sábado, 30 de junio de 2018

New York, New York (1)


Recuerdos de viaje y de cine
And steps around the heart of it, New York, New York.
I wanna wake up in a city, that doesn't sleep,
And find your king of the hill, top of the heap.
(“New York, New York”, Frank Sinatra).



1. Soñar en Manhattan
Nueva York existe, ya lo comprobarás cuando estés allí.
En la España de cuando yo era niño, cómo no viajábamos al extranjero y éramos un poco paletos, creíamos que Nueva York no existía. Bueno, que existía pero que no era una ciudad de verdad, sino un montaje de escayola y cartón piedra: un montón de decorados con banda sonora; unas maquetas, una irreal ciudad de película, hecha para artistas -tipos duros y mujeres guapas, a veces fatales- con telones y tramoya sin algo sólido detrás; una mágica cinta de celuloide salida de “La fábrica de sueños”, como llamó Ilyá Ehremburg a Hollywood; un lugar ficticio para estimular la fantasía de los asombrados espectadores de los cines de barrio, con películas como “La ciudad desnuda”, “Brigada 21”, “West Side Story”, “La ley del silencio”, “Panorama desde el puente”, “La tentación vive arriba”, “Cómo casarse con un millonario”, “Chantaje en Broadway”, “Mientras Nueva York duerme”, “Taxi driver”, “Érase una vez en América”, “Manhattan” o “El padrino”, entre tantas otras.
Más tarde, fue la televisión la que hizo de la ciudad que nunca duerme -según canta Frank Sinatra- un gigantesco estudio para rodar sus series y entretener a la audiencia estimulando su imaginación con personajes que buscan, y a veces  consiguen, ver realizada su particular versión del sueño americano.
Así que cuando te plantes en sus calles y mires a tu alrededor, creerás que estás soñando o dentro de una película, como el personaje de Jeff Daniels, que entraba y salía de la pantalla, en esa genial metáfora del cine dentro del cine o del cine dentro de la vida, que es “La rosa púrpura de El Cairo”.
Nueva York, como ejemplo de ciudad moderna y como “plató” de cine, tiene mucho que mostrar; hay, pues, que procurarse buen calzado, tener a mano un plano, una guía, la tarjeta City Pass y trazarse unas rutas para aprovechar el tiempo y no fatigarse en exceso. Aunque se puede intentar ver lo más posible en poco tiempo, yendo a lo loco, como Frank Sinatra, Gene Kelly y Jules Munshin, tres marineros con permiso, que, en un día -“Un día en Nueva York”-, con una cartografía simple -“Arriba el Bronx, abajo Battery Park”- y mucha curiosidad, recorrían la ciudad y además encontraban novia, cada uno la suya.
Manhattan es uno de los cinco barrios que forman la ciudad de Nueva York. Por la configuración, una isla de 21 kilómetros de largo por casi cuatro de ancho, bordeada por dos ríos inmensos -el East y el Hudson-, es fácil orientarse; calles numeradas y paralelas que van de Este a Oeste y 12 avenidas que van de Norte a Sur -elemental y pragmático-, con manzanas regulares y recorrida diagonalmente de norte a sur por Broadway, el viejo camino de los indios lenape, que vendieron Manhattan (“isla de muchas colinas”) a los holandeses que fundaron Nueva Amsterdam, antes de ser Nueva York.
La orografía de la ciudad invita a caminar -la ciudad se conoce andando-, pero las distancias son grandes y para cubrirlas están los autobuses y el Metro, que es rápido, y no es fácil que unos malhechores secuestren un tren, como sucedía en “Pelham 1,2, 3”.
Si paseas por la 5ª Avenida, la calle de las tiendas más caras y pijas, creerás que estás, por ejemplo, en “Desayuno con diamantes”, como Audrey Hepburn, que no desayunaba allí, pero ahora es posible, aunque los precios deben ser prohibitivos.
