Good morning, Spain que es different
En virtud de un complejo, injusto y
anticuado sistema electoral, Donald Trump, con 62.980.000 votos populares y 304
votos electorales recibidos, 241 diputados en la Cámara de Representantes y 52
senadores, resultó vencedor en las elecciones del pasado noviembre y se ha
convertido en el 45º Presidente de los Estado Unidos.
Hillary Clinton perdió con más votos
populares, 65.845.000 (6,5 millones menos que Obama) y 227 votos electorales,
obtuvo 194 representantes y 46 senadores.
Los inscritos para votar fueron
231.557.000 personas; los votantes: 137.054.000, la participación fue del 55,4%
(desde 1972 no ha sobrepasado el 60%).La población total de Estados Unidos es
de 324.289.000 personas.
Donald Trump es un hombre blanco de 70
años (pocos días le faltaban a Reagan para cumplirlos cuando llegó a la Casa
Blanca), millonario, como otros recientes candidatos republicanos (Gingrich y
Romney). Es rico por herencia -su fortuna se estima en 3.500 millones de
dólares, repartidos en multitud de empresas-, arrastra varias quiebras y se
jacta de no pagar impuestos (según algunos, es un estratega en burlar al fisco),
no ha presentado su declaración de la renta en la campaña electoral y tiene
intereses empresariales en una veintena de países.
Todo ello no ha sido obstáculo para
presentarse ante los electores como un rico extravagante, rebelde y generoso, enfrentado
al “establishment”, a los liberales (progresistas) demócratas y a los “burócratas
de Washington”; una especie de versión adinerada y demagógica de Robín Hood.
“¿Quién queréis que gobierne América: la
clase política corrupta o la gente?” Preguntó a sus seguidores la noche
electoral. Y la respuesta de la gente fue obvia: la gente, o sea, él, un
empresario millonario, que evade impuestos, como mejor representante de la
gente que trabaja y está al día con el fisco.
Es difícil entender su meteórica carrera
política, que, desde fuera del ámbito político, le ha llevado en muy poco
tiempo a la Casa Blanca, pero Trump no era una persona desconocida.
Como Reagan, que era una cara familiar
por el cine y la televisión, Trump, antes de ser candidato a la presidencia, ya
era famoso por un programa de televisión (El aprendiz) y por sus apariciones en
la prensa, en la de negocios y en la rosa.
Un tipo multimillonario, que tiene su propio programa de televisión, que aparece
rodeado de bellas mujeres, posee un rascacielos en el centro de Manhattan y
presta su nombre a otros edificios repartidos por el mundo (la marca Trump), es de sobra conocido y
envidiado, pues ofrece la imagen del triunfador. Y en cierta medida corrobora
el dicho de que cualquiera (menos una mujer) puede llegar a presidente, aunque
sea un sujeto impresentable.
Trump es un tipo narcisista, soberbio, y
temible, según quienes le conocen, que tiene perfectamente asimiladas las vejatorias
formas de trato que cree que le permite su elevada posición en la escala social:
es rico, es un jefe; manda, es un triunfador. Y ante eso hay que doblegarse,
porque Trump ha emprendido esta carrera para ganar, para ser el número uno,
porque el resto no cuenta, según la acrisolada doctrina de los neoliberales de
llegar a lo más alto y hacerlo en poco tiempo.
Trump ha llegado a la política para
ganar y también para hacerlo a su manera -My
way, ¿recuerdan?-, según sus propias y cambiantes reglas, que no son fijas
ni limpias porque es un oportunista. Su, iba a decir filosofía pero dudo que
sepa lo que es, su actitud en la vida es la de ganar como sea. Y de casta le
viene al galgo, ya que viene de una familia de triunfadores que llegaron
bastante arriba partiendo de bastante abajo. Nieto de emigrantes europeos, su
abuelo regentó un burdel, y quizá de las historias que contaba el abuelito sacó
el pequeño Donny sus cavernarias ideas sobre las mujeres.
Así,
pues, la primera conclusión a extraer antes de empezar a gobernar es que Trump,
ya en la campaña electoral, ha roto las reglas de juego político, no sólo hacia
los adversarios, sino hacia los votantes, hacia los propios y hacia los demás.
Ha venido a mostrar, y de momento lo ha conseguido, que se puede ganar de
cualquier manera; que todo vale con tal de ganar, porque si no se vence, el
resultado no vale. Más aún, no basta con derrotar al adversario, sino que hay
que destruirlo, incluso acusándolo de traición o metiéndolo en la cárcel. Para
encontrar apoyo electoral a esos propósitos hace falta crear mucha tensión
social, suscitar oposición, polaridad. Ya veremos luego cómo se alivia eso.
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