Good morning, Spain, que es different
Murió
Zygmunt Bauman, filósofo y sociólogo polaco, habitante de tres sociedades -capitalista,
socialista, sionista- y, sobre todo, perspicaz observador y crítico de la
sociedad occidental actual.
Con
91 años muy fecundos a la espalda, ha sido testigo durante casi cien años de los
acontecimientos, muchos de ellos vividos y padecidos en propia persona, que nos
han traído a esta época indeterminada, que él denomina “modernidad líquida”,
algunos llaman postmodernidad, por la pérdida de los valores clásicos de la
Ilustración, y otros definen como globalización, por la tendencia expansiva de
la lógica del mercado -la monetarización de la vida- a todo el planeta.
Bauman
percibió claramente las nefastas consecuencias de esta tendencia a plantear la
vida en términos de costes y beneficios, de inversión y rentabilidad, tanto en
la fase de expansión a otras zonas del globo, como dentro de los propios países
desarrollados, sometidos a la tensión impuesta por la permanente innovación
tecnológica impulsada por un capitalismo sin frenos morales ni legales, encabezado
por el dinámico sector financiero, que ha dinamitado relaciones sociales que
hasta ahora parecían estables.
El
crecimiento económico (producción, consumo, basura; excesos y desechos) como meta
suprema de la humanidad, la expansión de las relaciones mercantiles -te doy
para que me des- como modelo ideal del trato entre personas en detrimento de
las relaciones afectivas y desinteresadas, la búsqueda del inmediato beneficio
económico como objetivo y la competencia a cualquier escala, empezando por la
personal, han generado una sociedad individualista e insolidaria, incapaz de
suscitar compromisos duraderos y sin otro horizonte que la búsqueda del dinero,
del éxito personal o de la fama, y a ser posible, las tres cosas a la vez, logradas
además en poco tiempo, pues la prisa es un rasgo sobresaliente de esta era, donde
todo pasa fugazmente y nada parece destinado a durar, pues está marcado por una
tendencia destructiva -como decía el recientemente fallecido John Berger- si
ello reporta beneficio económico al capital privado.
Una
sociedad en estado de continua emergencia, que ha perdido los valores y debilitado
las instituciones -familia, Estado, empresa, partido, congregación- que le
proporcionaban estabilidad, que Bauman ha calificado, con notable acierto editorial,
de “sociedad líquida”, fundando lo que se podría llamar una sociología de la licuefacción
(la “cultura líquida o el “amor líquido”, por ejemplo, son términos que aluden hoy
a la fragilidad de los vínculos, a la fugacidad de las relaciones o al miedo a los
compromisos).
Una
sociedad, en la que todo es efímero, breve, precario, provisional e inestable,
que nos recuerda al Marx del Manifiesto de 1848, cuando señalaba la maldición
que acompañaba a la clase burguesa: “La burguesía no puede existir si no es a
condición de revolucionar constantemente los medios de producción y, por ende,
las relaciones de producción, y con ello, todas las relaciones sociales (…) Una
revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las
condiciones sociales, un movimiento y una inseguridad constantes distinguen la
época burguesa de las anteriores. Todas las relaciones sociales estancadas y
enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas admitidas y veneradas
durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido
osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado…”
Bauman
también nos advierte de que las relaciones sociales directas y cercanas, no se
pueden suplir con la tecnología, por muy avanzada que esté, porque el “click” en
una red social (en realidad una telered) no es un compromiso fiable; no es una
relación, es sólo una conexión.
Por si lo habíamos olvidado, o
si nos habían inducido a olvidarlo, Bauman nos ha indicado que aún vivimos en
el capitalismo y que no es el mejor de los mundos posibles.
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