Good
morning, Spain, que es different
Con el boato propio del caso y el consabido revuelo
de dimes y diretes, se celebró ayer la Fiesta Nacional. Los pormenores están
relatados por la prensa y aunque hubo detalles sabrosos, no me voy a extender
en ellos, pero la celebración adoleció, como siempre, de la hinchazón retórica
de la que abusa la derecha política, al haber convertido símbolos nacionales,
comunes, en símbolos propios de su partido y de sus electores.
La culpa no es toda suya, pues, como en
política no existen vacíos, el espacio no ocupado por un cuerpo es inmediatamente
ocupado por otro. Y en esa fiesta fue notoria la ausencia de los representantes
de Unidos-Podemos.
Su líder máximo acusó, con razón, de hipócritas
a quienes acudieron al desfile militar y tenían dinero en paraíso fiscales. La
patria se defiende de otra manera, añadió, con más colegios y hospitales
públicos. Efectivamente el amor a la patria no concuerda bien con el maltrato a
los compatriotas de rentas más bajas. Estuvo errado, y cegado por un
indigenismo atemporal y primario, cuando aludió al 12 de octubre como celebración
de la colonización, porque sin el viaje de Colón y la colonización de América
no hubieran existido la descolonización y el populismo; no hubieran existido
Bolívar, ni los bolivarianos, ni Chávez ni Maduro, ni Morales ni Correa, ni
Perón ni Laclau, a quienes tanto deben los podemitas.
Alberto Garzón remató la posición de UP con una frase bastante lapidaria - “Yo
no creo en patrias ni en música militar. Los pobres no tienen patria y los ricos
esconden sus intereses detrás de cualquier bandera”-, subjetiva y
contradictoria, propia de la izquierda testimonial, a la que por origen pertenece.
Garzón no cree en las patrias, yo tampoco, pero
existen y en alguna hay que vivir, aunque uno se puede sentir intelectual o
emocionalmente vinculado a otras patrias deseadas o incluso imaginadas, de las
que en este país sabemos tanto. No cree, Garzón en la música militar, otros muchos
tampoco, pero escuchar a Wagner o a Sousa tiene su punto. Que los ricos esconden
su dinero detrás de cualquier bandera, es sabido, pero que los pobres carezcan
de patria es un apotegma, una afirmación desmentida por la realidad: los pobres
tienen patria, que suele ser la patria de los ricos, y entregan generosamente
su vida por defenderla. Y con esa actitud se plantea un problema para la
izquierda, si defiende las aspiraciones de los pobres, que no se resuelve con
la fórmula de compromiso -“Mi patria es la gente”-, adoptada como consigna por
Unidos-Podemos para salir del paso ante las demandas de sus periferias.
La frase más parece un lema publicitario,
porque políticamente no resuelve nada; es inocua por vacía, tan vacía e
ideológicamente inane como “Viva la gente” o “Todo el mundo es bueno”. Frase
inútil, ya que Unidos-Podemos no es una asociación como aquella que, en los
años setenta, estaba representada por un grupo de chicos y chicas que cantaban por
el mundo, y además, porque la frase es engañosa, pues hay una parte de la gente que
está excluida. Por ejemplo, la gente que ayer celebró la Fiesta Nacional, o en
los lugares donde existe un fuerte sentimiento nacionalista, una parte de la
gente está excluida, con lo cual la frase cambia el sentido por “la patria es
mi gente”.
Dejando aparte la frase, y a la espera de ver
en qué queda ese “patriotismo moderno”, el problema que tiene planteado Unidos-Podemos
es decidir, primero, si quiere gobernar o si prefiere quedarse en un partido
testimonial, opción legítima, y segundo, si quiere gobernar el país real o el
país imaginario, siguiendo el camino trazado por nuestros próceres de izquierda
y derecha desde hace más de un siglo, que han buscado gobernar un país a su
imagen y semejanza, lo que ha generado ese característico movimiento pendular o
de acción y reacción, de avanzar y retroceder, de hacer y deshacer, como un
lienzo de Penélope.
Defender la patria no es ir a un desfile,
claro. Pero eso lo puede decir (y hacer) un ciudadano cualquiera, no el
diputado de un partido que cuenta con cinco millones de electores y pretende
gobernar, mucho menos quien aspira a ser vicepresidente del Gobierno.
Un hipotético vicepresidente del Gobierno no
puede estar ausente de un acto institucional como el día Fiesta Nacional, aunque
sea un coñazo, como dijo Rajoy, porque el protocolo de las instituciones con
frecuencia impone actos en que es inevitable la coexistencia con adversarios
políticos -como en el Congreso-. Pero esa obligada contemporización va en el cargo y en
el sueldo de quienes se prestan, voluntariamente, a participar en ellas.
El
gesto de Iglesias, y de Unidos Podemos, plantea dos preguntas, que no son fáciles
de responder. Una: ¿Acudirá a celebrar la fiesta del 12 de octubre cuando sea
vicepresidente o ministro del Gobierno? Dos: ¿Suprimirá la fiesta o cambiará de
fecha la Fiesta Nacional?
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