Italia se extravía y políticamente se inclina a la extrema derecha. Así que pocas bromas con Meloni, joven católica neofascista envuelta en el nombre franciscano de un partido -Hermanos de Italia- que procede de seguidores directos del “Duce”, a pesar de que haya moderado su discurso para la ocasión.
Dentro
de la orientación conservadora de Europa, Meloni quiere llevar a Italia por la senda
nacional populista de Hungría, Polonia, Suecia y, en cierto modo, de Holanda, y
ha superado a Le Pen, que, en Francia, espera su oportunidad de llegar al
Elíseo.
El
crecimiento de la ultraderecha en Europa no es un fenómeno nuevo, pues hasta la
II Guerra Mundial buena parte de ella estuvo regida -de norte a sur, desde
Noruega (Quisling) a Italia, España y Grecia (Mussolini, Franco y Metaxas) y de
Este a Oeste, desde Bulgaria (Zankov) a Portugal (Oliveira)- por regímenes
autoritarios de distinta especie.
Entonces,
como reacción a la Rusia soviética, el fascismo y el nazismo se veían con
buenos ojos por las clases altas europeas como frenos al bolchevismo y a los
movimientos obreros y sindicales. Ahora no hay comunismo, salvo la variante degenerada
del estalinismo que Putin representa, ni movimientos obreros potentes o partidos
revolucionarios que amenacen el orden capitalista, pero se
extiende por Occidente un modo conservador de ver el mundo, la sociedad y el gobierno, impulsado por un populismo salvaje y rancio, un irracionalismo
autoritario y un sentimentalismo visceral arropado por fanáticas creencias
religiosas. Este es el trasfondo ideológico general del triunfo de la extrema
derecha en Italia, cabalgando sobre el capitalismo financiero.
En las elecciones generales del pasado día 25 de septiembre, Giorgia Meloni
ha vencido con el 43,8% de los votos obtenidos por la coalición formada por
Hermanos de Italia, la Liga de Salvini, Forza Italia de Berlusconi y Nosotros
Moderados, en la que su partido, con el 26% de los votos y 69 escaños, supera
con mucho a sus principales socios: el 8,8% de la Liga con 25 escaños y el 8,1%
de Forza Italia con 22 escaños.
La
gaseosa coalición de centroizquierda ha obtenido el 26,13% de los votos: el
Partido Democrático con el 19% de los votos, logra 61 escaños, pero el resto de
los socios -Más Europa, Compromiso Cívico y la Alianza Verdes-Izquierda- no
obtiene ninguno. El igualmente gaseoso Movimiento Cinco Estrellas alcanza el
15,43% de los votos y obtiene 52 escaños. El Tercer Polo, con casi el 8%, dispone
de 21 escaños.
Con
estos resultados y beneficiada por la ley electoral, Meloni podrá gobernar con
mayoría absoluta en el Congreso, con 237 diputados de 400-, y en el Senado con 112
escaños de 200. Pero no lo tiene fácil, por la coyuntura económica de Italia y por las diferencias con sus socios.
Se
debe recordar una abstención del 36%, que en el sur y entre los jóvenes de
menos de 25 años alcanza el 50%, lo que revela el cansancio de las clases
populares ante la cháchara de los dirigentes políticos, el hastío de los
estratos más necesitados de atención, cansados de esperar algún remedio a su
situación, y la falta de confianza de los jóvenes en que pueda llegar de las
instituciones alguna mejora a su incierto futuro.
Con
una campaña electoral plagada de descalificaciones entre los candidatos, pero alejada
de los asuntos que preocupan a la ciudadanía, y en particular a las clases
subalternas -crisis, precios, energía, paro, salarios, futuro incierto-, el
miedo a la extrema derecha utilizado por las izquierdas no ha dado el resultado
apetecido y una parte de la ciudadanía, aburrida por tanta disputa y cansada de
promesas incumplidas, ha decidido probar otra cosa dando su voto a Meloni, que
hasta ahora había quedado fuera de todas las combinaciones de gobierno, lo cual
no significa que exista con ella un compromiso duradero, más cuando su
intención no es favorecer a las clases subalternas, sino utilizarlas para
aplicar su programa de clase, que no es exactamente el de la coalición, pues
guarda diferencias con sus socios.
