Good morning, Spain que es different,
pero que muy different
Volvemos a estar enredados en asuntos nimios de gran trascendencia: un partido
de fútbol, que no parece tal sino un conflicto civil extradeportivo, y una
"fiesta" o festejo de toros, mejor dicho con un toro, perseguido
hasta la extenuación en Tordesillas y condenado a morir lenta y dolorosamente a
manos de matarifes aficionados.
La prohibición de la Junta de Castilla y
León de dar muerte al astado ha provocado el enfado de los seguidores de este “arte”,
“deporte”, “atracción de feria” o lo que sea, que, con el alcalde a la cabeza (¡cuánto
trabajo hay por hacer dentro del PSOE!), van a recurrir la medida con el
argumento de que el festejo tiene una tradición de 500 años. Estupendo. Volvamos
al siglo XVI, para que ilumine, con sus oscuridades (el rollo, la picota, la Inquisición,
el derecho de pernada, los mayorazgos, la nobleza de sangre, la expulsión de
judíos y moriscos, etc, etc y el toro de
la Vega, como pasatiempo de una sociedad afortunadamente superada), las mentes
de estos preilustrados o directamente deslustrados ciudadanos, al menos, en sus
ratos de ocio.
El otro asunto importante cae en el
ámbito de la otra fiesta nacional, o nacionalista, que es el fútbol, cuando seguidores
del Futbol Club Barcelona planean desplazarse a Madrid enarbolando banderas independentistas
(esteladas o con estrella) a animar a su equipo en su enfrentamiento con el
Sevilla, en el partido final de la Copa del Rey.
Y el Partido Popular ha vuelto a caer en
la trampa que le han tendido los nacionalistas catalanes. Con argumentos poco
convincentes, la Delegación del Gobierno en Madrid ha prohibido la exhibición
de tales signos, con lo cual ha desatado otra bronca política, que es lo que
deseaban los independentistas para volver a ponerse como víctimas, ardid que tan
buenos resultados les proporciona.
El PP ha respondido de forma automática
y estúpida a una operación orquestada por los foros soberanistas, en vez de
señalar la incongruencia de quienes se jactan de desafiar las leyes, por ser
españolas, pero acatan las convocatorias y las normas del fútbol profesional sin
rechistar.
Se trata de la Copa del Rey, del Rey de
España, Felipe VI, un Borbón por más señas, heredero de aquel Felipe V, que es
la bestia negra para los nacionalistas catalanes. ¿Qué habría sido más lógico para
los nacionalistas que sugerir al Barça que renunciase a competir por un trofeo
tan denigrante? ¿Hay algo más contradictorio que un equipo de fútbol, que es
más que un club por definición, y casi un partido político por conveniencia o
vocación, reciba un trofeo de manos del Jefe del Estado, que es el máximo representante
de la nación que oprime -y roba- a Cataluña? ¿Hay algo más humillante para los “culés”
nacionalistas que recibir, en el mes de mayo, un trofeo de la persona a quien
dicen aborrecer, por lo menos, cada 11 de septiembre? Seamos serios; esto es una broma, ¿no?
La pitada del año pasado (con pitos
financiados por uno de los vástagos de la familia Pujol-Ferrusola) al himno
nacional en la misma final, podría haber anunciado la despedida del Barça de
este torneo, pero no ha sido así porque al Club no le interesa y porque la
incongruencia bien manejada proporciona bazas políticas a los soberanistas
catalanes, ante un partido como el Popular, que, en el problema del
nacionalismo no acierta o se pasa, porque el Tancredismo de Rajoy -laissez faire, laissez passer- no puede
hacer frente a la guerra de rápidos movimientos, en que los nacionalistas
llevan la iniciativa.
La Delegación del Gobierno debería
rectificar y permitir que los seguidores del Barça disfruten de una buena tarde de fútbol, portando las banderas que quieran. Pero supongo que no lo hará;
estamos en campaña electoral y espera que el Partido Popular pueda sacar algún beneficio de ese gesto autoritario. Yerra.
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