miércoles, 5 de octubre de 2016

Larga vida al Viejo Topo


He recibido el número de octubre de El viejo topo, un número singular, ya que celebra el 40 aniversario de su fundación, y he recibido también una carta de su director, Miguel Riera, dándome las gracias por mi apoyo.
No las merece, sino que, al menos en mi caso, es al contrario, pues si nos atenemos a las leyes del mercado, al pragmático “do ut des”, el saldo del intercambio entre el precio de los ejemplares pagados por un persistente lector, ocasional colaborador y más reciente suscriptor, y lo recibido en estos años es claramente desfavorable a la Revista.
Es mucho, lo recibido en estas cuatro décadas, en ideas, enfoques, nuevos temas y nuevas visiones de temas viejos (tan viejos como el mundo) y, sobre todo, lo recibido en el tono humilde, abierto, exploratorio, ensayístico y alejado del dogmatismo imperante en muchas de las izquierdas (y en todas las exultantes derechas), que coincide y alienta la posición de quien observa la marcha del mundo (y de su propia vida) con ojos asombrados, el ceño fruncido y el ánimo perplejo.
El viejo topo nació en una época contradictoria, teórica y políticamente estimulante, que permitía albergar, con no poca ingenuidad, esperanzas en lograr drásticos cambios y creer en exóticas utopías, pero, el lastre de un pasado ominoso acabó pronto con esos sueños. El artículo de Miguel Riera “Resurrección en el desconcierto”, en el que relata las vicisitudes de la Revista, es al mismo tiempo la crónica del país, del nuevo país democrático, del fracaso de lo prometido en la Transición y el fracaso de los proyectos de fondo, la derrota de los programas de la izquierda y, por el contrario, la victoria del neoliberalismo, difundido con un relato triunfal sobre la modernización de España, primero en versión socialdemócrata y luego en versión conservadora, aunque ya agotado, pues nos hallamos sin relato, perdidos y endeudados.
Se alejan las reformas necesarias, la revisión profunda de lo que nos ha traído hasta aquí y un necesario proceso constituyente. Y quedan pendientes de abordar las modestas utopías de este país: una república en vez de una monarquía, una Iglesia resignada a su lugar en las conciencias, no convertida en un poder económico y político, un Estado menos inclinado a servir a las rentas altas y más dado a atender a los estratos sociales desfavorecidos, un mayor equilibro entre las rentas, un aparato fiscal que exija más a quién más tiene, un empleo digno y perdurable, una sistema parlamentario realmente representativo, un gobierno transparente y a ser posible no ocupado por gente corrompida, y otras metas que parecen quimeras en un tiempo como este.
Como la historia no se detiene (aunque a veces lo parezca), necesita que alguien escarbe en el subsuelo, bajo las alfombras institucionales, para permitir que lo nuevo y sojuzgado, lo subversivo, lo revolucionario, salga a la luz del día y trabaje para transformar este desdichado mundo. Por eso es necesario El viejo topo. Brindemos con cava para que siga cavando.

Un abrazo.

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