jueves, 30 de junio de 2016

La transfiguración de Podemos

Good morning, Spain, que es different

O el mal viaje de Pablo a Damasco, que también podría ser el título de esta prometida reflexión sobre Podemos, cuya demora en la entrega espero sepan disculpar mis escasos lectores, pero a veces uno no es dueño de su propia agenda.
Mientras tanto, han salido algunas explicaciones sobre el asunto, que, desde fuera de Podemos, atribuyen la responsabilidad principal a Pablo Iglesias o bien a una campaña que no ha convencido a muchos de los esperados votantes (“no ha calado” o “le han calado”) y desde dentro de Podemos parte del desaguisado se atribuye a la campaña desatada por la derecha y los "medios" en su contra, que no es cruenta, como ha dicho una de portavoces, pero eso ya se esperaba. También se atribuye a la organización, pero hay que recordar que lo organizativo va después de lo político, que es lo fundamental. 
En mi modesta opinión, el problema principal reside en que es difícil saber qué tipo de partido es “Podemos” y hacia dónde se dirige, y no me refiero sólo a la Moncloa, cuando llegue.
Podemos apareció públicamente con un discurso transversal, de tipo populista, que rompía, por inútil, con el eje izquierda y derecha, y enfrentaba a los de abajo, la gente, el pueblo, con los de arriba, la élite, la casta corrompida; defendía los cambios radicales (“asaltar los cielos”) dentro del país y redefinir su relación con el exterior (salir del euro y de la OTAN) y mostraba, al mismo tiempo, mucha prisa y una gran ambición: salir a ganar en solitario y llegar pronto al gobierno (no como Izquierda Unida, que se había dormido en la oposición). 
En las elecciones europeas, recién fundado, obtuvo cinco diputados y sus dirigentes dijeron haber recibido votos de todo el espectro político, incluso de la derecha, lo que pareció confirmar el acierto de su definición transversal.
Pero la aparición de Ciudadanos ocupó un espacio en el centro derecha y desplazó a Podemos hacia la izquierda, lo que obligó a suavizar su mensaje de cara a las elecciones municipales y autonómicas -que no eran las suyas; su objetivo eran las generales-, para no quedar arrinconado donde convenía a la derecha, y, al aceptar la coalición con fuerzas locales y regionales, el discurso inicial se modificó aún más, se hizo más pragmático y el soberanismo local se unió al populismo.
La necesidad de ampliar el espectro para ganar en cuota electoral en las elecciones generales, y su pretensión de superar al PSOE, como había superado a IU, implicaba arrebatarle votantes criticándole y asumiendo, a la vez parte de su discurso para quedarse como la única alternativa de centro izquierda frente al PP y a su posible aliado Ciudadanos. Los resultados de las elecciones del 20/12/2015 no cumplieron esa expectativa, y el rechazo a dialogar con Ciudadanos y a apoyar la investidura de Sánchez a la presidencia del Gobierno abocaron, junto con la jugada de Rajoy de hacerse el muerto, a nuevas elecciones.
Lo realizado en los últimos meses ha sido el intento de remendar el desgarrón con el PSOE y ampliar todo lo posible el abanico de votantes para ofrecerse como la única alternativa al partido de Rajoy. Así lo afirmaba Pablo Iglesias en un artículo (“Somos la alternativa al PP”, "El País", 4/6/2016), que al parecer se creyeron todos los confeccionadores de encuestas.  
Pero aspiración a presentar Podemos como la alternativa al PP implicaba ocupar el espacio de los demás partidos a la izquierda de Ciudadanos; de ahí el repentino “descubrimiento” de Pablo Iglesias como socialdemócrata y fundador de la recién aparecida "cuarta socialdemocracia", tras el fracaso de la “tercera” (la Tercera Vía de Blair, Schroeder, Jospin, Zapatero) y, en un ejercicio digno del lema circense “más difícil todavía”, establecer una alianza electoral con Izquierda Unida (antes despreciada como partido de “gruñones”).
De todo ello lo que resulta es un gazpacho ideológico, pues a la vaguedad del populismo, a la adscripción soberanista -en clave valenciana, catalana, vasca, gallega y lo que venga-, se une el perfil, más consistente a pesar de su crisis, de la socialdemocracia y sobre todo del comunismo, al que Izquierda Unida no ha renunciado. 
Esta coyuntural alianza es vista con desconfianza tanto por los socialistas como por los comunistas (del PCE y una parte de IU), enfrentados, ambos, desde 1921, a raíz de las exigencias de la III Internacional, y por recelos suscitados en la Transición y después (los “olvidos sociales” de la socialdemocracia traidora, para los comunistas, y la pinza de Anguita con Aznar, para los socialistas).
Este drástico cambio de rumbo, intentando sumar lo sumable y lo insumable, efectuado en muy poco tiempo por Iglesias (imagino que seguido, avalado o sugerido por su “comité central”) y acentuado durante la campaña electoral (con apelaciones a la república, a la patria, a la dictadura, a la memoria, a la sonrisa, etc, etc), no ha sido explicado a los seguidores de Podemos, salvo con la intención de ganar y sacar al PP del gobierno, pero no aporta claridad política. Recordemos que Podemos se presentó como una fuerza política nueva y distinta para hacer política de una manera diferente a “la vieja política”, en una situación de deterioro institucional, calificada como “crisis del régimen del 78”, que había que reemplazar por un proceso constituyente. Desde fuera del sistema, se ofrecía a transformar el sistema, ahora parece que sólo aspirar a entrar en él a costa de renunciar a partes importantes del programa transformador.   
Demasiado cambio en tan poco tiempo. Un partido puede cambiar cuando llega al gobierno; suele ser transformado por el ejercicio del poder, pues se ve obligado a adaptarse al ritmo de lo que las instituciones (y el presupuesto) permiten, y necesariamente pierde parte del perfil original. Por eso hay partidos que no quieren gobernar para conservar la radicalidad y la pureza originarias, pues estar en la oposición permite ser más crítico y radical que cuando se gobierna y, de paso, eludir la responsabilidad que implica adoptar decisiones que afectan a millones de personas. 
Lograr mayorías exige eso, negociar, ceder, pero sabiendo en qué se cede, para no perder la orientación fundamental. Pero en Podemos es temprano para realizar un balance sobre ese trance, ya que apenas lleva un año en las instituciones locales. Podemos ha sufrido un cambio de orientación importante, pero no dentro de las instituciones sino para poder entrar en ellas.
En una situación de gran confusión ideológica, cuando parte de la población sufre todavía las consecuencias de una recesión económica no superada y se anuncian nuevos sacrificios, Podemos no aporta claridad, ni señala una dirección a seguir ni esboza siquiera un modelo aproximado de sociedad. Se diría que siendo utópico en muchas de sus opiniones, carece de un modelo de sociedad utópica.
Estamos perdidos, lo afirmo en un libro (“Perdidos. España sin pulso y sin rumbo”) y lo que la gente necesita en esta coyuntura son voces que sirvan de guía, programas que hagan de brújula, de mapas, hojas de ruta o, al menos, marquen un impreciso un destino al que encaminarse, que no sean los nuevos recortes, las nuevas medidas de austeridad y los nuevos casos de corrupción, que garantiza la “Marca España”. Pero nadie lo ofrece, y tampoco Podemos. 

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