A
veces es necesario que los líderes políticos más poderosos del mundo expongan, seguros de su impunidad, claramente sus objetivos, para que los dirigentes
políticos menos avezados que ellos y, sobre todo, los ciudadanos lleguen a percibir
sus verdaderas intenciones.
Hay
declaraciones, hechas en la confianza de estar entre compadres del mismo bando,
que confirman tendencias que se vienen manifestando desde hace tiempo y que
sirven de rúbrica al firme propósito que sustentaba decisiones políticas, que, hasta
ahora, parecían atrabiliarias o inconexas.
Me
refiero, claro está, al Gobierno de Estados Unidos bajo la presidencia de
Donald Trump y a las palabras de uno de sus emisarios, Richard Grenell,
pronunciadas en Berlín: “Quiero empoderar a los conservadores de toda Europa, a
otros líderes (...) Pronto habrá una confederación de estados libres, no ésta
Unión Europea”.
Frase
que es similar en falta de tacto, intención y estilo a aquella otra -“Gracias a
Dios que la ONU ha muerto”-, con la que Richard Perle, uno de los “halcones
neocons” del equipo de George W. Bush, ilustraba su intención de dinamitar
instituciones mundiales que pudieran representar algún límite al poderío de
Estados Unidos.
La
reafirmación nacional -“América, primero”- como divisa, el proteccionismo con
la introducción de nuevos aranceles, con el pretexto de que son necesarios para la seguridad nacional, la unilateralidad en las relaciones
exteriores y la amenaza de usar la fuerza (“sanciones” económicas o la fuerza
militar), la ruptura de acuerdos internacionales multilaterales y su reemplazo
por acuerdos bilaterales donde quede clara la disparidad de fuerzas, la guerra
comercial como fatal destino, la ruptura de alianzas estables y su reemplazo
por pactos oportunistas con gobiernos impresentables y la intención de
gobernar sin atenerse a normas internas ni externas, confirman la opción de
restaurar un mundo hobbesiano, en el
que los valores y propósitos que han sido divisa de Occidente, aunque ya estén
deteriorados -derechos civiles, democracia, bienestar, constitucionalismo, Ilustración,
mercado, solidaridad, igualdad, laicidad-, ceden ante el racismo, el ultranacionalismo, la
xenofobia, el autoritarismo, el neoliberalismo, la intransigencia
religiosa y el patriarcalismo, exhibidos sin recato por partidos de la derecha
populista europea, que ven en el racista y conservador amigo americano un gran apoyo a su
tarea de romper los pactos fundacionales de la Europa reconstruida después de
la II Guerra mundial.
La
frase “Pronto habrá una confederación de estados libres, no ésta Unión Europea”,
cobra todo su dramático sentido en la deteriorada imagen de la Unión Europea
actual, amenazada no sólo por las consecuencias de la gran recesión económica y
por las medidas de austeridad, adoptadas, en teoría, para salir de ella, sino
por las tensiones nacionalistas suscitadas por los gobiernos de algunos de sus
estados asociados y por la pujanza de los movimientos separatistas.
Queda,
pues, bastante claro que, hoy, el objetivo de la Administración Trump es apoyar
a las fuerzas disgregadoras internas y promover una refeudalización de Europa
desde fuera, en competitiva alianza con Rusia, que pretende hacer lo mismo
desde la frontera opuesta.
Objetivo
que coincide con el de “la Europa de las regiones”, defendido por los
estrategas de CiU, desde hace tiempo, y también con el de los nacionalistas
vascos, de hacer de Europa una confederación de taifas, que compitan entre sí,
en un clima de inestabilidad alentado por los grandes poderes económicos y
financieros, que podrían actuar libremente en un ámbito rico, desarrollado y
desregulado, lo cual traería, a pocos, más beneficios a sus inversiones, pero
más penalidades a los trabajadores y a las clases subalternas.
Aunque a algunos, colaborar en
hacer trozos una de las pocas partes del mundo aún ordenada, aunque incompleta
y deteriorada, bajo los principios democráticos y solidarios arriba enunciados,
les parece una opción progresista.
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