miércoles, 5 de julio de 2023

Giorgia Meloni e il suo complesso

Italia se extravía y políticamente se inclina a la extrema derecha. Así que pocas bromas con Meloni, joven católica neofascista envuelta en el nombre franciscano de un partido -Hermanos de Italia- que procede de seguidores directos del “Duce”, a pesar de que haya moderado su discurso para la ocasión.

Dentro de la orientación conservadora de Europa, Meloni quiere llevar a Italia por la senda nacional populista de Hungría, Polonia, Suecia y, en cierto modo, de Holanda, y ha superado a Le Pen, que, en Francia, espera su oportunidad de llegar al Elíseo.

El crecimiento de la ultraderecha en Europa no es un fenómeno nuevo, pues hasta la II Guerra Mundial buena parte de ella estuvo regida -de norte a sur, desde Noruega (Quisling) a Italia, España y Grecia (Mussolini, Franco y Metaxas) y de Este a Oeste, desde Bulgaria (Zankov) a Portugal (Oliveira)- por regímenes autoritarios de distinta especie.

Entonces, como reacción a la Rusia soviética, el fascismo y el nazismo se veían con buenos ojos por las clases altas europeas como frenos al bolchevismo y a los movimientos obreros y sindicales. Ahora no hay comunismo, salvo la variante degenerada del estalinismo que Putin representa, ni movimientos obreros potentes o partidos revolucionarios que amenacen el orden capitalista, pero se extiende por Occidente un modo conservador de ver el mundo, la sociedad y el gobierno, impulsado por un populismo salvaje y rancio, un irracionalismo autoritario y un sentimentalismo visceral arropado por fanáticas creencias religiosas. Este es el trasfondo ideológico general del triunfo de la extrema derecha en Italia, cabalgando sobre el capitalismo financiero.

En las elecciones generales del pasado día 25 de septiembre, Giorgia Meloni ha vencido con el 43,8% de los votos obtenidos por la coalición formada por Hermanos de Italia, la Liga de Salvini, Forza Italia de Berlusconi y Nosotros Moderados, en la que su partido, con el 26% de los votos y 69 escaños, supera con mucho a sus principales socios: el 8,8% de la Liga con 25 escaños y el 8,1% de Forza Italia con 22 escaños.  

La gaseosa coalición de centroizquierda ha obtenido el 26,13% de los votos: el Partido Democrático con el 19% de los votos, logra 61 escaños, pero el resto de los socios -Más Europa, Compromiso Cívico y la Alianza Verdes-Izquierda- no obtiene ninguno. El igualmente gaseoso Movimiento Cinco Estrellas alcanza el 15,43% de los votos y obtiene 52 escaños. El Tercer Polo, con casi el 8%, dispone de 21 escaños.   

Con estos resultados y beneficiada por la ley electoral, Meloni podrá gobernar con mayoría absoluta en el Congreso, con 237 diputados de 400-, y en el Senado con 112 escaños de 200. Pero no lo tiene fácil, por la coyuntura económica de Italia y por las diferencias con sus socios.  

Se debe recordar una abstención del 36%, que en el sur y entre los jóvenes de menos de 25 años alcanza el 50%, lo que revela el cansancio de las clases populares ante la cháchara de los dirigentes políticos, el hastío de los estratos más necesitados de atención, cansados de esperar algún remedio a su situación, y la falta de confianza de los jóvenes en que pueda llegar de las instituciones alguna mejora a su incierto futuro.

Con una campaña electoral plagada de descalificaciones entre los candidatos, pero alejada de los asuntos que preocupan a la ciudadanía, y en particular a las clases subalternas -crisis, precios, energía, paro, salarios, futuro incierto-, el miedo a la extrema derecha utilizado por las izquierdas no ha dado el resultado apetecido y una parte de la ciudadanía, aburrida por tanta disputa y cansada de promesas incumplidas, ha decidido probar otra cosa dando su voto a Meloni, que hasta ahora había quedado fuera de todas las combinaciones de gobierno, lo cual no significa que exista con ella un compromiso duradero, más cuando su intención no es favorecer a las clases subalternas, sino utilizarlas para aplicar su programa de clase, que no es exactamente el de la coalición, pues guarda diferencias con sus socios.

