jueves, 20 de julio de 2023

Añorado Fraga

Las puntualizaciones de la periodista Silvia Intxaurrondo ante respuestas poco verosímiles de Núñez Feijoo, efectuadas durante una entrevista en RTVE, han suscitado las críticas de varios dirigentes del Partido Popular a la cadena pública y la descalificación de la periodista, que se limitó a efectuar su trabajo con rigor al señalar las incoherencias en que Feijoo, con la desfachatez habitual, incurría ante la audiencia.

Intxaurrondo, que iba bien documentada, fue señalando, de modo respetuoso pero insistente -“No es correcto, señor Feijoo”-, las imprecisiones, la escasa fiabilidad de las fuentes y la vaguedad de los datos que soltaba el entrevistado, así como las contradicciones entre lo que afirmaba y las decisiones adoptadas por el Partido Popular recientemente y en la etapa de Rajoy.

Como ya es habitual, Feijoo no admitió puntualización alguna y solicitó a la periodista que revisase sus fuentes, aunque él no pudo aportar la autoría de las suyas. Más tarde, en las redes quiso salir del paso de modo igualmente poco airoso, pero dada la cantidad de datos falsos, inexactos, ambigüedades y mentiras descaradas que está utilizando en esta larga campaña electoral es probable que se reduzca su credibilidad.

Portavoces del gremio han salido en defensa de Intxaurrondo, que dio una lección de periodismo, mostrando que se había preparado a fondo la entrevista y sabía de qué hablaba, y destacando la importancia de la documentación, de los bancos de datos, de las hemerotecas y los archivos; de la memoria, en definitiva, para situar los sucesos en los procesos y entender algo del mundo donde todo ocurre rápida y confusamente. La memoria se vuelve, así, un instrumento necesario para comprender la realidad y descubrir a los farsantes.  

La mayor parte de las opiniones en defensa de Intxaurrondo se han apoyado en su condición de mujer frente a la prepotencia de un hombre, que, por más señas, aspira a ejercer la jefatura del gobierno, y en su labor profesional en un medio público, al rechazar hacerse cómplice de las fabulaciones de Feijoo aceptando “mercancía averiada”.

Como otros dirigentes del PP, Feijoo está habituado a contar con el beneplácito de periodistas serviles en medios privados y a disponer de los medios públicos a su alcance para sus necesidades políticas, como se percibe en los medios autonómicos -Telemadrid es un caso ejemplar- y en RTVE en cuanto llegan al gobierno, por eso le sorprendió que una periodista rehusara complacerle aceptando sin resistencia sus falsedades y contradicciones.

Y es que en el PP añoran la Ley de Prensa de 1966, promovida por Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo, uno de los fundadores de Alianza Popular (el actual PP).

Aquella ley reemplazaba a la de Serrano Suñer, elaborada en 1938, que respondía necesidades de la guerra al controlar la información para organizar las fuerzas, impedir la resistencia en el territorio conquistado, neutralizar la propaganda enemiga y difundir la propia.

La “ley Fraga”, un signo de la España en desarrollo y los años de la “apertura” (con los partidos y sindicatos de la izquierda en la cárcel o en la clandestinidad, y la oposición republicana en el exilio), eliminaba aspectos arbitrarios de la ley Suñer, como la censura previa, pero no la posterior revisión de lo publicado, con las consiguientes sanciones si se apartaba del ambiguo “espíritu” de la ley. Sería largo poner ejemplos de su aplicación, pero en los dos primeros años de vigencia se incoaron 339 expedientes de sanción y 180 de ellos acabaron en multas o suspensiones. Las multas, el secuestro y cierre de publicaciones y la persecución de periodistas continuaron después de la muerte de Franco, y ahora se perciben tendencias preocupantes en el mismo sentido en los nuevos gobiernos autonómicos y municipales del PP y Vox. Añoran a Fraga y su ley.

Hubo machismo en la actitud de Feijoo como hombre, pero también mucho clasismo como dirigente del PP; un partido político cuyos militantes no olvidan jamás que los intereses de su clase social están antes que cualquier otra cosa, antes, incluso, que los de España, el país que dicen representar en exclusiva. Si esto se tiene claro, se entiende mejor la trayectoria de los “populares” o, mejor dicho, de los “populistas”, que es lo que son.  

Los dirigentes del Partido Popular tienen la idea de que España les pertenece, por historia, por religión -España, siempre católica- y por conquista, y metida en el tuétano está la mentalidad del propietario, del señorito, del amo del cortijo, que dispone a su antojo -en “blanco” o en “negro”, en la caja A o en la caja B- de sus propiedades y de quienes habitan en ellas en la gañanía.

Para el PP, España está dividida en dos grupos sociales de distinto tamaño y desigual función: el reducido de los amos, la clase política y económicamente dirigente, la clase acomodada, los verdaderos españoles, o sea, la “gente de bien”, y los demás, el amplio grupo de los sirvientes, de los empleados, como la doncella, la cocinera, el chofer o el jardinero, que cumplen funciones subalternas en distintos campos de la actividad económica, y entre ellos están los periodistas.

En la actitud de Feijoo ante Intxaurrondo se percibe al cacique, al amo que no admite que puede estar equivocado ante un sirviente, al que le pide que rectifique, porque él, que pertenece a la “gente de bien”, no se equivoca ni tampoco miente. Pero eso, “no es correcto, señor Feijoo”

19 de julio de 2023. El obrero.es

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