lunes, 27 de junio de 2016

El tortazo

Good morning, Spain, que es different

Desde la irrelevancia política que tiene opinar en este modesto rincón, he apuntado en ocasiones algunas críticas a actuaciones de Podemos señalando lo que me parecían errores que se debían corregir. No he querido cargar las tintas ni hacer sangre antes de las elecciones, pero tanto en público como en privado he aconsejado calma, esperar y ver, o he cedido con un ¡ojalá! a las opiniones entusiasmadas de amigos y conocidos, que, seducidos por el triunfalismo de los dirigentes de la formación, respaldado por los vaticinios de las encuestas, albergaban una desmedida esperanza sobre el resultado electoral que para mí carecía de fundamento.
Partiendo de las expectativas declaradas por el principal dirigente de un partido nacido para ganar, no como la vieja izquierda que se conformaba con perder año tras año, los resultados del 26-J-2016 son decepcionantes, pues expresan un doble fracaso: el de no ser el partido más votado, mérito que sigue conservando contra toda lógica democrática el Partido Popular, y el de no haber superado al PSOE; el “sorpasso” acaba en un fenomenal tortazo. De momento, el nuevo partido que venía a cambiar la noción misma de la política en España ha fagocitado a Izquierda Unida, que es como alancear un moro muerto, según el viejo refrán castellano, y ha facilitado, no sólo él, claro está, el triunfo del Partido Popular y abre la puerta a que pueda volver a gobernar Mariano Rajoy, aunque no lo tiene fácil.
La campaña electoral ha tratado, inútilmente, de corregir la actitud sectaria y prepotente de Pablo Iglesias respecto al PSOE y a Ciudadanos, recurriendo a un exceso de zalamerías, que no han podido borrar lo hecho y lo dicho en el mes de marzo. El momento dramático era aquel, cuando el nuevo partido, que representaba la nueva política, debía mostrar que era digno de la confianza de los electores y avenirse a formar gobierno con lo que había, pero prefirió darse otra oportunidad con una maniobra digna de juego de tronos. Lo que sucede es que a la gente, al menos a una parte de la que vota a la izquierda, no le gustan las tácticas que juegan con sus necesidades y las ponen detrás de los intereses de los dirigentes de un partido, aunque sea el suyo. Eso es vieja política, muy vieja política.     
La pérdida de un millón de votos ha sido el precio pagado por las “líneas rojas”,  la alusión a la “cal viva” y el desdén con que Pablo Iglesias trató a Sánchez y al PSOE y a Rivera y a Ciudadanos. Y ante lo dicho y lo hecho en el momento crucial para el país en que se trataba de formar un gobierno que sustituyera al peor gobierno de la etapa democrática, las reiteradas ofertas al PSOE a pactar después, la escenografía de la mano tendida, el acuerdo del beso, la repentina vocación socialdemócrata, las amables alusiones a Zapatero (el mejor presidente de la democracia), el vídeo de la sonrisa o el catálogo-programa Ikea-style han servido de poco; muestran imaginación, capacidad innovadora, dominio del marketing, habilidad para colocarse bajo los focos y una concepción comercial de la política, que no es nueva, aunque sí más atrevida, pero al mismo tiempo trivial, teatral.
Con mucha prisa, como todo lo que ocurre en Podemos, Pablo Iglesias ha querido cambiar, pero mucha gente no le ha seguido, no le ha creído o no acepta la rápida mutación de un partido radical, que aparece, en 2014, para acabar con el régimen del 78, y apenas dos años después maniobra con denuedo para auparse y gobernarlo desde una posición hegemónica.
Mañana hablaré de este drástico cambio de orientación.  

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