Good morning, Spain, que es different
Rechazada
en la primera votación, por 180 votos contra 170, la investidura de Mariano Rajoy
como presidente del Gobierno, es de prever que también sea rechazada en la
segunda.
Este solemne repudio no es nuevo,
pues, desde hace tiempo, los propios dirigentes del PP constatan y se asombran
de la resistencia de otros partidos a prestarles apoyo. Aducen en su favor que
en otros países hay relaciones fluidas entre los partidos y pactos incluso entre
la izquierda y la derecha, mientras en España eso es no posible. Pero hay
razones que explican este aislamiento.
En primer lugar, razones
remotas, que residen en el origen del Partido Popular, fundado como Alianza
Popular por seis ministros de la dictadura, refundado en 1989 y dirigido por
José María Aznar, hijo y nieto de reconocidos franquistas. Así que no es
difícil imaginar el trato que, en Europa, dispensarían las fuerzas democráticas
a partidos que hubieran sido fundados por seis ministros de Hitler, de
Mussolini o de Antonescu, y más si persistían en defender la vida y la obra de
sus fundadores, tal como ocurre en el Partido Popular con la figura de Franco, el
golpe de estado de julio de 1936, la guerra civil y los años de la dictadura.
En segundo lugar, porque el
Partido Popular, nutrido por personas con notorios vínculos con el régimen de
Franco, representa un franquismo sociológico que se realimenta y además está penetrado
por resabios de la dictadura, lo que explica tanto la crispada actitud de sus diputados
en la oposición, comportándose como una gavilla de falangistas, como su estilo
de gobernar (opaco, autoritario, con desprecio de los adversarios, eludiendo el
debate, rechazando las críticas, disponiendo a su gusto de fondos públicos, instrumentalizando
las instituciones, negándose a rendir cuentas y actuando como oposición de la
oposición).
En tercer lugar, por lo realizado
por Rajoy a lo largo de estos cinco años de mandato, que no se reduce a las
grandes cifras económicas que él facilita. Pero incluso sobre eso se podría
negociar, no cambiar radicalmente la orientación de la política aplicada hasta
ahora, dada la correlación de fuerzas, pero hay aspectos de un programa político
que son matizables o reversibles, al menos en parte, al cambiar las
prioridades, los grados y los plazos de ejecución.
En
cuarto lugar está la corrupción. Un grave problema nacional y uno de los factores
que más pesan en las causas de la desafección ciudadana hacia la clase política,
pero en el Partido Popular, salpicado de casos de corrupción en todos los niveles
de la administración pública (nacional, autonómica, insular o local) y en su
administración privada no se percibe voluntad alguna de ponerle fin, sino sólo
de paliar sus efectos negativos mediante la opacidad, el disimulo, la
propaganda y la obstrucción a la acción de la justicia.
No puede hablarse de
regeneración política sin que haya gestos en la dirección nacional del PP que
muestren la intención de limpiar los establos de Augias en que se ha convertido
el Partido, razón por la cual no es creíble que Rajoy pueda estar al frente de
la regeneración por muchos votos que haya obtenido. Antes que ser demócratas o
alardear de ello, hay que ser honrados y además parecerlo. Sobre la continua perpetración
de delitos y la protección de los delincuentes no se puede negociar.
Y
finalmente están las propias características del personaje, que hacen de Rajoy
un sujeto muy poco preparado para la actividad política democrática, que exige
debate y negociación, pues viene de una escuela autoritaria, tanto por el
origen teórico e ideológico en el franquismo, como por los hábitos de un
partido donde imperan el cesarismo y la adulación, el ordeno y mando, la
lealtad sin fisuras, el silencio cómplice y la designación a dedo. A las que se
añaden las propias de Rajoy: demorar las decisiones, esconderse, no dar la cara
ni exponerse a las críticas, mentir con frialdad, dejar pudrir las cosas y maniobrar
con astucia (la última es el truquito de las elecciones el día de Navidad, en
un país católico).
En resumen: Rajoy no
tiene la mayoría suficiente para gobernar pero tampoco es capaz de sumar otros apoyos,
es un hombre que recibe muestras de lealtad sin condiciones, pero que es incapaz
de ganar aliados. No ha tendido la mano a nadie, ni a su más reciente aliado, Ciudadanos,
al que se la ha mordido en el debate de investidura. Ha cultivado con altivez
el aislamiento y aislado está.
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