domingo, 24 de abril de 2016

La aspiración igualitaria (I)

1. La emancipación individual. La libertad
Una de las interpretaciones sobre el mundo moderno que han tenido más fortuna ha sido aquella que coloca en lugar central la acción de los individuos. Desde esta perspectiva, el rasgo básico de la moderna sociedad occidental es el esfuerzo que, desde el Renacimiento hasta nuestros días, conduce al ser humano, primero, el hombre, más tarde la mujer, a alcanzar mayores cotas de autonomía.
El acento de esta emancipación recae sobre el individuo; el estamento, el grupo, el gremio pierden importancia ante el sujeto que individualmente amplía las condiciones para ejercer su albedrío; que pretende desarrollar todas sus potencialidades, incluso rehacerse totalmente a la luz de la razón y el concurso de su voluntad.
Este esfuerzo emancipador tiene su origen en el Renacimiento. "En esta época -escribe Agnes Heller en El hombre del Renacimiento (Barcelona, Península, 1980) - nacen como categorías ontológicas inmanentes la libertad y la fraternidad", las cuales son necesarias para entender el afán humano por librarse de las trabas del orden tardomedieval, cuya primitiva función integradora se ha vuelto opresiva y cuya organización estamental tropieza con unas relaciones sociales que ya no son solamente feudales, aunque formalmente lo sigan pareciendo. No en vano estamos asistiendo a "la primera etapa del largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo" (Heller, ibid).
La Reforma protestante, aunque refuerza la mentalidad religiosa como muy bien advirtió Marx, en Los anales franco-alemanes -"Lutero venció, efectivamente, a la servidumbre por la devoción, porque la sustituyó por la servidumbre en la convicción. Acabó con la fe en la autoridad, porque restauró la autoridad de la fe. Convirtió a los curas en seglares, porque convirtió a los seglares en curas "- ayuda doblemente en este proceso. Por un lado, al destacar en materia de fe el valor de la conciencia individual frente a la opinión de la jerarquía eclesiástica. Por otro, al ayudar a organizar horizontalmente las iglesias reformadas, permitió que el principio democrático y nacional que las regía pasara luego al terreno de las doctrinas políticas .
La segunda gran singladura en esta marcha hacia la autonomía del sujeto tiene como base la razón. La crisis de la hegemonía católica causada por la Reforma protestante encuentra su continuación y alcanza su expresión máxima con la Revolución francesa, que para Gramsci (Cuadernos de cárcel, I, Méjico, ERA) supuso una ruptura "históricamente más madura, porque se produjo en el terreno del laicismo: no curas contra curas, sino fieles-infieles contra curas" . Con ello el debate se desplaza fuera del ámbito de la religión. La tradición, la voz de la jerarquía, los derechos estamentales y la legitimidad del poder son pasados por el tamiz de la razón.
Mediante la razón, el individuo puede entender y distanciarse de la naturaleza, separarse de Dios y poner límites al poder político. El súbdito, lleno de deberes y sometido al arbitrio de los estamentos privilegiados y en especial a la Corona, deja paso al ciudadano que reclama derechos, pone límites al poder y exige una legalidad a la que todos los ciudadanos se atengan, incluidos los que gobiernan, al mismo tiempo que se reserva un ámbito privado para los asuntos de su conciencia.
La enumeración de los derechos del hombre y del ciudadano recogidos en una Constitución es la gran aportación de las revoluciones del siglo XVIII. A partir de ahí, se abre otra etapa, que ocupa en Occidente todo el siglo XIX y buena parte del XX, por extender y ensanchar tales derechos, que tomados como un modelo se presentan como metas al resto del mundo.
El sujeto paradigmático surgido de estas transformaciones es el burgués, o mejor el empresario burgués, el hombre activo, cuyo ideal es desarrollar sin trabas su capacidad para producir y enriquecerse individualmente, razón por la cual precisa libertad ilimitada para mover y ampliar su capital. En otro orden de actividades, pero al final regido por las mismas reglas de concurrencia -las del mercado-, se halla el artista, que, emancipado ya del mecenazgo de la corte o de la iglesia, aspira a expresarse libremente dentro del campo de la cultura sin otros límites que los gustos del público.
Estos son los dos modelos del sujeto autónomo que las doctrinas liberales han ofrecido en el campo de la producción fabril y de la producción simbólica.
Madrid, verano de 1992.
Para Iniciativa Socialista, número 21, extra “Libertad, Igualdad y Solidaridad”, octubre de 1992.

No hay comentarios:

Publicar un comentario