especie de caballero andante, que va desfaciendo entuertos en el crepuscular escenario de un Oeste cuya vida salvaje se va reduciendo ante el envite de la civilización blanca (y capitalista, of course), que desde el Este se extiende hasta el océano Pacífico.
Cravat, al que viejas amistades, y una antigua novia o amante (Ann Baxter) llaman Cimarrón¸ hace honor a su apelativo al resistirse a ser domado y utiliza el periodismo, y los puños si hace falta, para defender a los débiles y a los indios de los que les quieren despojar de lo poco que les queda tras años de rapiña.
Su fama crece y un grupo de políticos decide ofrecerle la candidatura de gobernador del estado de Oklahoma, el antiguo territorio indio, cuyas tierras se abrieron a los colonos en 1889 y uno de los últimos estados adheridos a la Unión. Pero esta oferta no es desinteresada, pues a cambio del apoyo le exigen “cooperación” cuando ocupe el cargo. Cravat, que conoce a algunos de ellos como especuladores con las tierras petrolíferas de los indios, hace de nuevo honor a su apodo y rechaza el cargo, ante la incomprensión de su mujer, Sabra (María Schell), mucho más prosaica.
Ya había visto la película varias veces, pero inducido por el clima de opinión reinante, esta vez me llamó más la atención la secuencia de la oferta y el rechazo del cargo público, en la que Cravat rehusa someterse a los dictados de la casta política de Washington, en la época de los barones ladrones (gilded age) (1870-1900), ridiculizada por Mark Twain en su novela “La edad dorada”, en la que, por medio de un capitalismo de formas brutales, generaron sus fortunas muchas de las grandes y respetables familias de Estados Unidos.  
En las actuales circunstancias, la derecha ve con gran preocupación cómo la indignación ciudadana ha encontrado en “Podemos” una nueva forma de expresión política, que, por el momento, poco tiene que ver con el resto de los partidos y con el régimen que los sostiene. En “Podemos”, la derecha ve agrupados a los ciudadanos indóciles, ciudadanos asilvestrados, ciudadanos cimarrones, que han saltado la valla de lo establecido y se han tirado al monte, o mejor dicho, a la calle, indignados. De ahí, que además de las críticas, los “cimarrones” perciban continuos llamamientos para volver al redil.
Sin embargo esta metáfora es engañosa, pues hay que preguntarse si los verdaderos cimarrones no son los políticos que se han saltado las reglas del juego democrático, que han vulnerado las más elementales normas de la decencia y las leyes ordinarias que se aplican a los ciudadanos llanos, para regirse por otras torticeras y amañadas para volver a un estadio de la política, tan dado a la “cooperación” con el poder económico y financiero, que es preconstitucional y antidemocrático, pero necesario para defender un capitalismo asilvestrado o, mejor dicho, salvaje.

2-9-2014

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