jueves, 20 de julio de 2023

Impasible el ademán

 Después de conocer la opinión de acreditados analistas políticos, de ver la satisfacción en las filas del PP, el desconcierto en las del PSOE y en la izquierda, y la evolución de las encuestas, donde la derecha mejora sus posiciones con rapidez, hay que admitir sin paliativos que Feijoo no sólo venció a Sánchez en su encuentro, sino que salió de allí convertido en un caudillo, lo que ha provocado la exultante “salida del armario” de muchos seguidores hasta ahora discretos para mostrar públicamente la inconsistencia de su memoria o las carencias de su formación democrática.

Feijoo, en efecto, ganó, pero, ¿qué ganó? ¿Y qué ha ganado la ciudadanía?

En apariencia, venció en un debate televisado, pero no hubo tal, porque no fue allí a debatir, sino a enredar para impedir que hubiera un debate, es decir un intercambio de ideas fundado en razones y datos, sobre un asunto de interés común, que es la situación de este país y su inmediato futuro.

No había la misma intención, ni, por tanto, el mismo lenguaje, las mismas fuentes de referencia, españolas o extranjeras, ni siquiera parecía que se hablara del mismo país. Uno es el país real, que va superando la situación anterior, en un difícil contexto internacional, con el precio de la energía disparado ya antes de la guerra en Ucrania, más lo que ésta ha supuesto para la economía general, tras los dos años de pandemia, a lo que se deben añadir los efectos negativos para las clases subalternas del largo mandato de Rajoy (7 años), del que una parte importante de la población con menos recursos aún no se ha recuperado, esa, parte que cita Feijoo en sus intervenciones y cuya suerte Sánchez ha tratado de mejorar, que es lo que duele en el PP, un partido que practica la lucha de clases de suma cero.  

El otro es el país imaginario a punto de deshacerse -España se balcaniza otra vez (debe ser la cuarta)-, por las concesiones del “gobierno ilegítimo” a los partidos nacionalistas, por la presión del feminismo y una situación económica catastrófica, desmentida por los datos del Banco de España, la Unión Europea y la OCDE; por los beneficios empresariales, la elevada tasa de ocupados, por una inflación que disminuye, por una economía que crece y por un gobierno que cuenta en Europa como Rajoy hubiera querido hacerlo. Y como Feijoo, si tiene suerte, será incapaz de emular.

Se debe reconocer que presentar de modo verosímil una imaginaria situación catastrófica es un trabajo laborioso que requiere mucha fantasía y, a la vez, aplomo para mentir sin delatarse. Y eso Feijoo, autotitulado campeón de la verdad, lo hace bien, pues tiene una larga trayectoria en Galicia y un estilo propio que lo distingue de las otras aplicaciones del Libro de Estilo del PP: por ejemplo del tono tabernario de Hernando, Pujalte o Barberá, del circense de Floriano, el surrealista de Rajoy, el curil de Camps, el cínico de Cospedal, el balbuceante de Ana Mato, el altanero y nobiliario de Aguirre, el viperino de Ayuso, el bufonesco de Almeida, el falsamente políglota de Ana Botella, el artificioso de Gamarra con el rictus de una sonrisa cuadrada, el crispado de Casado y el cuartelero de Aznar, que no habla, sino que regaña.

El estilo de Feijoo es diferente, frío o más bien estólido y sin alterarse -impasible el ademán-, recita con firmeza la letanía de falsedades y bulos acumulada en la legislatura, salpicada por continuas acusaciones a Sánchez de mentir.

En su discurso, llamémoslo así por referirnos a algo, no existen ni el tiempo ni el espacio, ni el contexto, ni los cambios de coyuntura, ni el grado de las cosas; ni los datos, las estadísticas o las hemerotecas. El suyo es un mundo quieto ante un decorado catastrófico en una fotografía que muestra un país en blanco y negro, de buenos y malos -España o Sánchez-, que priva de nacionalidad a la mitad de los habitantes, que es lo que quieren hacer los nacionalistas en sus regiones. Es un país con el reloj parado a conveniencia, examinado desde una tertulia de casino en Galicia o desde el yate de un amigo peligroso, con la indolencia de un cacique provinciano que vela por los intereses de la gente de bien.

Feijoo y el PP, por el momento, van ganando, pero ¿qué va ganando? Va ganando la desinformación, la desconfianza, la confusión, la sospecha sobre lo no sea políticamente afín al PP (o Vox, como socio), la falta de responsabilidad por lo que se afirma, el deterioro de las instituciones representativas por acusaciones vertidas sin prueba -si no ganamos es que hay fraude electoral; falta un millón de votos emitidos por correo; el Gobierno impide la renovación del Consejo General del Poder Judicial-, que es una vieja táctica en su trayectoria populista, de destruir lo que no puede utilizar a su antojo.  

Desde los bancos de la oposición se ha sembrado crispación y odio creciente, y que todo vale para echar del gobierno a un “enemigo” de España. Gana una forma de hacer política a base de falsedades, con ardides y trampas de trilero, en vez del debate abierto, que ofrezca a los votantes la máxima información de lo hecho, lo que queda por hacer y el programa que se ofrece como alternativa, con el fin de que, debidamente informados, elijan el programa de su preferencia con razones, no sólo con emociones y el visceral rechazo a los contrarios.

Va ganando la manipulación de las palabras, la erosión de conceptos esenciales del régimen representativo, la perversión del lenguaje y la actitud crispada que hace imposible el debate, el descubrimiento de la verdad, la separación de lo falso, la detección del error; es decir, se ensalza lo falso como conveniente, la mentira se convierte en necesaria para desgastar al Gobierno, en lo aconsejable para llegar a gobernar, y, en resumen, en lo bueno para la política, como si se pudiera gobernar de forma democrática sobre perpetuas mentiras, o lo que es lo mismo, ignorando la realidad, que es lo propio de las dictaduras.

Así seguirá Feijoo, impasible el ademán, hasta el día 23, sin que sepamos mucho de su programa, aunque sí sobre sus intenciones de volver atrás, siempre atrás, derogar lo hecho y bajar los impuestos, que es la medida milagrosa, en crisis y sin crisis, con pandemia y sin pandemia; bajar siempre los impuestos directos y proteger los intereses de las clases altas.

Aquel día, Sánchez tuvo una mala noche; Feijoo la tuvo buena: iba bien adiestrado y aplicó con eficacia la probada táctica de mentir sin pausa ni rubor, para cargar al contrario con el enojoso trabajo de desvelar los embustes.

Aquella noche, Sánchez fue cortés y aguantó hasta el final la ofensiva de un indocumentado. Fue demasiado generoso. Yo me hubiera levantado a los cinco minutos y acabado con la farsa, dejando allí al trilero y a sus patrocinadores.

 

Jmr. 16 de julio, 2023. Para el obrero.es

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