Good morning, Spain,
que es different (and Britain, too)
Nubes de tormenta sobre las islas británicas; quien
sembraba vientos ha recogido las correspondientes tempestades, no cuándo ni
cómo pensaba pero seguro que las sembraba, fuera o no consciente de ello. Cameron,
el “premier” británico, ha actuado como un aprendiz de brujo, pero no sólo él.
El triunfo del “brexit” es un suceso, pero dentro del hasta
ahora imparable proceso de deterioro del proyecto europeo, al que han contribuido,
y no poco, los gobiernos ingleses con su exigencia de recibir un trato
preferente y su aliento neoliberal y thatcheriano sobre sus socios, así como
los gobiernos de los partidos conservadores y socialdemócratas europeos que han
respaldado, primero, la actual configuración de la Unión Europea desde el
Tratado de Maastrich y el Pacto de Estabilidad, y, después, las medidas de
austeridad exigidas por el FMI, la OCDE, el Banco Central Europeo, el
Bundesbank y la Comisión Europea.
El triunfo de los partidarios de que el Reino Unido salga
de la Unión Europea señala la primera ruptura territorial en un país
impensable. Primero se creyó que podía ser Grecia, ante los sacrificios que la “troika”
exigía, pero Lagarde, Merkel, Juncker, Schauble y compañía sofocaron el conato
de rebeldía de los griegos con un rejón de muerte y unas banderillas de fuego
que los doblegaron, con el aplauso de nuestro servil Gobierno.
Así, pues, el “brexit” señala una ruptura nacional, la
primera en un proyecto amenazado por otras rupturas territoriales, que ya
veremos cuánto tardan en manifestarse, pero recorrido por rupturas internas,
trasversales, sociales y geográficas.
La primera de ellas, que afecta sobre todo a los
trabajadores y clases populares, es la ruptura de los ideales asistenciales contenidos
en el Estado del Bienestar, erosionado desde hace 30 años y herido casi de
muerte con las medidas de austeridad.
La segunda es el ideal democrático, la representación
política de la ciudadanía, echada abajo por el gobierno de los expertos, la
burocracia de Bruselas y el imperio de los grandes bancos, con Merkel
convertida, de facto, en canciller de Europa, en un caso inusitado de
consentida usurpación de funciones. El “brexit” es también una reacción a la
Europa bajo hegemonía alemana.
La tercera ruptura es la existente entre los países del
Norte, seguidores incondicionales de las medidas de austeridad del gobierno alemán,
y los países del sur, que marca no sólo una Unión de dos velocidades, sino de
dos sensibilidades y formas de vida.
La cuarta ruptura es trasversal, social, transnacional,
reflejo de políticas con un fuerte contenido de clase arbitradas por la
Comisión Europea, que han hecho aumentar la desigualdad, la diferencia entre
rentas, las diferencias entre los ricos y los pobres, a consecuencia de medidas
que han ido destinadas a transferir riqueza desde los estratos bajos de la
población hacia los estratos altos. En esta política, el gobierno español ha
sido un alumno aplicado.
La quinta ruptura es la existente entre los principios y
las prácticas, y la existencia de normas muy estrictas por un lado y clamorosas
excepciones por otro, sean de tipo económico (el cumplimiento de la deuda no ha
sido el mismo para España o Grecia, que para Francia o Alemania), o sean de
tipo político (gobiernos como el de Polonia o el de Hungría, que no tienen
homologación posible con el resto, y las propias excepciones a Gran Bretaña).
Los ciudadanos ingleses han elegido, posiblemente mal,
respondiendo de manera emotiva y de forma simple a una situación muy compleja y
posiblemente muy mal explicada, pero han expresado un malestar que no es
exclusivamente inglés. Han señalado, también, un problema de la Unión Europea.
Esperemos que lo sepan entender quienes dicen que la gobiernan.
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