martes, 10 de enero de 2017

Zygmunt Bauman

Good morning, Spain, que es different
Murió Zygmunt Bauman, filósofo y sociólogo polaco, habitante de tres sociedades -capitalista, socialista, sionista- y, sobre todo, perspicaz observador y crítico de la sociedad occidental actual.
Con 91 años muy fecundos a la espalda, ha sido testigo durante casi cien años de los acontecimientos, muchos de ellos vividos y padecidos en propia persona, que nos han traído a esta época indeterminada, que él denomina “modernidad líquida”, algunos llaman postmodernidad, por la pérdida de los valores clásicos de la Ilustración, y otros definen como globalización, por la tendencia expansiva de la lógica del mercado -la monetarización de la vida- a todo el planeta.
Bauman percibió claramente las nefastas consecuencias de esta tendencia a plantear la vida en términos de costes y beneficios, de inversión y rentabilidad, tanto en la fase de expansión a otras zonas del globo, como dentro de los propios países desarrollados, sometidos a la tensión impuesta por la permanente innovación tecnológica impulsada por un capitalismo sin frenos morales ni legales, encabezado por el dinámico sector financiero, que ha dinamitado relaciones sociales que hasta ahora parecían estables.
El crecimiento económico (producción, consumo, basura; excesos y desechos) como meta suprema de la humanidad, la expansión de las relaciones mercantiles -te doy para que me des- como modelo ideal del trato entre personas en detrimento de las relaciones afectivas y desinteresadas, la búsqueda del inmediato beneficio económico como objetivo y la competencia a cualquier escala, empezando por la personal, han generado una sociedad individualista e insolidaria, incapaz de suscitar compromisos duraderos y sin otro horizonte que la búsqueda del dinero, del éxito personal o de la fama, y a ser posible, las tres cosas a la vez, logradas además en poco tiempo, pues la prisa es un rasgo sobresaliente de esta era, donde todo pasa fugazmente y nada parece destinado a durar, pues está marcado por una tendencia destructiva -como decía el recientemente fallecido John Berger- si ello reporta beneficio económico al capital privado.
Una sociedad en estado de continua emergencia, que ha perdido los valores y debilitado las instituciones -familia, Estado, empresa, partido, congregación- que le proporcionaban estabilidad, que Bauman ha calificado, con notable acierto editorial, de “sociedad líquida”, fundando lo que se podría llamar una sociología de la licuefacción (la “cultura líquida o el “amor líquido”, por ejemplo, son términos que aluden hoy a la fragilidad de los vínculos, a la fugacidad de las relaciones o al miedo a los compromisos).
Una sociedad, en la que todo es efímero, breve, precario, provisional e inestable, que nos recuerda al Marx del Manifiesto de 1848, cuando señalaba la maldición que acompañaba a la clase burguesa: “La burguesía no puede existir si no es a condición de revolucionar constantemente los medios de producción y, por ende, las relaciones de producción, y con ello, todas las relaciones sociales (…) Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, un movimiento y una inseguridad constantes distinguen la época burguesa de las anteriores. Todas las relaciones sociales estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas admitidas y veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado…”  
Bauman también nos advierte de que las relaciones sociales directas y cercanas, no se pueden suplir con la tecnología, por muy avanzada que esté, porque el “click” en una red social (en realidad una telered) no es un compromiso fiable; no es una relación, es sólo una conexión.

Por si lo habíamos olvidado, o si nos habían inducido a olvidarlo, Bauman nos ha indicado que aún vivimos en el capitalismo y que no es el mejor de los mundos posibles.

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