Meloni sabe que el 56% de los electores ha rechazado el proyecto homófobo, xenófobo, nacionalista y confesional de la coalición vencedora, por eso dice que “gobernará para todos” con serenidad y responsabilidad, que es la fórmula obligada el día de la victoria, pero, como católica, es de temer que emprenda una contrarreforma que tenga por objeto reducir derechos de las mujeres y las minorías sexuales, para imponer el modelo tradicional y patriarcal resumido en el lema “Dios, patria, familia”, y contra las ayudas a las estratos sociales más necesitados, como suprimir la renta mínima a un millón de hogares, como medida necesaria para reducir el gasto público, y bajar los impuestos a los más ricos, en lo que está de acuerdo con sus socios, en particular con Berlusconi, así como en el asunto de la inmigración.  

La ultraderecha necesita imperiosamente un enemigo externo para excitar el sentimiento nacionalista en sus votantes y este enemigo son los migrantes económicos o huidos políticos, que según su propaganda llegan a Italia a disfrutar de la riqueza nacional y a dejar sin trabajo a los italianos; son invasores de otras razas, que proceden de otros países, de otras culturas y creen en otras religiones, sin posible integración.

Inicialmente euroescéptica, Meloni defiende ahora la “plena adhesión” a la Unión Europea, que en otro momento calificó de fracaso, pero defiende la Europa de los pueblos, de las patrias, frente a la “burocrática Unión de Bruselas”. Es partidaria de la OTAN, aunque no se sabe si mantendrá las sanciones a Rusia, pero Berlusconi y Salvini son defensores de Putin.

En las altas instancias de la Unión Europea hay preocupación por el aumento de la extrema derecha, pero sólo recoge la cosecha de lo que sembró, en gran parte, la derecha alemana.

La crisis bursátil, la burbuja inmobiliaria, el estallido financiero de 2008 y la recesión de 2010, las medidas de Ángela Merkel, convertida de facto en cancillera de Europa, de su ministro de finanzas Wolfgang Schauble, que hacía honor a su nombre (manada de lobos), de Jens Weindman presidente del Bundesbank, de Trichet en el Banco Central Europeo y de Lagarde en el FMI, que, para salir de la crisis y rescatar a la banca, impusieron a las clases subalternas europeas y en singular a las de los países del sur, unas rigurosas medidas de austeridad por haber gastado -decían- por encima de sus rentas, viviendo a crédito, que a la postre redundó en beneficio de los bancos alemanes, que fueron los prestamistas de Europa, y de refugios de capital en Luxemburgo, en Holanda, Irlanda y la City londinense.

Pero hay que remontarse más atrás. En 1992 el Tratado de Maastrich metió la UE en el molde neoliberal, que iba a procurar todo tipo de ventajas y prosperidad a raudales. El FMI, la OMC, el mercado mundial, mercado continuo, el mundo regido por las bolsas (Wall Street, la City londinense, Frankfort, París, Tokio y Chicago en lo que se refiere a alimentos y materias primas). Las bondades del mercado único, que iba a traer prosperidad para todos, lo que realmente trajo fue un mercado desregulado, impuso la privatización de servicios, el desmantelamiento de la intervención del Estado y dejó la riqueza colectiva de los países a expensas de los grupos de presión y de los oligopolios.

No han vuelto los “camisas negras” de Mussolini, pero aquí está el emergente fascismo edulcorado en la empoderada versión femenina de Meloni y de sus dos impresentables socios para cuando le haga falta al gran capital. Mientras tanto, ¿qué hace la izquierda italiana?

27 de septiembre de 2022

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