sábado, 24 de diciembre de 2016

Tácticas de los "indepes"

Sobre el seminario del CLAC

Estoy siguiendo (desde “España”) el seminario sobre “Populismo vs Ciudadanía”, que es muy interesante. Y al hilo del mismo, ahí van unos apuntes, que coinciden en parte con algunas de las ideas del seminario.
Parto de una posición de principio: Cataluña no es una nación (ni étnica, ni cívica, ni cultural), pero puede llegar a ser una nación política. Es una nación en proceso de formación. Los nacionalistas están construyendo la nación catalana, una nación a su imagen y semejanza (romántica). De momento, la nación es un bando, un bando político, los agrupados en torno a un programa, que tiene la misma importancia que cualquier otro y los mismos derechos sobre Cataluña que cualquier otro, pero los nacionalistas se han arrogado una legitimidad especial al afirmar que ellos representan en exclusiva a Cataluña. Lo cual está lejos de la realidad; no se puede representar a Cataluña, teniendo el 48% de los votos de unas elecciones que consideraron plebiscitarias, y con el 35% del censo.  
De ahí vienen los esfuerzos para formar la nación, y a la vez para mostrar a los propios y a los adversarios  (a España, a Madrid, al Gobierno), que la nación ya existe y está viva.
Lo primero es conquistar el lenguaje. Dice Faye (“Los lenguajes totalitarios”), que lo primero es el relato. Y aquí hay un relato romántico sobre la Cataluña ancestral (la Arcadia perdida). El lenguaje adecuado al fin perseguido hay que acuñarlo imprimiendo un determinado sentido a las palabras. Hacer que el lenguaje nacionalista señale los límites del mundo perceptible, del único mundo posible (Wittgenstein). Hacer creer a los partidarios y sobre todo a los adversarios, que lo imaginario es lo real. Los nacionalistas viven en otro país, en un país imaginario, que sufre una agresión imaginaria, y la Generalitat se comporta como un imaginario gobierno soberano. De ahí la importancia de la propaganda; de la senso-propaganda (Tchakotin), de la propaganda dirigida a los sentimientos y a las emociones, más que a la razón (ratio-propaganda). Para ser eficaz, el mensaje de debe ser: sencillo, simple, asertivo, recogido en un formulario reiterativo y tautológico. “Exaltación, repetición, exageración”, dice Winckler, en “La función social del lenguaje fascista”. El lenguaje es directamente instrumental para conseguir creencia y obediencia, que son lo contrario de la duda, la reflexión y la crítica. No importa que el mensaje nacionalista no coincida con la realidad, que no aporte pruebas, ni cifras ni datos fiables (ahí está el libro de Borrell desmontando tópicos sobre las cuentas y los cuentos,) o que se manejen de forma falsaria y abusiva. Lo importante no es lo real, lo importante es la persistencia del discurso, tan ampuloso y exagerado como el objetivo que pretende, sobre lo imaginario, para sostener la fe de los seguidores y hacer desistir a los adversarios.   
Lo segundo es la reclamación contenciosa (Tarrow). La persistencia en aludir a un conflicto enquistado, a unas reclamaciones nunca atendidas, a unas viejas cuentas pendientes. España debe saldar de una vez con Cataluña, las cuentas acumuladas de viejas facturas (desde 2014, desde 2010, desde 2006, desde 1939, desde 1714 o desde 1469), naturalmente a favor de Cataluña y en las condiciones que los nacionalistas prescriben.
El tercer paso es la ofensiva incesante, de cualquier modo, pero siempre avanzando, mediante nuevas peticiones imposibles de satisfacer, suscitando nuevos choques, provocando para sentirse agredidos; con amagos, con trucos o con trampas, cambiando de planes, de fechas, aplazando o modificando decisiones pero dando la impresión de que se tiene la iniciativa y de que España (Madrid, el Gobierno) se opone a todo.
El cuarto paso es mantener enardecidos a los seguidores. Gran parte de las decisiones adoptadas no pretenden ser atendidas por el Gobierno, sino rechazadas para alimentar el victimismo y la frustración de los seguidores. La agitación deber ser continua y en esta función tiene gran importancia el trabajo diario del aparato de “comunicación” de la Generalitat y de las organizaciones adyacentes.
El quinto paso es la movilización. La ocupación de los espacios públicos, tanto de calles y plazas, como manifestaciones “oceánicas”, como las banderas en los balcones o en las fiestas, todo debe estar teñido de nacionalismo. Igual las audiencias de radio, prensa y tv, que reciben el mensaje único, sempiterno. Hay que unir a los partidarios como una piña y obligar a mostrar el compromiso con la causa, y obligar a los adversarios a esconder sus opiniones (espiral de silencio, Noelle Neumann).
Se trata de mostrar la omnipotente voluntad del pueblo catalán, arrolladora, total; nada debe quedar al margen en su intención uniformizante. En Madrid deben darse cuenta de que existe un poder alternativo en movimiento; una nación catalana en marcha.

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