Después de conocer la opinión de acreditados analistas políticos, de ver la satisfacción en las filas del PP, el desconcierto en las del PSOE y en la izquierda, y la evolución de las encuestas, donde la derecha mejora sus posiciones con rapidez, hay que admitir sin paliativos que Feijoo no sólo venció a Sánchez en su encuentro, sino que salió de allí convertido en un caudillo, lo que ha provocado la exultante “salida del armario” de muchos seguidores hasta ahora discretos para mostrar públicamente la inconsistencia de su memoria o las carencias de su formación democrática.
Feijoo, en efecto, ganó, pero, ¿qué ganó?
¿Y qué ha ganado la ciudadanía?
En apariencia, venció en un debate
televisado, pero no hubo tal, porque no fue allí a debatir, sino a enredar para
impedir que hubiera un debate, es decir un intercambio de ideas fundado en
razones y datos, sobre un asunto de interés común, que es la situación de este
país y su inmediato futuro.
No había la misma intención, ni, por
tanto, el mismo lenguaje, las mismas fuentes de referencia, españolas o
extranjeras, ni siquiera parecía que se hablara del mismo país. Uno es el país
real, que va superando la situación anterior, en un difícil contexto
internacional, con el precio de la energía disparado ya antes de la guerra en
Ucrania, más lo que ésta ha supuesto para la economía general, tras los dos
años de pandemia, a lo que se deben añadir los efectos negativos para las
clases subalternas del largo mandato de Rajoy (7 años), del que una parte
importante de la población con menos recursos aún no se ha recuperado, esa, parte
que cita Feijoo en sus intervenciones y cuya suerte Sánchez ha tratado de
mejorar, que es lo que duele en el PP, un partido que practica la lucha de
clases de suma cero.
El otro es el país imaginario a punto de
deshacerse -España se balcaniza otra vez (debe ser la cuarta)-, por las
concesiones del “gobierno ilegítimo” a los partidos nacionalistas, por la
presión del feminismo y una situación económica catastrófica, desmentida por
los datos del Banco de España, la Unión Europea y la OCDE; por los beneficios
empresariales, la elevada tasa de ocupados, por una inflación que disminuye,
por una economía que crece y por un gobierno que cuenta en Europa como Rajoy
hubiera querido hacerlo. Y como Feijoo, si tiene suerte, será incapaz de
emular.
Se debe reconocer que presentar de modo
verosímil una imaginaria situación catastrófica es un trabajo laborioso que
requiere mucha fantasía y, a la vez, aplomo para mentir sin delatarse. Y eso
Feijoo, autotitulado campeón de la verdad, lo hace bien, pues tiene una larga trayectoria
en Galicia y un estilo propio que lo distingue de las otras aplicaciones del Libro
de Estilo del PP: por ejemplo del tono tabernario de Hernando, Pujalte o Barberá,
del circense de Floriano, el surrealista de Rajoy, el curil de Camps, el cínico
de Cospedal, el balbuceante de Ana Mato, el altanero y nobiliario de Aguirre,
el viperino de Ayuso, el bufonesco de Almeida, el falsamente políglota de Ana
Botella, el artificioso de Gamarra con el rictus de una sonrisa cuadrada, el
crispado de Casado y el cuartelero de Aznar, que no habla, sino que regaña.
El estilo de Feijoo es diferente, frío o
más bien estólido y sin alterarse -impasible el ademán-, recita con firmeza la
letanía de falsedades y bulos acumulada en la legislatura, salpicada por continuas
acusaciones a Sánchez de mentir.
En su discurso, llamémoslo así por
referirnos a algo, no existen ni el tiempo ni el espacio, ni el contexto, ni
los cambios de coyuntura, ni el grado de las cosas; ni los datos, las
estadísticas o las hemerotecas. El suyo es un mundo quieto ante un decorado
catastrófico en una fotografía que muestra un país en blanco y negro, de buenos
y malos -España o Sánchez-, que priva de nacionalidad a la mitad de los habitantes,
que es lo que quieren hacer los nacionalistas en sus regiones. Es un país con
el reloj parado a conveniencia, examinado desde una tertulia de casino en
Galicia o desde el yate de un amigo peligroso, con la indolencia de un cacique
provinciano que vela por los intereses de la gente de bien.
Feijoo y el PP, por el momento, van
ganando, pero ¿qué va ganando? Va ganando la desinformación, la desconfianza,
la confusión, la sospecha sobre lo no sea políticamente afín al PP (o Vox, como
socio), la falta de responsabilidad por lo que se afirma, el deterioro de las
instituciones representativas por acusaciones vertidas sin prueba -si no
ganamos es que hay fraude electoral; falta un millón de votos emitidos por
correo; el Gobierno impide la renovación del Consejo General del Poder Judicial-,
que es una vieja táctica en su trayectoria populista, de destruir lo que no
puede utilizar a su antojo.
Desde los bancos de la oposición se ha
sembrado crispación y odio creciente, y que todo vale para echar del gobierno a
un “enemigo” de España. Gana una forma de hacer política a base de falsedades,
con ardides y trampas de trilero, en vez del debate abierto, que ofrezca a los
votantes la máxima información de lo hecho, lo que queda por hacer y el
programa que se ofrece como alternativa, con el fin de que, debidamente
informados, elijan el programa de su preferencia con razones, no sólo con
emociones y el visceral rechazo a los contrarios.
Va ganando la manipulación de las
palabras, la erosión de conceptos esenciales del régimen representativo, la
perversión del lenguaje y la actitud crispada que hace imposible el debate, el
descubrimiento de la verdad, la separación de lo falso, la detección del error;
es decir, se ensalza lo falso como conveniente, la mentira se convierte en
necesaria para desgastar al Gobierno, en lo aconsejable para llegar a gobernar,
y, en resumen, en lo bueno para la política, como si se pudiera gobernar de
forma democrática sobre perpetuas mentiras, o lo que es lo mismo, ignorando la
realidad, que es lo propio de las dictaduras.
Así seguirá Feijoo, impasible el ademán,
hasta el día 23, sin que sepamos mucho de su programa, aunque sí sobre sus
intenciones de volver atrás, siempre atrás, derogar lo hecho y bajar los
impuestos, que es la medida milagrosa, en crisis y sin crisis, con pandemia y
sin pandemia; bajar siempre los impuestos directos y proteger los intereses de
las clases altas.
Aquel día, Sánchez tuvo una mala noche;
Feijoo la tuvo buena: iba bien adiestrado y aplicó con eficacia la probada
táctica de mentir sin pausa ni rubor, para cargar al contrario con el enojoso
trabajo de desvelar los embustes.
Aquella noche, Sánchez fue cortés y
aguantó hasta el final la ofensiva de un indocumentado. Fue demasiado generoso.
Yo me hubiera levantado a los cinco minutos y acabado con la farsa, dejando
allí al trilero y a sus patrocinadores.
Jmr. 16 de julio, 2023. Para el
obrero.es
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