Como otros recitales clandestinos, semiclandestinos o semiautorizados, que se daban en el país, el recital de Raimón -No, jo dic no, diguem no-, celebrado el día 18 de mayo en Madrid, fue mucho más que una mera expresión artística.
Con el vestíbulo de la facultad de
Económicas de abarrotado por un público entregado, se convirtió en un abierto
acto de reclamación política -Al vent, la cara al vent-, en una
universidad enfrentada a la dictadura, cuyas autoridades respondían sancionando
a alumnos y profesores, clausurando aulas, cursos, facultades o universidades
enteras, según fuera el nivel alcanzado por las protestas.
Interpretado en catalán, el recital fue
también un acto de reivindicación cultural y afirmación identitaria, cuyo
origen estaba más atrás.
En los primeros años sesenta, como
reacción a la copla andaluza, a la canción aflamencada y a la música comercial
nacional y extranjera, que saturaban el espectro radiofónico, y, sobre todo,
como afirmación de las culturas autóctonas,
regionales, surgió una corriente musical más comprometida con el
momento, interpretada en catalán, gallego, vascuence y castellano. Aunque
también recibió la influencia de la música de autor, que, desde el extranjero,
se colaba por las rendijas de la censura.
Sin que las autoridades pudieran
evitarlo, el aire de la libertad llegaba con la vecina chanson, no sólo
con el “pop” comercial de la canción ye-yé para bailar, sino con la
canción para escuchar, de autores como Georges Brassens, Leo Ferré, Jacques
Brel, Jean Ferrat, Juliette Greco o Georges Moustaki, donde latían la
nostalgia, el romanticismo, la queja y la denuncia, el anarquismo, la bohemia o
el existencialismo, y con la canción de protesta de Estados Unidos, compuesta
en baladas con ritmos y armonías del blues,
el folk y el country, de juglares como Woody Guthrie, Pete
Seeger, Joan Báez, Phil Ochs, Bob Dylan, el Kingston Trío, Peter, Paul y Mary y
tantos otros, denunciando lo que no funcionaba en la sociedad opulenta y avisando
de que el tiempo estaba cambiando, sin que hiciera falta escuchar el parte
meteorológico para saberlo. Los tiempos están cambiando -vuestro sistema se
está haciendo viejo, los tiempos están cambiando- es una canción de Bob Dylan del año 1964; La respuesta está
en el viento, otra inquisitiva balada meteorológica,
es del año anterior.
El grupo catalán Els setze jutges[1], formado por
músicos, cantantes, escritores, actores y periodistas, abrió camino a un tipo
de cultura autóctona y coetánea, que pretendía separarse de la rancia,
encorsetada y centralista cultura oficial, para hacerse eco de la etapa de
cambios que vivía España, aún con cierto retraso respecto al resto de países
del bloque occidental.
En el campo musical, este grupo
pretendía ensayar nuevas formas, abordar otros temas en las letras, conservar
sonidos tradicionales o incluso recuperar música antigua, aunando tanto la
protesta, como la creación y la investigación.
En la canción interpretada en catalán,
mallorquín o valenciano, las figuras más relevantes de esa corriente, conocida
como la nova cançó (la nueva canción) fueron Nuria Feliu, Francesc Pi de
la Serra, Teresa Rebull, Pau Riba, María del Mar Bonet, María Dolors Lafitte,
Guillermina Mota, Raimón, Joan Manuel Serrat, Lluís Llach, Jaume Sisa, Ovidi
Montllor, Marina Rossell y Xavier Ribalta, entre otras. Barcelona, mucho más
cosmopolita que Madrid -capital del Estado, pero todavía un mesetario
poblachón-, se convirtió en centro de difusión de la nova cançó y de la
emergente cultura contestataria, no sólo catalana, lo que parecía coherente con
su condición de capital editorial del país y territorio culturalmente más
avanzado que el resto por su ubicación fronteriza.
En otras latitudes se percibía un
espíritu semejante, orientado a la búsqueda de raíces populares, del sentido
profundo y verdadero de la cultura “del pueblo” -de los “pueblos”-, extraviado
por la guerra civil, sofocado por el desarrollo capitalista y sepultado por la
cultura de pacotilla que patrocinaba el franquismo.
