Good morning, Spain,
que es different
Desde la
irrelevancia política que tiene opinar en este modesto rincón, he apuntado en
ocasiones algunas críticas a actuaciones de Podemos señalando lo que me
parecían errores que se debían corregir. No he querido cargar las tintas ni
hacer sangre antes de las elecciones, pero tanto en público como en privado he
aconsejado calma, esperar y ver, o he cedido con un ¡ojalá! a las opiniones entusiasmadas
de amigos y conocidos, que, seducidos por el triunfalismo de los dirigentes de
la formación, respaldado por los vaticinios de las encuestas, albergaban una desmedida
esperanza sobre el resultado electoral que para mí carecía de fundamento.
Partiendo
de las expectativas declaradas por el principal dirigente de un partido nacido
para ganar, no como la vieja izquierda que se conformaba con perder año tras
año, los resultados del 26-J-2016 son decepcionantes, pues expresan un doble
fracaso: el de no ser el partido más votado, mérito que sigue conservando contra
toda lógica democrática el Partido Popular, y el de no haber superado al PSOE;
el “sorpasso” acaba en un fenomenal tortazo. De momento, el nuevo partido que
venía a cambiar la noción misma de la política en España ha fagocitado a Izquierda
Unida, que es como alancear un moro muerto, según el viejo refrán castellano, y
ha facilitado, no sólo él, claro está, el triunfo del Partido Popular y abre la
puerta a que pueda volver a gobernar Mariano Rajoy, aunque no lo tiene fácil.
La
campaña electoral ha tratado, inútilmente, de corregir la actitud sectaria y
prepotente de Pablo Iglesias respecto al PSOE y a Ciudadanos, recurriendo a un
exceso de zalamerías, que no han podido borrar lo hecho y lo dicho en el mes de
marzo. El momento dramático era aquel, cuando el nuevo partido, que
representaba la nueva política, debía mostrar que era digno de la confianza de
los electores y avenirse a formar gobierno con lo que había, pero prefirió darse
otra oportunidad con una maniobra digna de juego de tronos. Lo que sucede es
que a la gente, al menos a una parte de la que vota a la izquierda, no le gustan
las tácticas que juegan con sus necesidades y las ponen detrás de los intereses
de los dirigentes de un partido, aunque sea el suyo. Eso es vieja política, muy
vieja política.
La
pérdida de un millón de votos ha sido el precio pagado por las “líneas rojas”, la alusión a la “cal viva” y el desdén con que
Pablo Iglesias trató a Sánchez y al PSOE y a Rivera y a Ciudadanos. Y ante lo
dicho y lo hecho en el momento crucial para el país en que se trataba de formar
un gobierno que sustituyera al peor gobierno de la etapa democrática, las
reiteradas ofertas al PSOE a pactar después, la escenografía de la mano tendida,
el acuerdo del beso, la repentina vocación socialdemócrata, las amables
alusiones a Zapatero (el mejor presidente de la democracia), el vídeo de la
sonrisa o el catálogo-programa Ikea-style
han servido de poco; muestran imaginación, capacidad innovadora, dominio del marketing,
habilidad para colocarse bajo los focos y una concepción comercial de la
política, que no es nueva, aunque sí más atrevida, pero al mismo tiempo trivial,
teatral.
Con
mucha prisa, como todo lo que ocurre en Podemos, Pablo Iglesias ha querido
cambiar, pero mucha gente no le ha seguido, no le ha creído o no acepta la
rápida mutación de un partido radical, que aparece, en 2014, para acabar con el
régimen del 78, y apenas dos años después maniobra con denuedo para auparse y gobernarlo
desde una posición hegemónica.
Mañana hablaré de este drástico
cambio de orientación.
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