Respecto a la relación entre nación y religión
hay dos cosas que nos unen e identifican por encima de las presuntas fronteras
culturales regionales (o nacionales). Una es, durante siglos, la creencia en la
misma religión, la católica, que hasta fecha bastante reciente ha sido casi la
única. En España no hubo las guerras de religión que hubo en Europa, de católicos
con luteranos, anglicanos, calvinistas. Fuimos promotores de la Contrarreforma.
"España, luz de Trento".
Y la manera de concebir la religión -ostentosa,
hacia el exterior (mostrar la limpieza de sangre)- ha sido bastante similar. Y
las variedades de culto son sólo formales: la Moreneta, la Virgen del Rocío, la
Macarena, la de Begoña, la Candelaria, la de Guadalupe, de la los Desamparados,
la de la Peña, la de la Paloma, la de Covadonga, etc, etc, son cultos diferentes
a la misma virgen. Lo mismo sucede con las fiestas patronales, con la
advocación de las profesiones, con la nomenclatura fabril y comercial. Hemos
sido un pueblo unido por la misma fe y separado por la misma fe.
El otro factor que nos unifica como conjunto
con similar comportamiento, es que, en ausencia de una reforma colectiva, que
hubiera formado otra religión u otra iglesia, similar a otras de Europa o de
EE.UU., aquí, tierra de Juan Palomo, cada cual ha hecho su propia reforma y ha
adaptado la doctrina y la correspondiente liturgia a sus necesidades; en ese
aspectos somos luteranos, pues hemos hechos millones de reformas particulares.
Y esa actitud también nos unifica, y los beatos, los fanáticos clericales, los
creyentes y practicantes, los creyentes y no practicantes, los cristianos
sinceros, los católicos de boquilla, los ateos, los agnósticos, los
desencantados y los fanáticos anticlericales están repartidos por todas las
latitudes del país.
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