domingo, 20 de mayo de 2018

President


Por fin Cataluña tiene President. A los nacionalistas les ha costado cinco meses encontrar una persona que pueda ejercer el cargo. Dado el tiempo transcurrido desde las elecciones y los ardides seudolegales empleados para intentar colocar en la Generalitat a un presidente huido de la justicia y que además reside en el extranjero, Joaquim Torra parece el candidato más presentable que tienen a mano, pues ha concitado también el apoyo, indirecto y calculado pero eficaz para el objetivo perseguido, de la CUP; esa extravagante fuerza de ultraizquierda, que desde que comenzó el “Procés” apoya sin desmayo a la derecha radical, racista y clerical catalana.
En la toma de posesión, los nacionalistas han desestimado el protocolo habitual para seguir el guion vodevilesco con el que intentan demostrar a cada paso que son diferentes y que Cataluña no es España.
Han renunciado al salón de plenos, a los discursos de rigor y al ritual traspaso de poderes, pues la ceremonia ha tenido lugar en una sala presidida por una imagen de la Virgen de Montserrat, con la asistencia de una docena de personas de las más allegadas. No asistieron los anteriores presidentes, ni los grupos parlamentarios, ni hubo periodistas independientes o no afines, ni tampoco representantes del Gobierno central, ya que Torra exigió la presencia de una persona con rango inferior al de ministro. Condición que fue rechazada.
Así, pues, desprovisto de cualquier solemnidad, en aras de la “sencillez”, de la brevedad -apenas cinco minutos- y de la eficacia -no hay que perder un minuto en bobadas, mientras espera la República-, Torra tomó posesión del cargo de presidente autonómico sin acatar la Constitución y prometiendo fidelidad al pueblo de Cataluña, cualquiera que sea éste, en cantidad y en cualidad, en el imaginario del “molt Honorable”, porque el partido más votado fue Ciudadanos, dirigido por una txarnega y además guapa, aunque sus ancestros procedan de la degradada raza semítica del sur de la península. Lo cual representa una afrenta a la supremacía catalana, que es uno de los ejes del furibundo ideario del nuevo President. 
Concluido el acto, lejos de la ansiada normalidad que tantos ciudadanos desean, en Cataluña sigue reinando el esperpento con un nuevo presidente calificado de provisional por el anterior, que es quien lo ha designado, y degradado por él mismo cuando considera a Puigdemont el “legítimo President”, con lo cual sólo cabe concluir que Torra se considera un presidente “ilegítimo” en este régimen bicéfalo, que establece un mando en Germania y otro en la Marca Hispánica, subordinado al primero, como en tiempos de Carlomagno. Puede que esté ahí la explicación de la brevedad y el tono de trámite burocrático que tuvo la ceremonia.
De este modo, Torra da por bueno el argumento de Puigdemont de no reconocer el resultado de las elecciones de diciembre de 2017, efectuadas al amparo del artículo 155 de la Constitución. Pero, desde el momento en que Puigdemont y su partido concurrieron a los comicios, legitimaron la convocatoria electoral y recibieron su legitimidad política del resultado de las urnas.
Puigdemont no está perseguido por la ley por concurrir a unas elecciones, ni por haber defendido la independencia ni por opinar a favor de la secesión de Cataluña, sino por haber preparado concienzudamente el camino sin tener competencias para ello y por intentar llevarla a cabo, desoyendo de manera reiterada los llamamientos del Tribunal Constitucional para que no lo hiciera, que es en lo que disienten los nacionalistas y algunos juristas, que parecen inclinarse por la indulgencia: lo intentó pero no lo consiguió, así que no ha pasado nada.
Quim Torra, President provisional designado por el Ausente, ha afirmado que gobernará para todos los catalanes. No es mal deseo, pero teniendo en cuenta su labor en Omnium Cultural y como comisario del Born, y conociendo cómo piensa y cómo siente, es de temer que la supremacía racial, proclamada en decenas de sus artículos, se convierta en la doctrina de Estado que guíe su mandato y configure el armazón ideológico y político de la futura República.
La verdad es que da un poco de vértigo, pero no hay que desesperar, sino esperar y ver. Torras más altas han caído.

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