Sobre el seminario del CLAC
Estoy siguiendo (desde “España”) el seminario sobre “Populismo
vs Ciudadanía”, que es muy interesante. Y al hilo del mismo, ahí van unos
apuntes, que coinciden en parte con algunas de las ideas del seminario.
Parto
de una posición de principio: Cataluña no es una nación (ni étnica, ni cívica,
ni cultural), pero puede llegar a ser una nación política. Es una nación en
proceso de formación. Los nacionalistas están construyendo la nación catalana,
una nación a su imagen y semejanza (romántica). De momento, la nación es un
bando, un bando político, los agrupados en torno a un programa, que tiene la
misma importancia que cualquier otro y los mismos derechos sobre Cataluña que
cualquier otro, pero los nacionalistas se han arrogado una legitimidad especial
al afirmar que ellos representan en exclusiva a Cataluña. Lo cual está lejos de
la realidad; no se puede representar a Cataluña, teniendo el 48% de los votos
de unas elecciones que consideraron plebiscitarias, y con el 35% del censo.
De ahí
vienen los esfuerzos para formar la nación, y a la vez para mostrar a los propios
y a los adversarios (a España, a Madrid,
al Gobierno), que la nación ya existe y está viva.
Lo primero es conquistar el lenguaje. Dice Faye (“Los
lenguajes totalitarios”), que lo primero es el relato. Y aquí hay un relato
romántico sobre la Cataluña ancestral (la Arcadia perdida). El lenguaje
adecuado al fin perseguido hay que acuñarlo imprimiendo un determinado sentido
a las palabras. Hacer que el lenguaje nacionalista señale los límites del mundo
perceptible, del único mundo posible (Wittgenstein). Hacer creer a los
partidarios y sobre todo a los adversarios, que lo imaginario es lo real. Los nacionalistas
viven en otro país, en un país imaginario, que sufre una agresión imaginaria, y
la Generalitat se comporta como un imaginario gobierno soberano. De ahí la importancia
de la propaganda; de la senso-propaganda (Tchakotin), de la propaganda dirigida
a los sentimientos y a las emociones, más que a la razón (ratio-propaganda). Para
ser eficaz, el mensaje de debe ser: sencillo, simple, asertivo, recogido en un
formulario reiterativo y tautológico. “Exaltación, repetición, exageración”, dice
Winckler, en “La función social del lenguaje fascista”. El lenguaje es
directamente instrumental para conseguir creencia y obediencia, que son lo
contrario de la duda, la reflexión y la crítica. No importa que el mensaje
nacionalista no coincida con la realidad, que no aporte pruebas, ni cifras ni
datos fiables (ahí está el libro de Borrell desmontando tópicos sobre las
cuentas y los cuentos,) o que se manejen de forma falsaria y abusiva. Lo
importante no es lo real, lo importante es la persistencia del discurso, tan ampuloso
y exagerado como el objetivo que pretende, sobre lo imaginario, para sostener
la fe de los seguidores y hacer desistir a los adversarios.
Lo segundo es la reclamación contenciosa (Tarrow). La
persistencia en aludir a un conflicto enquistado, a unas reclamaciones nunca
atendidas, a unas viejas cuentas pendientes. España debe saldar de una vez con Cataluña,
las cuentas acumuladas de viejas facturas (desde 2014, desde 2010, desde 2006, desde
1939, desde 1714 o desde 1469), naturalmente a favor de Cataluña y en las
condiciones que los nacionalistas prescriben.
El tercer paso es la ofensiva incesante, de cualquier modo,
pero siempre avanzando, mediante nuevas peticiones imposibles de satisfacer, suscitando
nuevos choques, provocando para sentirse agredidos; con amagos, con trucos o
con trampas, cambiando de planes, de fechas, aplazando o modificando decisiones
pero dando la impresión de que se tiene la iniciativa y de que España (Madrid,
el Gobierno) se opone a todo.
El cuarto paso es mantener enardecidos a los seguidores.
Gran parte de las decisiones adoptadas no pretenden ser atendidas por el
Gobierno, sino rechazadas para alimentar el victimismo y la frustración de los
seguidores. La agitación deber ser continua y en esta función tiene gran importancia
el trabajo diario del aparato de “comunicación” de la Generalitat y de las organizaciones
adyacentes.
El
quinto paso es la movilización. La ocupación de los espacios públicos, tanto de
calles y plazas, como manifestaciones “oceánicas”, como las banderas en los
balcones o en las fiestas, todo debe estar teñido de nacionalismo. Igual las audiencias
de radio, prensa y tv, que reciben el mensaje único, sempiterno. Hay que unir a
los partidarios como una piña y obligar a mostrar el compromiso con la causa, y
obligar a los adversarios a esconder sus opiniones (espiral de silencio, Noelle
Neumann).
Se trata de mostrar la omnipotente voluntad del pueblo
catalán, arrolladora, total; nada debe quedar al margen en su intención
uniformizante. En Madrid deben darse cuenta de que existe un poder alternativo
en movimiento; una nación catalana en marcha.
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