Meloni
sabe que el 56% de los electores ha rechazado el proyecto homófobo, xenófobo,
nacionalista y confesional de la coalición vencedora, por eso dice que
“gobernará para todos” con serenidad y responsabilidad, que es la fórmula
obligada el día de la victoria, pero, como católica, es de temer que emprenda
una contrarreforma que tenga por objeto reducir derechos de las mujeres y las
minorías sexuales, para imponer el modelo tradicional y patriarcal resumido en
el lema “Dios, patria, familia”, y contra las ayudas a las estratos sociales
más necesitados, como suprimir la renta mínima a un millón de hogares, como
medida necesaria para reducir el gasto público, y bajar los impuestos a los más
ricos, en lo que está de acuerdo con sus socios, en particular con Berlusconi,
así como en el asunto de la inmigración.
La
ultraderecha necesita imperiosamente un enemigo externo para excitar el
sentimiento nacionalista en sus votantes y este enemigo son los migrantes
económicos o huidos políticos, que según su propaganda llegan a Italia a
disfrutar de la riqueza nacional y a dejar sin trabajo a los italianos; son invasores
de otras razas, que proceden de otros países, de otras culturas y creen en otras
religiones, sin posible integración.
Inicialmente
euroescéptica, Meloni defiende ahora la “plena adhesión” a la Unión Europea, que
en otro momento calificó de fracaso, pero defiende la Europa de los pueblos, de
las patrias, frente a la “burocrática Unión de Bruselas”. Es partidaria de la
OTAN, aunque no se sabe si mantendrá las sanciones a Rusia, pero Berlusconi y
Salvini son defensores de Putin.
En
las altas instancias de la Unión Europea hay preocupación por el aumento de la
extrema derecha, pero sólo recoge la cosecha de lo que sembró, en gran parte,
la derecha alemana.
La
crisis bursátil, la burbuja inmobiliaria, el estallido financiero de 2008 y la
recesión de 2010, las medidas de Ángela Merkel, convertida de facto en cancillera
de Europa, de su ministro de finanzas Wolfgang Schauble, que hacía honor a su
nombre (manada de lobos), de Jens Weindman presidente del Bundesbank, de Trichet
en el Banco Central Europeo y de Lagarde en el FMI, que, para salir de la
crisis y rescatar a la banca, impusieron a las clases subalternas europeas y en
singular a las de los países del sur, unas rigurosas medidas de austeridad por haber
gastado -decían- por encima de sus rentas, viviendo a crédito, que a la postre
redundó en beneficio de los bancos alemanes, que fueron los prestamistas de
Europa, y de refugios de capital en Luxemburgo, en Holanda, Irlanda y la City
londinense.
Pero
hay que remontarse más atrás. En 1992 el Tratado de Maastrich metió la UE en el
molde neoliberal, que iba a procurar todo tipo de ventajas y prosperidad a
raudales. El FMI, la OMC, el mercado mundial, mercado continuo, el mundo regido
por las bolsas (Wall Street, la City londinense, Frankfort, París, Tokio y
Chicago en lo que se refiere a alimentos y materias primas). Las bondades del
mercado único, que iba a traer prosperidad para todos, lo que realmente trajo fue
un mercado desregulado, impuso la privatización de servicios, el
desmantelamiento de la intervención del Estado y dejó la riqueza colectiva de
los países a expensas de los grupos de presión y de los oligopolios.
No han
vuelto los “camisas negras” de Mussolini, pero aquí está el emergente fascismo
edulcorado en la empoderada versión femenina de Meloni y de sus dos
impresentables socios para cuando le haga falta al gran capital. Mientras
tanto, ¿qué hace la izquierda italiana?
27 de septiembre de 2022
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