Hace
unos días falleció César Alonso de los Ríos, al que quizá recuerden los más
viejos del lugar, periodista importante en otro tiempo, que en los últimos años
o bien guardaba silencio o era silenciado en los medios de información que yo
frecuento. Fernando Jáuregui, que le trató de cerca, en una larga nota
necrológica (El País, 2/5/2018), dice
que murió solo y entristecido, amargado por el problema territorial.
Alonso
había formado parte de la gavilla de periodistas de la izquierda antifranquista,
del PCE o cercanos al PCE, que, en el ocaso de la dictadura y durante la
Transición, ejercieron críticamente su oficio en revistas como “Triunfo” y “La
calle”. Luego, pasado el sarampión de los agitados años de la reforma, evolucionó,
como otros, hacia la derecha.
Desencantado
de un PCE en crisis permanente, se acercó al PSOE, que, a su vez, con la
degeneración de los últimos años del “felipismo”, le empujó a la derecha sin
complejos. Y, como en otros casos, en esta evolución, la dubitante posición de
la izquierda ante el pujante nacionalismo tuvo gran importancia.
Dejó
constancia de ello en un libro, “La izquierda y la nación. Una traición
políticamente correcta”, publicado en 1999, en el que, con ciertos excesos,
hacia un repaso de las posiciones teóricas e ideológicas de la izquierda sobre
la cuestión nacional, desde la etapa de la II República y la guerra civil hasta
que se plasmaron políticamente en el período constituyente, y aún después.
Para
Alonso, el modelo autonómico del “café para todos”, fue una solución de
compromiso que no podía definir de manera duradera la configuración territorial
del Estado español, ya que, mientras duró la discusión del texto constitucional,
la presión de los nacionalistas catalanes y vascos, incentivada por el
incremento la actividad terrorista de ETA, se vio favorecida por la indecisión
de la izquierda, o de las izquierdas, que oscilaban entre el derecho de
autodeterminación de las naciones, como posición de principio, y un indefinido modelo
federal hacía el futuro, del cual el Estado de las autonomías podría ser un
primer paso.
No
obstante, el Título VIII de la Constitución, como solución de consenso entre el
centralismo y la periferia, o entre los partidos de implantación nacional y los
partidos nacionalistas, o entre los partidarios de la ruptura con el régimen franquista
y los defensores de la reforma -la “ruptura pactada” o la “reforma pactada”,
según se mirase-, y, claro está, entre la derecha y la izquierda, había dejado “entreabierto
de forma voluntaria” lo que Alonso, en la página 133 del libro, llama un “portillo”,
por el cual, podría entrar el caballo de Troya de las demandas nacionalistas.
Este
“portillo”, como había señalado por Solé Tura, era la Disposición Adicional
Primera, “una bomba con espoleta retardada”, que podía ser utilizada para hacer
tambalear todo el edificio, “si algún día los nacionalistas vascos quisieran
aprovecharla”. Dicha disposición señala lo siguiente: “La Constitución ampara y
respeta los derechos históricos de los territorios forales. La actualización
general de dicho régimen foral se llevará a cabo, en su caso, en el marco de la
Constitución y de los Estatutos de Autonomía”.
Utilizada
con deslealtad o mala fe, la Disposición puede chocar directamente con el
espíritu y con la letra de los artículos 138 y 139 de la Constitución, en el
sentido de romper con la igualdad de derechos y obligaciones en cualquier parte
del territorio español, con la libertad de circulación y establecimiento de
personas y bienes, con el equilibrio económico entre regiones y con la ausencia
de privilegios de unas comunidades autónomas sobre otras.
El
libro, que no sigue un orden cronológico sino que es diverso en el tratamiento
de la temática, sigue la pista de las posiciones de la izquierda hasta el momento
de ser editado, pero deja al margen la postura de la derecha, cuya posición cerrada,
a la vez que oportunista y desleal, ha tenido también mucha importancia en la
evolución de este problema.
En su día, quizá por el
desagrado que me produce la palabra “traición” -“de la traición a la transición”,
por ejemplo- consideré poco ponderada la crítica de la izquierda, pero en vista
de cómo han venido sucediendo las cosas en este asunto, en los casi veinte años
transcurridos desde que se publicó, algunas ideas vertidas en las páginas
finales han cobrado pavorosa actualidad, por lo cual, el libro, que acabo de hojear,
merece una segunda lectura más atenta. Ya les contaré.
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