Se cumple este año el quincuagésimo aniversario
de los fenómenos de agitación juvenil y movilización social que, en 1968, emergieron
de forma espectacular en varios continentes, con la particularidad de que, en
Occidente y en Japón, se produjeron en países desarrollados, con regímenes políticos
estables y sistemas económicos boyantes.
Con el telón de fondo de la guerra de Vietnam,
la revolución cultural en China, la “desestalinización” en el bloque socialista,
los ecos de la revolución cubana, las guerrillas y los golpes militares en América
Latina, las guerras de liberación en África, la tensión entre Estados Unidos y la
URSS y, en Occidente, instalado en el neocapitalismo y la sociedad de consumo, con
la banda sonora de la música pop, el rock, el folk, de los Beatles, Dylan y la
canción protesta…“sesentaiochos” hay muchos.
El año 1968 es un año rico en acontecimientos
mundiales en una década que también lo es, pero referido a los movimientos de
protesta están el 68 francés, estudiantil, libertario y parisino; el checoslovaco,
en sentido contrario, por el final manu
militari de la primavera de Praga, o el dramático y mejicano, por la
matanza de estudiantes perpetrada también manu
militari en la plaza de Tlatelolco, y también el español, el japonés y,
claro, el norteamericano, que es el mayor, por la magnitud y el dramatismo de
los sucesos ocurridos ese año.
Acontecimientos que llegan precedidos de otros,
que han quedado a la sombra del 68, como “la noche de los bastones largos” en
Argentina y la actividad de los “krakers” y los “provos” en Amsterdam, en 1966,
o la comuna de Berlín o la pujante emergencia del movimiento obrero en España,
en 1967, a los que seguirán de modo inmediato, el “cordobazo” argentino y el
otoño caliente italiano en 1969, que anuncian la radicalidad del movimiento
obrero y las respuestas violentas y desesperadas de las izquierdas más
extremas.
Actos, libros y otras publicaciones celebran el
cincuentenario, como así ha ocurrido casi en cada año terminado en ocho.
Recuerdo la primera efeméride, a los veinte años de los hechos, en un curso de cinco
días en la Universidad de Verano de El Escorial, que, por los ponentes, algunos
franceses, y por el entusiasmo y curiosidad de los participantes, dio para
mucho. Desde entonces, creo yo, se ha abusado de la visión nostálgica y de las
memorias sobre los hechos de los principales protagonistas, pero el tiempo ha
pasado de manera inexorable y de poco vale añorar los años de juventud, en los
que todo ofrece un aspecto nuevo, que, luego, dolorosamente, se va perdiendo a
medida que este viejo mundo va mostrando su edad y que, en el orden humano (o inhumano)
que construimos como podemos, hay pocas cosas realmente nuevas bajo el mismo sol.
Así, que vamos a mirar aquellos sucesos teniendo en cuenta el tiempo
transcurrido y desde el punto de vista de las tendencias generales, pues, al
fin y al cabo, no podemos librarnos de la dimensión temporal ni dejar de estar influidos
por la perspectiva global.
De la protesta juvenil, de la insubordinación
ciudadana, del afán por cambiar las cosas tanto en países del área capitalista
como del área socialista, la primera idea a destacar es la ruptura del orden internacional,
erigido sobre dos bloques ideológicos y dos modelos económicos opuestos, establecido
después de la II Guerra mundial; el orden político, militar, económico y
financiero, acordado en las conferencias de Bretton Woods (julio, 1944), Yalta (febrero,
1945), Postdam (julio, 1945) y San Francisco (abril-octubre, 1945), y las
organizaciones que lo habrían de mantener (ONU, Banco Mundial, FMI) y, en 1949,
la OTAN.
Los sucesos del 68, tomando ese año como
modelo, expresan, en el occidente capitalista, el malestar de las generaciones
de postguerra ante la sociedad en que les ha tocado vivir y el papel que les
aguarda en ella -vivir para trabajar, trabajar para consumir-, de ahí viene el
gran rechazo al mundo adulto, al mundo recibido, del que habla Marcuse en “El
hombre unidimensional” y en “El final de la utopía”.
Y en los países socialistas, el rechazo al
modelo de gestión burocrática, a la uniformidad ideológica señalada por el
partido único, a la subordinación a los intereses de la URSS y a la falta de
libertades. Para unos y para otros, el mundo debe cambiar, aunque nadie sabe
muy bien hacia dónde ni cómo hacerlo, pero lo importante es intentarlo.
Continuará.
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