Si subes por esa avenida hacia arriba, siguiendo la numeración ascendente de sur a norte de los nombres de las calles, llegarás a la esquina con Central Park, donde están el gigantesco y elegante Hotel Plaza (ahora en obras, creo), una estatua dorada del general Sherman -el destructor de Atlanta (“Lo que el viento se llevó”)- y el comienzo del Upper East Side, una zona donde residen ricos y famosas (y viceversa), que hacen del selecto barrio un lugar exclusivo (“Diario de una niñera”, “El diablo se viste de Prada”). Siguiendo por ahí, bordeando el parque, se llega a una zona de museos; imposible verlos todos, pero si se viaja con niños o adolescentes es imperdonable no entrar en el Metropolitan Museum (a la altura de la calle 82), y en el Guggenheim, un poco más arriba, que interesa, al menos, por el edificio en sí, con su rampa circular que recuerda a la del Vaticano. En una fiesta en el “Guggen”, Claire Gregory (Mimi Rogers) se topó con el asesino de su amigo, en “La sombra del testigo”.   
Al otro lado del parque, en el Upper West Side, un barrio algo más bohemio pero con mucho encanto, hay otro paseo interesante desde Columbus Circle. A la izquierda queda Lincoln Center, donde está el Metropolitan Opera House, y, frente al parque, el siniestro edificio Dakota (“La semilla del diablo”), donde vivía Lauren Bacall y algún otro artista, y donde asesinaron a John Lennon. A esa altura, dentro del parque está Strawberry Fields (“… for ever”), luego las torres San Remo y después el Museo de Historia Natural (“Una noche en el museo”), que para niños y adolescentes es de visita obligada, pero la agradecen los mayores (la sección dedicada al espacio es impresionante).
Central Park, apropiado para secuencias románticas (“Cuando Harry encontró a Sally”, “Annie Hall”), merece un paseo o varios, sobre todo al atardecer. Y siguiendo hacia arriba, después de la calle 110, la Universidad de Columbia y Harlem, el “gueto” negro, escenario de dramas reales y de películas como “Malcolm X”, “American gangster” o de las aventuras de Shaft, el detective negro de los años setenta. El barrio ha ido cambiando, pero conserva parte de su viejo sabor. Si se puede, hay que asistir a un concierto de música “godspell”. Y cruzando el río, hacia el noreste, está el Bronx, un barrio más “problemático”, en particular la zona sur (“Las pandillas del Bronx”, “Una historia del Bronx”, “Distrito apache”), pero, al menos, la parte que yo vi estaba más limpia que el centro de Madrid.
Manhattan no es sólo un lugar para millonarios y gente fina, para ladrones (“Plan oculto”, “Supergolpe en Manhattan”), para neurasténicos (“El prisionero de la 2ª Avenida” o cualquiera de los personajes de Woody Allen) o para siquiatras, que no faltan (“Una terapia peligrosa”). Es uno de los centros de decisión más importantes del mundo en el ámbito económico y financiero, que requiere legiones de empleados para hacer funcionar su imperial maquinaria y ejercer su influencia sobre el resto del orbe.

Miles de personas se desplazan cada día desde Queens, el Bronx, Brooklyn, Staten Island y aún más lejos para trabajar en Manhattan, como se veía en “El hombre del traje gris”, “El apartamento”, “Enamorarse” o “Armas de mujer”; si tienen su empleo en el campo de la publicidad lo harán en Madison Avenue (“Mad Men”), bien como abejas (Doris Day en “Pijama para dos”) o como zánganos (Rock Hudson en la misma película). Claro que tú no has ido a trabajar, pero percibirás el ajetreo de la ciudad, y tampoco vas a jugar a la Bolsa para ganar dinero a espuertas, como hacían como Michael Douglas y Charlie Sheen en “Wall Street” y De Caprio en “El lobo de Wall Street”, con arriesgadas operaciones de compra y venta de acciones, pero la zona financiera también merece darse un garbeo hasta allí.

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