Good morning, Spain, que es “different”
Hay
días, y ayer por la sesión de investidura fue uno de ellos, en que España es verdaderamente
un país “different”, una tierra distinta, una región peculiar; una anomalía en el
sur de Europa.
Y
la anomalía no es sólo el discurso, llamemos así a la aburrida perorata sobre conocidas
fábulas con que Mariano Rajoy se adornó para eludir la obligación
constitucional de ofrecer un programa de gobierno, si aspira a ser investido
presidente. No fue una anomalía la sarta de lugares comunes y frases hueras que
envolvieron mentiras sin convencimiento e imprecisas promesas difíciles de
creer a estas alturas, dichas con la rutina imprescindible para cumplir un trámite.
Fue tal el tono de la intervención del candidato, adobada con apocalípticas
profecías -la alternativa sería “un gobierno de mil colores, radical e ineficaz”-,
que se diría que no aspiraba a convencer ni a los suyos ni a sus ocasionales
aliados, porque no le interesa gobernar, sino sólo mantenerse en el Gobierno,
aforado y lejos de la acción de la justicia, y entre tanto dejar hacer, dejar
pasar, aplicando dócilmente lo que dicte la canciller alemana.
La
verdadera anomalía de la jornada es que el peor Jefe del Gobierno de la etapa
democrática, el hombre que, lejos de la moderación de la que alardea, ha arremetido
sin piedad contra las condiciones de vida y trabajo de la población asalariada y
los perceptores de rentas bajas, para atender los intereses de las clases altas
y sanear con fondos públicos bancos y negocios quebrados por mala gestión
privada, se haya presentado como candidato a ser investido presidente.
La
verdadera anomalía es que quien ha convertido en espina dorsal de su mandato la
privatización de bienes del Estado, el recorte del gasto público y el expolio
del patrimonio colectivo mediante un trato opaco y preferente con agentes
privados, se atreva a presentarse como el candidato ideal.
La
anomalía es que quien ha dividido profunda y trasversalmente el país, al fomentar que la brecha entre ricos y pobres haya
aumentado como nunca en treinta años, se presente con el adalid de la unidad de
España.
La
anomalía es que quien ha conseguido que España alcance las cotas más altas de
deuda pública (más de un billón de euros) desde hace un siglo, tenga una deuda
externa de 1,8 billones de euros, incumplido un año tras otro el déficit público
acordado con la Unión Europea, lo que ha merecido una amonestación, y ha aprobado
con trampa el presupuesto de 2016 para tratar de engañar a los socios de Bruselas,
se ofrezca como el mejor gestor posible.
La
anomalía es que quien ha sido un Jefe de Gobierno ausente, displicente, que ha
gobernado de forma opaca y despótica, sin consultas, debates ni diálogo con
otros partidos, sin admitir ni contestar preguntas y sin rendir cuentas al
Congreso, a los ciudadanos y a la prensa, se postule ahora como el campeón del
diálogo y el muñidor de futuros acuerdos.
La
anomalía es que una persona trapacera, astuta y maniobrera, que encabeza un Gobierno
en funciones, que en diez meses no se ha sometido al control del Congreso porque
no tiene su confianza, y que con la reforma de la administración de Justicia,
la Ley de Enjuiciamiento Criminal (ley de “punto final”), la Ley de Seguridad
Ciudadana (“ley mordaza”) y la Ley de Seguridad Nacional ha promulgado un
paquete legislativo de excepción, que no se corresponde con la situación real
del país, tenga la desfachatez de postularse como presidente de un gobierno ¡moderado!
La anomalía es que el candidato a presidente,
que representa un capitalismo de amigotes y una democracia de parientes y
clientes, se presente como garantía de transparencia y regeneración cuando
arrastra una abultada lista de miembros de
su partido, ya condenados o en curso de investigación, por casos que ofrecen una
amplia gama de dejaciones, abusos, faltas y delitos cometidos al amparo de cargos
públicos de todos los niveles.
Y la anomalía es que el
candidato se postule respaldado por una pírrica victoria electoral, conseguida
con una ley tramposa, todo hay que decirlo, y que la vituperable base de su
relativo respaldo es haber convencido a buena parte de los votantes de que la
corrupción del partido gobernante es un justificable y merecido pago adicional
por servir a España lealmente y que la impunidad de los políticos corrompidos
es una prueba de inteligencia y de la magnanimidad de la ley.
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