viernes, 23 de octubre de 2015

Aquella colonización catalana 1

Good morning, Spain, que es different

Cuando oigo o leo opiniones de independentistas catalanes asegurando que les odia el resto del país o aludiendo a la conquista y colonización de Cataluña por España desde hace siglos, recuerdo mi niñez y mi adolescencia, no ya de infante catalán residente en Madrid, sino de simple jovenzuelo entregado horas y horas, como tantos otros colegiales y bachilleres, a leer ávidamente libros y tebeos, que curiosamente llegaban de Barcelona.
La Ciudad Condal, como decía el narrador del NO-DO, era entonces, y creo que  lo sigue siendo, una potencia editorial, que, no sé si con ánimo de colonizar al resto del país y neutralizar la cultura de los emigrantes, que, según un bulo que circula con cierto éxito entre las almas más crédulas del nacionalismo, enviaba Franco a Cataluña para desnaturalizarla, o por simple afán de hacer negocio (la pela es la pela) distribuía periódicamente toneladas de papel impreso en forma de historietas y de novelas baratas.
Salidos de los lápices de Cifré, Vázquez, Ayné, Peñarroya, Escobar, Ibañez, Conti, Benejam, Jorge, Coll, Estivill, Nadal, Raf, Panella, Muntañola o Enrich, entre otros, las bodegas de Editorial Bruguera, de Toray, de Cliper, de Hispano Americana de Ediciones o de Editorial Juventud volcaban semanalmente la abigarrada turbamulta de los personajes habituales de revistas ilustradas como TBO, Pulgarcito, El DDT, Tío Vivo, Yumbo o Pinocho, y los jóvenes lectores se deleitaban con las aventuras y desventuras de La familia Ulises, Morcillón (amito Mochilón) y Babalí, El profesor Franz de Copenhague, cuyos inventos han servido de inspiración a muchos políticos, Las hermanas Gilda, El repórter Tribulete, Zipi y Zape, Carpanta, Don Pío, Doña Urraca, El loco Carioco, El doctor Cataplasma, Petra, criada para todo, Pascual, criado leal, Mortadelo y Filemón, Anacleto agente secreto, 13 Rue del Percebe, La familia Cebolleta, Pepe Gotera y Otilio, Blasa, portera de su casa, Mi tío Magdaleno, Apolino Tarúguez, hombre de negocios (y su secretario Celedonio), Don Berriche, Ángel Siseñor, La familia Churumbel, El botones Sacarino, El caco Bonifacio y tantos otros, además de las colecciones de los llamados cuentos de hadas (Azucena, Alicia, Graciela) y de las revistas Sissí, Blanca, Lily y, sobre todo, Florita, para las chicas.  
Del mismo caladero procedían El cachorro (y su fiel Batán), El jabato (y el forzudo Taurus), El capitán Trueno (con Crispín y Goliat), El sheriff King, Tarzán, Dick Norton, Flash Gordon (con Dale Arden y los chicos del espacio), El hombre enmascarado (el duende que camina) y los personajes de los relatos situados en la II Guerra Mundial y la guerra de Corea ofrecidos en Hazañas bélicas, donde gobernaban los lápices de Boixcar, Alan Doyer y Alex Simons.
Todos ellos debían disputar las preferencias infantiles con héroes como Jeque BlancoDoc SavageMendoza Colt, Aventuras del FBI (de tres agentes: Jack, Sam y el joven Bill), de la madrileña Editorial Rollán, con Diego Valor (de los cielos caballero, de malvados el terror), el Coyote y Dos hombres buenos (Guzmán y Silveira) de José Mallorquí, para Editorial Cid, también de Madrid, y con El guerrero del antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín, de la Editorial Valenciana.
Para la gente menuda y para los bachilleres de toda laya, los tebeos y novelas baratas (del Oeste, policíacas, de piratas y de aventuras en general), junto con los programas de radio y las sesiones dobles de cine de barrio, suponían la necesaria alternativa a los deberes escolares y a las plúmbeas tardes dedicadas a memorizar, que no a entender, el hermético mensaje del dogma católico y el no menos abstruso de la Formación del Espíritu Nacional, que compendiaba el ideario político franquista.
La verdadera patria es la infancia, decía Rilke, y puede que sea cierto, porque en la infancia se configura la personalidad, se adquieren los códigos que insertan al individuo en determinada cultura y se adquieren los valores morales que, en buena parte, van a guiarle el resto de su vida. En este aspecto, miles, millones de niños y jóvenes españoles, chicas también, naturalmente, fueron educados durante años no sólo por sus familiares, maestros y los inevitables curas y monjas, sino por los tipos humanos y los estereotipos sociales suministrados por unos relatos elaborados en Barcelona.
¿Cómo sería posible odiar a los catalanes sin renunciar a una parte de la infancia?  

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