Good evening, Spain que es different
A estas horas, la persona menos indicada
para gobernar un pueblo pequeño habrá llegado a la presidencia del país más
poderoso del mundo.
Trump, un magnate, es un personaje
socialmente atípico, que está muy lejos del ciudadano medio norteamericano y
aún lo está más de esas clases humildes que él se ufana de defender.
Representa el triunfo del hombre blanco,
podría decirse que del hombre blanco, rico, individualista y arrogante, además
de misógino, racista, xenófobo y faltón, pero, sobre todo, el éxito del oportunista.
Llega desde fuera del ámbito político,
de la élite política denostada por él, y avalado por su experiencia personal como empresario en
el sector inmobiliario, una jungla particular dentro de la ley de la selva del
capitalismo salvaje, ha demostrado que en su concepción de la política todo vale para
ganar.
Su
nula experiencia política y su soberbia le llevan a creer que puede gobernar Estados Unidos como si fuera una de sus empresas, pero una empresa que puede quebrar, pues tiene
varias quiebras en su haber, y que además no paga impuestos. Ese es el experimental modelo
que aguarda a los norteamericanos (y al resto del mundo).
Trump percibe el declive económico y
político norteamericano y la configuración un orden internacional distinto,
surgido de la progresiva ruptura de la bipolaridad de la segunda postguerra y
de la emergencia de nuevos y potentes actores. Pero, en vez de admitir que tal
configuración no puede estar dirigida sólo por hombres blancos occidentales y
que son imprescindibles los tratados multilaterales para atender a desafíos que
ya son mundiales, entre ellos el cambio climático, Trump sueña con restaurar la
hegemonía industrial y militar de EE.UU. de los años cincuenta y, paradójicamente,
regresar al aislamiento.
Ha vuelto a poner al día la posición de
G. W. Bush jr. y los neocons de no respetar las instituciones internacionales (“Gracias
a Dios, la ONU ha muerto”, afirmaba Richard Perle, en 2003) para poder actuar
soberanamente y establecer tratados bilaterales desde una posición de fuerza y,
a la vez, rearmarse aumentando el presupuesto del Pentágono.
Afirma que quiere hacer unos Estados
Unidos más grandes que nunca, pero, en la práctica, su orientación política es
la contraria, pues concibe un país más pequeño y cerrado sobre sí mismo, como
un fortín de verdaderos rostros pálidos -“Fort Trump”-, acorralado por un
tropel de demócratas, progresistas, mejicanos, feministas, soldados veteranos, negros,
hispanos, inmigrantes, musulmanes, minusválidos, funcionarios, ecologistas,
pacifistas, beneficiarios del Obamacare, empresarios desindustrializadores, yihadistas,
periodistas, artistas de Hollywood y burócratas de Washington, seguidos por el
resto del mundo, menos Putin y Marine Le Pen.
El nuevo mandatario del país aún más
poderoso del planeta percibe el orden internacional con los infantiles ojos de
un lector de tebeos, seducido por un híbrido personaje formado por Astérix, Superman
y el general Custer.
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