viernes, 8 de junio de 2018

Nación y religión


Respecto a la relación entre nación y religión hay dos cosas que nos unen e identifican por encima de las presuntas fronteras culturales regionales (o nacionales). Una es, durante siglos, la creencia en la misma religión, la católica, que hasta fecha bastante reciente ha sido casi la única. En España no hubo las guerras de religión que hubo en Europa, de católicos con luteranos, anglicanos, calvinistas. Fuimos promotores de la Contrarreforma. "España, luz de Trento".
Y la manera de concebir la religión -ostentosa, hacia el exterior (mostrar la limpieza de sangre)- ha sido bastante similar. Y las variedades de culto son sólo formales: la Moreneta, la Virgen del Rocío, la Macarena, la de Begoña, la Candelaria, la de Guadalupe, de la los Desamparados, la de la Peña, la de la Paloma, la de Covadonga, etc, etc, son cultos diferentes a la misma virgen. Lo mismo sucede con las fiestas patronales, con la advocación de las profesiones, con la nomenclatura fabril y comercial. Hemos sido un pueblo unido por la misma fe y separado por la misma fe.
El otro factor que nos unifica como conjunto con similar comportamiento, es que, en ausencia de una reforma colectiva, que hubiera formado otra religión u otra iglesia, similar a otras de Europa o de EE.UU., aquí, tierra de Juan Palomo, cada cual ha hecho su propia reforma y ha adaptado la doctrina y la correspondiente liturgia a sus necesidades; en ese aspectos somos luteranos, pues hemos hechos millones de reformas particulares. Y esa actitud también nos unifica, y los beatos, los fanáticos clericales, los creyentes y practicantes, los creyentes y no practicantes, los cristianos sinceros, los católicos de boquilla, los ateos, los agnósticos, los desencantados y los fanáticos anticlericales están repartidos por todas las latitudes del país.

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