Las puntualizaciones de la periodista Silvia Intxaurrondo ante respuestas poco verosímiles de Núñez Feijoo, efectuadas durante una entrevista en RTVE, han suscitado las críticas de varios dirigentes del Partido Popular a la cadena pública y la descalificación de la periodista, que se limitó a efectuar su trabajo con rigor al señalar las incoherencias en que Feijoo, con la desfachatez habitual, incurría ante la audiencia.
Intxaurrondo,
que iba bien documentada, fue señalando, de modo respetuoso pero insistente -“No
es correcto, señor Feijoo”-, las imprecisiones, la escasa fiabilidad de las
fuentes y la vaguedad de los datos que soltaba el entrevistado, así como las
contradicciones entre lo que afirmaba y las decisiones adoptadas por el Partido
Popular recientemente y en la etapa de Rajoy.
Como ya
es habitual, Feijoo no admitió puntualización alguna y solicitó a la periodista
que revisase sus fuentes, aunque él no pudo aportar la autoría de las suyas.
Más tarde, en las redes quiso salir del paso de modo igualmente poco airoso, pero
dada la cantidad de datos falsos, inexactos, ambigüedades y mentiras descaradas
que está utilizando en esta larga campaña electoral es probable que se reduzca
su credibilidad.
Portavoces
del gremio han salido en defensa de Intxaurrondo, que dio una lección de
periodismo, mostrando que se había preparado a fondo la entrevista y sabía de
qué hablaba, y destacando la importancia de la documentación, de los bancos de
datos, de las hemerotecas y los archivos; de la memoria, en definitiva, para
situar los sucesos en los procesos y entender algo del mundo donde todo ocurre
rápida y confusamente. La memoria se vuelve, así, un instrumento necesario para
comprender la realidad y descubrir a los farsantes.
La
mayor parte de las opiniones en defensa de Intxaurrondo se han apoyado en su
condición de mujer frente a la prepotencia de un hombre, que, por más señas,
aspira a ejercer la jefatura del gobierno, y en su labor profesional en un
medio público, al rechazar hacerse cómplice de las fabulaciones de Feijoo
aceptando “mercancía averiada”.
Como
otros dirigentes del PP, Feijoo está habituado a contar con el beneplácito de
periodistas serviles en medios privados y a disponer de los medios públicos a
su alcance para sus necesidades políticas, como se percibe en los medios
autonómicos -Telemadrid es un caso ejemplar- y en RTVE en cuanto llegan al
gobierno, por eso le sorprendió que una periodista rehusara complacerle
aceptando sin resistencia sus falsedades y contradicciones.
Y es
que en el PP añoran la Ley de Prensa de 1966, promovida por Manuel Fraga, entonces
ministro de Información y Turismo, uno de los fundadores de Alianza Popular (el
actual PP).
Aquella
ley reemplazaba a la de Serrano Suñer, elaborada en 1938, que respondía
necesidades de la guerra al controlar la información para organizar las
fuerzas, impedir la resistencia en el territorio conquistado, neutralizar la
propaganda enemiga y difundir la propia.
La
“ley Fraga”, un signo de la España en desarrollo y los años de la “apertura”
(con los partidos y sindicatos de la izquierda en la cárcel o en la
clandestinidad, y la oposición republicana en el exilio), eliminaba aspectos
arbitrarios de la ley Suñer, como la censura previa, pero no la posterior
revisión de lo publicado, con las consiguientes sanciones si se apartaba del
ambiguo “espíritu” de la ley. Sería largo poner ejemplos de su aplicación, pero
en los dos primeros años de vigencia se incoaron 339 expedientes de sanción y 180
de ellos acabaron en multas o suspensiones. Las multas, el secuestro y cierre
de publicaciones y la persecución de periodistas continuaron después de la
muerte de Franco, y ahora se perciben tendencias preocupantes en el mismo
sentido en los nuevos gobiernos autonómicos y municipales del PP y Vox. Añoran
a Fraga y su ley.
Hubo
machismo en la actitud de Feijoo como hombre, pero también mucho clasismo como
dirigente del PP; un partido político cuyos militantes no olvidan jamás que los
intereses de su clase social están antes que cualquier otra cosa, antes,
incluso, que los de España, el país que dicen representar en exclusiva. Si esto
se tiene claro, se entiende mejor la trayectoria de los “populares” o, mejor
dicho, de los “populistas”, que es lo que son.
Los
dirigentes del Partido Popular tienen la idea de que España les pertenece, por
historia, por religión -España, siempre católica- y por conquista, y metida en
el tuétano está la mentalidad del propietario, del señorito, del amo del
cortijo, que dispone a su antojo -en “blanco” o en “negro”, en la caja A o en
la caja B- de sus propiedades y de quienes habitan en ellas en la gañanía.
Para
el PP, España está dividida en dos grupos sociales de distinto tamaño y desigual
función: el reducido de los amos, la clase política y económicamente dirigente,
la clase acomodada, los verdaderos españoles, o sea, la “gente de bien”, y los
demás, el amplio grupo de los sirvientes, de los empleados, como la doncella,
la cocinera, el chofer o el jardinero, que cumplen funciones subalternas en
distintos campos de la actividad económica, y entre ellos están los
periodistas.
En la actitud de Feijoo ante
Intxaurrondo se percibe al cacique, al amo que no admite que puede estar
equivocado ante un sirviente, al que le pide que rectifique, porque él, que
pertenece a la “gente de bien”, no se equivoca ni tampoco miente. Pero eso, “no
es correcto, señor Feijoo”
19 de julio de 2023. El
obrero.es
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