jueves, 29 de septiembre de 2016

Ocaso del “felipismo”


“La etapa triunfal socialista culminó en los grandes fastos (y grandes gastos) del año 1992, debidos a la simultánea celebración de tres grandes eventos que tuvieron mucha difusión nacional e internacional: la Exposición Universal de Sevilla, ciudad unida a Madrid por la primera línea de tren de gran velocidad, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la celebración del Vº Centenario del Descubrimiento de América. Este alarde concluyó en una recesión económica ligada a la que sufría la propia Unión Europea, que obligó al Gobierno a efectuar un duro ajuste y a devaluar un 5% la moneda, entonces, la peseta.
Era la segunda vez que el gobierno socialista recurría a esta medida, la primera fue en 1982, con una depreciación del 8% frente al dólar, y la cuarta vez que se depreciaba la moneda desde la muerte de Franco, pues el Gobierno de UCD la había devaluado en 1977 y 1980.
Pero Solbes, con una serie de medidas de matriz neoliberal, entre ellas la reforma laboral de 1994, había puesto las bases de la recuperación de la economía y preparado las condiciones para que España se integrase en el grupo de países que, con los tratados de Maastrich (1992) y Amsterdam (1997), se habrían de adherir a la moneda única europea; unas reformas estructurales impuestas por el plan de convergencia europeo, que imponía un pacto social por el empleo, la moderación salarial, la flexibilización del mercado laboral y la contención del gasto público (Pacto de Estabilidad), que en lo fundamental fueron seguidas por el Partido Popular cuando llegó a la Moncloa.
Perdido el contacto con la sociedad (y con la realidad), carente del vigor y de las ideas que, en teoría, el programa de 1993 -el cambio sobre el cambio- debía aportar a un gobierno de integración -sin guerristas- colocado bajo la vicepresidencia de Narcís Serra, el Ejecutivo socialista se limitó a aferrarse a lo realizado o a corregirlo a la baja (la pérdida de poder adquisitivo de los salarios empezó entonces) y a defenderse malamente de las acusaciones de corrupción, con el consiguiente deterioro de la actividad parlamentaria y la vida pública.
Encastillado en el poder del llamado felipismo, desgastado, dividido y criticado por la prensa más cercana, obligado a deponer de sus cargos a una serie de ministros y altos funcionarios, salpicado por numerosos casos de corrupción y por unos asuntos bastante feos en los ministerios de Defensa y de Interior, el Gobierno convocó elecciones legislativas anticipadas para marzo de 1996, que perdió por el estrecho margen de 300.000 votos respecto al Partido Popular, revés que los dirigentes socialistas calificaron de derrota dulce.
No supieron percibir las verdaderas causas de su declive ni el sabor amargo que, a largo plazo, les depararía la precaria victoria de la derecha dirigida por un visionario, según calificaría años después George W. Bush a su acólito de las Azores. Y no le faltaba razón al gringo, pues los dos mandatos de Aznar, que coincidieron con la reorganización de Europa en torno a la moneda única y con la etapa de bonanza económica impulsada por la globalización y el auge vertiginoso de la especulación inmobiliaria y financiera, dejaron una profunda huella en la sociedad y en las instituciones españolas”.

“Perdidos. España sin pulso y sin rumbo”, “Capítulo 2. El relato triunfal socialista” (Madrid, La linterna sorda, 2015).

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