lunes, 2 de julio de 2018

New York, New York (2). Money


2. Money, money, money

Money, money, money
Must be funny in the rich man's world
Money, money, money
Always sunny in the rich man's world
("Money, money", ABBA)


Si Estados Unidos es el país capitalista por excelencia, Nueva York es su centro económico y Manhattan el cogollo de los negocios, el corazón financiero está al sur de Manhattan, en la zona más vieja e irregular de la ciudad, y su templo, en Wall Street, la “calle del muro”, que era el límite de la antigua Nueva Ámsterdam.
Lo que en España sería la Bolsa de Comercio, el New York Stock Exchange está en un imponente edificio de estilo neoclásico, situado en una calle estrecha pero cuyo nombre es un símbolo porque, en volumen monetario, es el mayor mercado de valores del mundo. Al lado se levanta el Federal Hall, que también sirvió de cámara financiera; otro edificio neoclásico, más sobrio, erigido en el lugar donde el primitivo se quemó, que fue el primer ayuntamiento de Nueva York y donde se reunieron por vez primera delegados de las Trece Colonias para responder a la Stamp Act decidida por el Parlamento británico en 1765, un impuesto para financiar la estancia de las tropas inglesas, que limitaba, además, la libertad de prensa, pues los periódicos debían estar impresos en papel fabricado y timbrado en la metrópoli. De allí salió el mensaje que los (futuros rebeldes) reunidos enviaron el rey Jorge III, quejándose de que tuvieran que asumir unos impuestos que ellos no habían aprobado, pues carecían de representación en el Parlamento de Londres. James Otis resumió la idea en una frase famosa: “Tributación sin representación es tiranía”.
Como es sabido, el rey (loco) hizo caso omiso de la queja y el asunto terminó como el rosario de la aurora: empezó con el motín del té (“Johnny Tremain”) y unas escaramuzas (“La pequeña rebelión”, “Corazones indomables”) y acabó con una guerra (“El patriota”), la pérdida de las colonias y el nacimiento de los Estados Unidos (“George Washington: la leyenda”, ”Jefferson en París”, “John Adams”) .
El edificio fue el primer capitolio, allí Jorge Washington fue elegido presidente de la primera república de la era moderna. Y allí tiene una estatua.
Enfrente, en el edificio de la Bolsa, debería estar la de su contemporáneo Adam Smith, con el cual compartía no sólo ideas, sino la importancia de una fecha -1776-, que es uno de los caprichosos hitos que marcan etapas en la historia.
En marzo de 1776 se publicó en Londres “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”, libro conocido de forma abreviada por “La riqueza de las naciones”, con el cual se dice que nace la economía moderna como una disciplina separada de los otros saberes y se ponen las bases del liberalismo económico. Y en junio de ese año, al otro lado del mar, Tomás Jefferson presentaba el borrador de la Declaración de Independencia, que sería aprobada el 4 de julio por los delegados de las Trece Colonias, reunidos en Filadelfia como representantes de los Estados Unidos de América. El día 4 de julio quedó establecida la fecha de la fiesta nacional, como tantas películas han mostrado, pero 1776 es un año importante por otra razón, pues señala el inicio del ciclo de las revoluciones atlánticas de tipo liberal contra las monarquías absolutistas de Europa y, a partir de 1810, por la independencia en las colonias del centro y del sur de América, que afectaron al imperio español.
Allí cerca, en el pequeño cementerio de Trinity Church, se pueden ver las tumbas de Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro y notorio federalista (junto con James Madison y John Jay), muerto en un duelo con un opositor político, y de Robert Fulton, a quien se debe el primer barco de vapor.
No lejos se encuentra la Zona Cero -expresión militar para señalar el área más dañada por la explosión de una bomba nuclear-, donde estuvieron las Torres Gemelas, derribadas en el atentado terrorista del 11-S-2001, y hoy se levanta el orgulloso rascacielos Torre de la Libertad, que las sustituye, y, en la orilla del Hudson, los jardines de Battery Park y los muelles desde los cuales zarpan los barcos que van a la isla donde se erige ese emblemático regalo de los franceses, la estatua de la Libertad, en cuya base, un verso de la poetisa neoyorquina Emma Lazarus da la bienvenida a los desamparados de todo el mundo -Traedme a vuestros pobres-, quienes, viajando como podían, o sea, mal, arribaban a la contigua isla de Ellis, como se puede seguir por el oportuno e interesante museo sobre la emigración.
En tierra firme y próximo está el National Museum of the American Indian, culturas que también se encuentran en el Museo de Historia Natural, y, si no recuerdo mal, en el Metropolitan hay algunos de los conocidos óleos de Russell y Remington sobre el tema.

No se puede pensar en Estados Unidos, y tampoco en el cine, sin tener en cuenta la conquista y colonización del Oeste, como origen de la posterior expansión imperial, y el western como divulgativo género cinematográfico sobre la idealizada visión histórica de la fundación de la nación. 

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