El pasado 12 de junio falleció el conocido empresario y político populista italiano. Ahí van unos fragmentos del artículo “Razones de la victoria electoral de Berlusconi”, sobre su primera victoria electoral y los signos que apuntaban un cambio político en Italia.
El quinto de los factores que explican la
victoria de Forza Italia es la conversión de los partidos políticos en máquinas
electorales. Para ganar elecciones y gobernar no es preciso que un partido esté
presente en el tejido de la sociedad civil, sino que cuente con un grupo
decidido de personas, con el dinero necesario -o sea capaz de conseguirlo (uno
de los orígenes de la corrupción política) o de endeudarse (con la banca o con
quien sea)- y poner en marcha campañas para crear y difundir una imagen y un
discurso peculiares.
Si, antes, el partido era una máquina al
servicio de unas ideas y los medios de comunicación eran un instrumento más al
servicio de ese ideario, ahora, que ya no hay ideas, o al menos grandes ideas, sino
que "el medio es el mensaje", como decía McLuhan; y el mensaje es la
propia maquinaria funcionando como espectáculo.
Esto es claro en el caso de Berlusconi, donde
ya ha desaparecido hasta el partido que utiliza los medios de comunicación,
sino que éstos son el partido. Igualmente, se confirma hasta el
paroxismo la tendencia de los partidos a ser agrupaciones de notables, pocas
personas que manejan muchos medios: en el caso de Silvio Berlusconi el partido
se reduce a él, a Tele5 y a las empresas adyacentes que le han permitido
montar un "partido" en pocos meses sobre la base de una red
empresarial y de un equipo de fútbol.
Como vamos viendo, las citadas tendencias de
las sociedades modernas se han convertido en factores que han jugado a favor de
Berlusconi: la trivialización de la política, la personalización (Berlusconi es
popular por su condición de empresario, amo de la comunicación y presidente del
club de fútbol más potente de Italia) y las corrientes neoliberales que abogan
por gestionar el Estado con los criterios de una empresa privada.
Pese a ser un novato en el campo de la política,
Berlusconi ha sabido convertir ese obstáculo en un factor favorable apoyándose
en un principio esencial del periodismo: el valor de lo nuevo (no de lo mejor)
frente a lo viejo, y, ante el descrédito de gran parte de la clase política y
el aura que el neoliberalismo ha concedido a los empresarios como buenos
gestores y creadores de riqueza, y en la idea de que un empresario lo hará
mejor que los políticos profesionales.
Por lo que se refiere a los mensajes
difundidos en la campaña electoral, el amo de Tele5 se ha acomodado a
los gustos de una audiencia -que él, a través de sus empresas de comunicación y
publicidad, ha contribuido a moldear- como si se tratara de vender un producto:
ha contado a los italianos las cosas agradables que querían oír.
El nombre de su "partido", tomado
de un grito deportivo ("Forza Italia" es algo así como "Aúpa
España"), no va destinado al zoon politikón aristotélico, sino a
los "tifosi", a los "hinchas", y, en consecuencia, su
elemental mensaje, también.
Ante una Italia golpeada por la crisis
económica y política, por el paro, atónita ante la extensión del fenómeno de la
corrupción y (des)gobernada por un Estado caro e ineficaz, Berlusconi y sus
compañeros de coalición -Bossi (Liga Norte) y Fini (Alianza Nacional)-, con un lenguaje
exultante que indicaba seguridad en la victoria, han prometido puestos de
trabajo (Berlusconi ha dicho que pediría a sus amigos empresarios que crearan
un millón de empleos), rebajar los impuestos, una administración más ágil y
barata. No han dicho cómo iban a hacerse realidad semejantes sueños, ni han
hablado de los costes -eso se deja para la izquierda-; simplemente han
prometido.
La manera de presentar tales promesas también
ha sido "berlusconiana": nada de apariciones en público -sólo ha
aparecido por televisión- ni de entrevistas, ni argumentaciones complejas, ni
debates políticos (el único, con Occhetto, en el que éste perdió la ocasión de
desenmascarar a Berlusconi) sino monólogos, arengas y disquisiciones de personajes
famosos en solitario o la consigna de votar al "padrone" repetida de
forma incansable en toda la programación de sus canales de televisión (por
ejemplo, la cantante Iva Zanicchi en la versión italiana del programa El
precio justo).
Sin embargo, la campaña electoral de Forza
Italia ha sido políticamente eficaz, pues, a lo dicho, hay que unir el uso
paradójico que ha hecho Berlusconi de viejas ideas con otro envoltorio. El
nuevo envoltorio -jovencitas ligeras de ropa, alegría, fiesta, consumismo, luces,
música, lentejuelas, concursos y trivialidades- contiene un discurso arcaico:
el anticomunismo. Berlusconi y sus socios han aprovechado ese viejo mensaje de
la Democracia Cristiana combinándolo con el discurso sobre la privatización de
áreas de la vida pública y la exhibición en Tele5 de la vida privada
como espectáculo.
No hay comunismo en Italia -la reconversión
del Partido Comunista de Italia en Partido Democrático de la Izquierda (Partito
Democrático de Sinistra) adaptó la imagen del partido de Togliatti a un
contenido que ya tenía-, ni hay comunismo en Europa, pero el mensaje
anticomunista sigue dando buen resultado.
En el plano de los hechos cotidianos que
conforman el contexto en el que se han celebrado las elecciones, hay que citar un
factor decisivo que ha favorecido la victoria de la derecha en Italia: el imparable
declive de la izquierda.
J.M. Roca. Iniciativa socialista, invierno de 2003.
Madrid, 14 de junio de 2023
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