Por
fin Cataluña tiene President. A los nacionalistas les ha costado cinco meses
encontrar una persona que pueda ejercer el cargo. Dado el tiempo transcurrido
desde las elecciones y los ardides seudolegales empleados para intentar colocar
en la Generalitat a un presidente huido de la justicia y que además reside en
el extranjero, Joaquim Torra parece el candidato más presentable que tienen a
mano, pues ha concitado también el apoyo, indirecto y calculado pero eficaz
para el objetivo perseguido, de la CUP; esa extravagante fuerza de
ultraizquierda, que desde que comenzó el “Procés” apoya sin desmayo a la
derecha radical, racista y clerical catalana.
En
la toma de posesión, los nacionalistas han desestimado el protocolo habitual
para seguir el guion vodevilesco con el que intentan demostrar a cada paso que
son diferentes y que Cataluña no es España.
Han
renunciado al salón de plenos, a los discursos de rigor y al ritual traspaso de
poderes, pues la ceremonia ha tenido lugar en una sala presidida por una imagen
de la Virgen de Montserrat, con la asistencia de una docena de personas de las
más allegadas. No asistieron los anteriores presidentes, ni los grupos
parlamentarios, ni hubo periodistas independientes o no afines, ni tampoco
representantes del Gobierno central, ya que Torra exigió la presencia de una
persona con rango inferior al de ministro. Condición que fue rechazada.
Así,
pues, desprovisto de cualquier solemnidad, en aras de la “sencillez”, de la
brevedad -apenas cinco minutos- y de la eficacia -no hay que perder un minuto
en bobadas, mientras espera la República-, Torra tomó posesión del cargo de presidente autonómico sin
acatar la Constitución y prometiendo fidelidad al pueblo de Cataluña,
cualquiera que sea éste, en cantidad y en cualidad, en el imaginario del “molt
Honorable”, porque el partido más votado fue Ciudadanos, dirigido por una
txarnega y además guapa, aunque sus ancestros procedan de la degradada raza
semítica del sur de la península. Lo cual representa una afrenta a la
supremacía catalana, que es uno de los ejes del furibundo ideario del nuevo
President.
Concluido
el acto, lejos de la ansiada normalidad que tantos ciudadanos desean, en
Cataluña sigue reinando el esperpento con un nuevo presidente calificado de
provisional por el anterior, que es quien lo ha designado, y degradado por él
mismo cuando considera a Puigdemont el “legítimo President”, con lo cual sólo
cabe concluir que Torra se considera un presidente “ilegítimo” en este régimen
bicéfalo, que establece un mando en Germania y otro en la Marca Hispánica,
subordinado al primero, como en tiempos de Carlomagno. Puede que esté ahí la
explicación de la brevedad y el tono de trámite burocrático que tuvo la
ceremonia.
De
este modo, Torra da por bueno el argumento de Puigdemont de no reconocer el
resultado de las elecciones de diciembre de 2017, efectuadas al amparo del
artículo 155 de la Constitución. Pero, desde el momento en que Puigdemont y su
partido concurrieron a los comicios, legitimaron la convocatoria electoral y
recibieron su legitimidad política del resultado de las urnas.
Puigdemont
no está perseguido por la ley por concurrir a unas elecciones, ni por haber
defendido la independencia ni por opinar a favor de la secesión de Cataluña,
sino por haber preparado concienzudamente el camino sin tener competencias para
ello y por intentar llevarla a cabo, desoyendo de manera reiterada los
llamamientos del Tribunal Constitucional para que no lo hiciera, que es en lo
que disienten los nacionalistas y algunos juristas, que parecen inclinarse por
la indulgencia: lo intentó pero no lo consiguió, así que no ha pasado nada.
Quim
Torra, President provisional designado por el Ausente, ha afirmado que
gobernará para todos los catalanes. No es mal deseo, pero teniendo en cuenta su
labor en Omnium Cultural y como comisario del Born, y conociendo cómo piensa y
cómo siente, es de temer que la supremacía racial, proclamada en decenas de sus
artículos, se convierta en la doctrina de Estado que guíe su mandato y
configure el armazón ideológico y político de la futura República.
La verdad es que da un poco de
vértigo, pero no hay que desesperar, sino esperar y ver. Torras más altas han
caído.
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