domingo, 10 de abril de 2016

Leyendo a Polanyi

Releyendo a Polanyi en una tarde gris.

Como me ha sucedido en otras ocasiones, he pasado de los textos más antiguos pero de edición más moderna, recopilados en “Los límites del mercado” (Capitán Swing, 2014), a “La gran transformación”, el gran clásico, que es de 1944 (edición de La piqueta, 1989). La lectura es sustanciosa y sugerente, porque da pie a reflexiones y modestas apoyaturas. Ahí va una de ellas.

“En ambos casos (de las clases y de las razas), el contacto puede tener un efecto devastador sobre la parte más débil. La causa de la degradación no es, pues, como muchas veces se supone, la explotación económica, sino la desintegración del entorno cultural de las víctimas. El proceso económico puede, por supuesto, servir de vehículo a la destrucción y, casi siempre, la inferioridad económica hará ceder al más débil, pero la causa directa de su derrota no es tanto de naturaleza económica cuanto causada por un herida mortal infligida a las instituciones en las que encarna su existencia social. El resultado es siempre el mismo, ya se trata de un pueblo o de una clase, se pierde todo amor propio y se destruyen los criterios morales hasta que el proceso desemboca en lo que se denomina <conflicto cultural> o el cambio de posición de una clase en el seno de una sociedad determinada”.
Karl Polanyi: La gran transformación, La piqueta, 1989, p. 257.

Y un servidor, colocándose ante la ofensiva burguesa -tanto centralista como periférica- contra las clases trabajadoras y demás colectividades subalternas que caracteriza la coyuntura actual, añade: que tal situación puede conducir a la destrucción de la clase, cuando sus miembros, renunciando a la defensa de las aspiraciones comunes y los intereses colectivos, asumen que sólo existen salidas individuales, y que, ante un marco oportunidades escasas, alcanzar algún éxito para afianzarse como ciudadano, por modesto que sea este logro, depende del esfuerzo individual en un mercado adverso y competitivo, donde nada está asegurado, especialmente para los peor dotados por la naturaleza, por el origen familiar y social o por la suerte.
Y digo más: no habrá transformaciones profundas en este país, ni regeneración política, ni renovación institucional, ni profundización democrática, ni mejoras sustanciales para los colectivos más perjudicados por la crisis y por las medidas de austeridad adoptadas, en teoría, para salir de ella, sin un rearme ideológico de las clases subalternas y sin un programa político en el que la defensa de las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores no tenga un peso importante ante las medidas que el próximo gobierno deba adoptar.

Pero no sé si este utópico objetivo lo contemplan los partidos de izquierda en sus cabildeos, al menos como objetivo estratégico, es decir, como ineludible tarea a largo plazo.   

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