jueves, 10 de mayo de 2018

Civilización

A propósito de las respuestas a un texto de Montse AC sobre las élites mundiales.

No veo que esa élite de privilegiados del mundo se haya puesto como contrapunto del nacionalismo sectario. Ambas cosas coinciden y el nacionalismo puede ser una reacción a lo otro. Pero pocas cosas entenderemos si no tenemos en cuenta que ambos fenómenos pertenecen a la misma civilización. Vivimos en una determinada civilización de corte occidental que tiende a expandirse, en una etapa histórica caracterizada por sus valores morales y religiosos y sus principios políticos, por su modo de entender la vida y la muerte, el pasado y el futuro, por la forma de producir, de distribuir, de consumir y de repartir la riqueza producida; por sus metas y sus recompensas, por sus costumbres y formas de vida y trabajo, por su modo de hacer negocios y hasta de divertirse, que por primera vez, gracias al gran desarrollo de la tecnología y de la información, ha logrado transmitir a millones de personas la importancia de derechos para toda la humanidad y detectado problemas que afectan a millones de seres con independencia de la parte del globo en la que vivan, aunque de esto todavía ni los mejor informados somos conscientes del todo. Es decir, que se plantea resolver problemas a escala planetaria. Y esta civilización fundada sobre valores políticos como la democracia, la representación política, el respeto a los derechos individuales, etc, etc, está, paradójicamente, gobernada, o mejor, instrumentalizada, por una selecta minoría multinacional, multirracial y multiconfesional, que podríamos decir es la auténtica y verdaderamente soberana. Y ante eso, problemas, problemillas, como los que se plantean los independentistas catalanes, parecen cosas salidas de un barrio de Gerona, nimiedades, paleterías, que llevan, sean conscientes de ello o no sus dirigentes, a deshacer una labor milenaria emprendida por algunas partes de la humanidad para salir de la tribu y construir grandes naciones y estados sólidos; es decir, instituciones, formas políticas estables (de ahí viene el nombre lo stato), por encima de los avatares de quienes gobiernan.

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