“El
federalismo ibérico fue siempre o trampolín de demagogos, que con tan egregia proposición
se fugaban de la desagradable realidad del presente, o especulación de mentes
desorientadas, de filósofos sin noción del momento que vivía España en el marco
de sus fronteras y en el mundo, o, también, maquinación de separatistas
madrugadores que ingeniosamente proponían el descoyuntamiento de lo que quedaba
de la nación española como preámbulo obligado de la futura unión espontánea de
todos los pueblos peninsulares (…) El federalismo es, por regla general, un
régimen sólo aplicable a las naciones sanas, esto es, igualitarias y ricas y,
por tanto, equilibradas: lo que España no era ni es.
Magistralmente
planteó este caso Guizot (Historia de la civilización en Europa): <De todos
los sistema de gobierno y de garantía política, el más difícil de establecer y
de que prevalezca, es, a buen seguro, el federal; ese sistema consiste en dejar
a cada localidad, a cada sociedad particular, toda porción de gobierno que
puede sostenerse en ella, y en no restarle más que la parte indispensable para
el mantenimiento de la sociedad general, para desplazarla al centro de esta
misma sociedad, y organizarla en ella bajo la forma de gobierno central. El
sistema federal, lógicamente el más simple, es en realidad el más complejo:
para conciliar el grado de independencia, de libertad local, que deja
subsistente, con el grado de orden general, se sumisión general, que ese
sistema exige y presupone en ciertos casos, se requiere de toda evidencia una
civilización muy avanzada; es preciso que la libertad del hombre, la libertad
individual contribuyan al establecimiento y mantenimiento del sistema en mucha
mayor medida que en los demás, porque los medios coercitivos son en este
régimen mucho menores que en todos los demás. El sistema federal es, por tanto,
el que exige mayor desarrollo de la razón, de la moralidad, de la civilización
en la sociedad en que se implante>.
Además, la idea federalista es
sinónima de aproximación o unión, y para que sea fecunda y auténtica ha de
fluir de la prosperidad y la simpatía. Pero en España nacía de la desesperación
y la antipatía. No podía, pues, haber conciencia federal en la Península
Hispánica y no la había, ni la hay, y menos que en otra parte en las regiones
descontentas”.
Ramos Oliveira (1969): La
unidad nacional y los nacionalismos españoles, Méjico, Grijalbo:
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