jueves, 5 de mayo de 2016

Arendt y Eichman

A propósito de un comentario de Luis Roca Jusmet sobre la película Hanna Arendt

No he visto la película, pero sí leído a Arendt y no me gusta el término banalidad del mal referido a Eichman, porque me parece que casa mal con lo que ella vierte en su obra "Los orígenes del totalitarismo". Quizá, en ese momento, se dejó llevar por la impresión que le produjo Eichman en el juicio, donde la estrategia defensiva pudo ser la de que era un tipo anodino, gris y obediente, que cumplía órdenes, pensando que con eso quedaba exento de responsabilidades y de que ablandaría algo al tribunal. Es lo que dijeron los encausados del 23-F, lo que decía hace pocos días una tarado de ETA, que ejecutaba siguiendo órdenes, y lo que aducen los yihadistas, que matan gente siguiendo el mandato de Alá. Debe ser muy duro haber participado en un proyecto monstruoso y tener que reconocer más tarde que ha habido una implicación personal en él, sin eximentes. 
Eichman no era un ejecutante simple, un segundón, un comandantillo local, un peón de brega del nazismo: era un tipo que había ayudado a poner en marcha una maquinaria poderosísima, primero de política y propaganda, luego militar; era un dirigente, un tipo convencido de lo que hacía y que convencía a sus subordinados para que hicieran lo que él mandaba. Su actuación en el III Reich no era banal, fue criminal; no vamos a creer ahora que todos los jefazos del partido nazi eran unos mandados y que Hitler fue el único responsable del holocausto judío (6 millones de muertos), del holocausto ruso (22 millones de muertos) y del estallido de la II Guerra mundial: antes hubo una larga preparación de mentes y conciencias para poder hacerlo, antes se preparó a la gente en el campo de la cultura (el asalto a la razón lo llamó Lukács) y de los sentimientos (el irracionalismo), luego de la política, necesaria para llegar al Gobierno, que eran condiciones para prepararla para la guerra. Los nazis llegaron al poder por las urnas, no con mayoría absoluta, claro, pero ya habían dejado claro lo que querían hacer. Quizá mucha gente se unió sin saber mucho lo que hacía, otros muchos estuvieron de acuerdo, pero no los dirigentes, los elaboradores, los autores, los impulsores de aquella monstruosidad; los dirigentes no son inocentes, no son banales, tanto si son criminales de guerra como si son corruptos en tiempos de paz.

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