De ahí procedía el interés de buscar en
romances, cancioneros, villancicos, coplillas, canciones infantiles, refranes y
cantigas, y en la obra de poetas, el auténtico sentir popular, incluyendo
melodías y armonías, y recuperando, incluso, instrumentos antiguos para lograr
ejecuciones más fieles al sonido original.
Surgió así una legión de modernos
juglares en lengua catalana, gallega y vascuence, además de la castellana, con
sus diversos acentos y variedades fonéticas; autores de sus propias canciones o
compositores de música para los versos de poetas como Antonio Machado, Salvador
Espríu, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Gabriel Aresti,
García Lorca, Rosalía de Castro, Celso Emilio Ferreiro, Joan Vergés, León
Felipe o Blas de Otero.
Entre estos juglares estaban Paco
Ibáñez, Luis Eduardo Aute, Joaquín Díaz, José Antonio Labordeta, Chicho Sánchez
Ferlosio, Vicente Araguas, Benito Lertxundi, Mikel Laboa, Lourdes Iriondo,
Xabier Lete, Imanol, Suso Vaamonde, Urko, Hilario Camacho, Julia León, Luis
Pastor, Adolfo Celdrán, Elisa Serna, Rosa León, Patxi Andión, Amancio Prada, Víctor
Manuel y tantos otros y otras…Y grupos como Aguaviva, Nuestro pequeño
mundo, Almas humildes, Canción del pueblo, Jarcha, Nuevo
Mester de Juglaría, Voces Ceibes, Los Sabandeños, La
bullonera, Oskorri…, que representaban lo que entonces, por huir del
término anglosajón folklore, se llamó música de raíces, canción protesta
o canciones “con mensaje”, como había películas “con mensaje”, entendido como
el sentido oculto dirigido a los espectadores para burlar la vigilancia de la
censura. Era un efecto del hábito de leer “entre líneas” lo que publicaba la
prensa, para intentar desvelar lo que el Régimen ocultaba.
Despacio, abriéndose costosamente paso
entre las trabas administrativas a la difusión, grupos corales y cantautores
fueron mostrando a un público creciente el cambio que se estaba produciendo en
la expresión cultural y en la propia evolución del país. Canciones convertidas
en himnos del momento y en señas de identidad de una generación señalaron, en
competencia con influencias de procedencia extranjera, la modernización y
diversificación, que se estaba generando en el país homogeneizado culturalmente
por el franquismo, y acompañaron las quejas de la gente, las demandas de las
incipientes fuerzas de la oposición, las luchas de los trabajadores, de los
estudiantes y del movimiento vecinal, durante los últimos años de la dictadura
y la etapa de la Transición.
Después, una vez restaurado el régimen
democrático, la superficial subcultura de la movida, que musicalmente fue la banda sonora del narcisismo, de la
despolitización y el desencanto, acabaría con los cantautores.
Silenciosamente desaparecieron de
escena, acallados por el bullicio de una música intrascendente, que difundía el
mensaje frívolo, hedonista, individualista y políticamente alienante de una
nueva generación, presta a disfrutar de lo alcanzado por el esfuerzo económico
y político realizado por la precedente. Los tiempos estaban cambiando, pero el
aire soplaba ya en otra dirección.
Cantautor a tus trincheras
con coronas de laureles
y distintivos de honor,
pero no des más la lata,
que tu verso no arrebata
y tu tiempo ya pasó…
¿Qué fue de los cantautores?
Aquí me tienen, señores,
aún vivito y coleando
y en estos versos cantando
nuestras verdades de ayer,
que salpican el presente
y la mierda pestilente
que trepa por nuestros pies…
Luis Pastor: “¿Qué fue de los cantautores?”
Todo ello estaba presente intelectual y
emocionalmente en el público que entonces asistía a recitales como el de Raimon
en la Facultad de Económicas, el cual, a pesar de estar autorizado por el
decano, concluyó con cargas de la policía, una manifestación de protesta y la
prohibición, al cantante, de volver a actuar en Madrid. Lo uno por lo otro; protestar
tenía su coste.
[1] “Dieciséis jueces”. Alude a un juego de
palabras que pone a prueba la maestría del hablante en la pronunciación del
catalán. “Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat; si el penjat es
despengués es menjaría els setze fetges dels setze jutges que l’han jutjat”. (Dieciséis
jueces comen hígado de un ahorcado; si el ahorcado estuviera descolgado se
comería los dieciséis hígados de los dieciséis jueces que lo han juzgado).
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