Releyendo a Polanyi en una tarde gris.
Como me ha sucedido en otras ocasiones, he pasado de los
textos más antiguos pero de edición más moderna, recopilados en “Los límites del
mercado” (Capitán Swing, 2014), a “La gran transformación”, el gran clásico, que
es de 1944 (edición de La piqueta, 1989). La lectura es sustanciosa y
sugerente, porque da pie a reflexiones y modestas apoyaturas. Ahí va una de
ellas.
“En ambos casos (de las clases y de las razas), el contacto
puede tener un efecto devastador sobre la parte más débil. La causa de la
degradación no es, pues, como muchas veces se supone, la explotación económica,
sino la desintegración del entorno cultural de las víctimas. El proceso
económico puede, por supuesto, servir de vehículo a la destrucción y, casi siempre,
la inferioridad económica hará ceder al más débil, pero la causa directa de su
derrota no es tanto de naturaleza económica cuanto causada por un herida mortal
infligida a las instituciones en las que encarna su existencia social. El
resultado es siempre el mismo, ya se trata de un pueblo o de una clase, se
pierde todo amor propio y se destruyen los criterios morales hasta que el
proceso desemboca en lo que se denomina <conflicto cultural> o el cambio
de posición de una clase en el seno de una sociedad determinada”.
Karl Polanyi: La gran
transformación, La piqueta, 1989, p. 257.
Y un servidor, colocándose ante la ofensiva burguesa -tanto
centralista como periférica- contra las clases trabajadoras y demás
colectividades subalternas que caracteriza la coyuntura actual, añade: que tal
situación puede conducir a la destrucción de la clase, cuando sus miembros, renunciando
a la defensa de las aspiraciones comunes y los intereses colectivos, asumen que
sólo existen salidas individuales, y que, ante un marco oportunidades escasas, alcanzar
algún éxito para afianzarse como ciudadano, por modesto que sea este logro, depende
del esfuerzo individual en un mercado adverso y competitivo, donde nada está
asegurado, especialmente para los peor dotados por la naturaleza, por el origen
familiar y social o por la suerte.
Y digo más: no habrá transformaciones profundas en este
país, ni regeneración política, ni renovación institucional, ni profundización
democrática, ni mejoras sustanciales para los colectivos más perjudicados por
la crisis y por las medidas de austeridad adoptadas, en teoría, para salir de
ella, sin un rearme ideológico de las clases subalternas y sin un programa político
en el que la defensa de las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores
no tenga un peso importante ante las medidas que el próximo gobierno deba
adoptar.
Pero no sé si este utópico objetivo lo contemplan los
partidos de izquierda en sus cabildeos, al menos como objetivo estratégico, es
decir, como ineludible tarea a largo plazo.
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