Lo asumo,
Alejandro: soy conservador, quizá a mi edad ya no pueda ser otra cosa en
ciertos asuntos que considero importantes, por ejemplo, en lo relativo a la
lucha de clases, término que tiene mala prensa: parece viejo, porque da la
impresión de que, en una sociedad de clases medias (ojo con el término), no hay
clases, ni altas ni bajas, ni lucha.
En primer
lugar porque a la derecha, de aquí y de fuera de aquí, siempre le ha interesado
eludir o vilipendiar este término que descubre las falacias de su discurso.
Pero esto lo doy por sabido.
En segundo,
porque han pasado a primer plano otro tipo de luchas, culturales o identitarias,
que expresan otros desequilibrios sociales, otras desigualdades, a veces
magnificando pequeñas diferencias para establecer una identidad, en una era en
que se busca la identidad de manera compulsiva y donde la victimización y la
pertenencia a un grupo minoritario sirven muy bien a ese objetivo. No hay nada
mejor que declarar la pertenencia a una minoría, real o presuntamente oprimida,
para recibir apoyos de gente solidaria y, desde luego, para creer que se poseen
la verdad y la razón sin más discusión. No digo que todos, pero sí muchos de
estos discursos identitarios son discursos blindados.
En tercer
lugar, porque, para amplias capas de la población trabajadora, y sobre todo
para las clases subalternas, el ejercicio de la profesión (el oficio) ha
perdido importancia en la vida de los individuos. Antes, ser minero,
metalúrgico, tipógrafo o ferroviario, profesiones que pasaban de padres a
hijos, eran afirmaciones de identidad, casi títulos nobiliarios en el mundo del
trabajo -orgullo de clase- por todo lo que tenían detrás, producto,
naturalmente, de la lucha de clases. Hoy eso es impensable no sólo porque los
puestos de trabajo no se conservan tanto tiempo, sino porque la producción se
ha transformado (las cambios técnicos son muy rápidos) o simplemente ha
desaparecido (seguramente habrá metalúrgicos o trabajadores de astilleros en
China, que sientan ese orgullo de la profesión, pero no en Avilés o en Sestao).
En el mismo sentido hay que indicar que, aunque ha
mejorado la educación o la instrucción de las clases subalternas, que ha
mejorado la enseñanza, que muchos hijos de obreros tienen estudios
universitarios o cualificación profesional, ésta no siempre coincide con el
ejercicio de la correspondiente profesión. Cualificación académica y ejercicio
laboral profesional no coinciden. A muchos jóvenes tener estudios no les evita
tener que aceptar empleos de camareros, repartidores de pizzas, reponedores o
cajeros en un supermercado. Y a otros, tener que aceptar multitud de trabajos
diversos les impide adquirir la experiencia en una sola profesión, que antes se
conseguía con la estabilidad en el empleo. Así, muchos viven durante bastante
tiempo de las presuntas ayudas a la formación y ejercen de becarios en un sitio
y otro, y a otros les ocurre lo mismo contrato tras contrato (basura), pero
becario y precario no son profesiones aunque sí estadios de la vida cada vez
más largos. O parado (de larga duración, ¡vaya!).
En el otro extremo, los que quieren definirse por la
profesión y rentabilizar la cualificación académica, los más preparados y
afortunados, se ven sometidos a un reciclaje permanente a base de masters,
cursos, seminarios e idiomas, para mantener el nivel de los salarios altos, o
medianamente altos, o simplemente en los empleos estables.
Pero con
todo ello, las desigualdades sociales, las diferencias de renta y de lugar en
la jerarquía social (no sólo en el campo productivo) permanecen por debajo de
las profesiones o de la carencia de ellas. Desde los años setenta hacia acá, en
las sociedades avanzadas (EE.UU. Europa), sociedades de clases medias, es donde
las clases medias han perdido importancia social y poder adquisitivo; se han
acentuado las diferencias entre los que tienen más y los que tienen menos y la
polarización económica ha debilitado los estratos medio y bajo de las clases
medias, caso notable en los EE.UU. La revolución conservadora y la aplicación
práctica de las doctrinas neoliberales tenían ese objetivo. Y las medidas para
salir de la recesión van a acentuar aún más las diferencias sociales.
Lo cual no
es casual; y vamos con “la lucha”. Dos no luchan si uno no quiere y se deja
pegar; lo cual no quiere decir que el que quiere luchar renuncie a obtener lo
que desea, pero sin lucha. Si pide y se lo entregan sin resistencia, o con una
resistencia testimonial, pues, estupendo. Eso es lo que ha estado ocurriendo en
el mundo durante los últimos 30 años, no sólo en el tercer mundo, sino también
en el primero. Eso no es lucha de clases, claro; es rapiña de clase, con
argucias ideológicas y poca resistencia de los que se han dejado expoliar. Lo
cual no quiere decir que no haya oposiciones de clase, grupos sociales con
intereses no coincidentes, o aún antagónicos, sino que hay unos muy listos que
se las han arreglado muy bien para que los otros, la amplia mayoría de la
población laboral, haya ido renunciando, a partir de los años 80, a las mejoras
obtenidas desde el fin de la II guerra mundial (la llamada crisis del Estado
del bienestar y su corrección, que ha sido su merma) para satisfacer las
ilimitadas expectativas de los más afortunados. Los pobres tienen demasiado y
los ricos demasiado poco, proclamaba Ronald Reagan expresando muy bien el
insaciable apetito de dinero de la burguesía norteamericana más rapaz,
representada entonces por el Partido Republicano.
Vicens Navarro señala en uno de sus escritos que la
clase burguesa más poderosa de la historia (la norteamericana) es una clase
invisible, no porque haya renunciado a perseguir sus intereses, sino porque lo
consigue sin que se perciban sus intenciones. Chomsky indica que esta clase ha
logrado presentar sus particulares intereses como los intereses generales de
todo el país y hacer ver los intereses de todos los demás (trabajadores,
parados, inmigrantes, madres solteras, enfermos, jubilados, etc,) como
intereses particulares y, por tanto, contrarios al interés general, nacional,
cuya patriótica representación esa clase se arroga en exclusiva. Cosas de la
hegemonía, que diría Gramsci.
Esta clase, la burguesía americana, junto con las de
otros países, no ha cejado en perseguir sus intereses y ha utilizado las
instituciones nacionales e internacionales para conseguirlo. Esta clase, que
niega la lucha de clases, no ha dejado de luchar como clase contra otros
estratos sociales para conseguir lo que desea.
Con la
convocatoria de la huelga general europea, lo que se plantea es la respuesta de
los “damnificados” a la agresiva política de clase emprendida
internacionalmente por los más ricos del planeta contra todos los que en su
vida dependen de un salario. Es un llamamiento a los trabajadores de todo tipo
para olvidar, por un día, las pequeñas o grandes diferencias identitarias y
culturales, y dar una respuesta unitaria y coordinada a la alianza de las
clases sociales más poderosas y depredadoras de la historia. No sé si
este es un punto de vista conservador o es que soy muy viejo; o ambas cosas.
Noviembre
2012.
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