Los resultados de la evolución económica
del país y de su progresiva apertura al comercio mundial aparecían regularmente
en las exposiciones y ferias de muestras que, cada uno o dos años, se
celebraban en las ciudades más importantes. De ellas, vamos a tomar como
muestra sólo dos, las celebradas en Madrid y en Barcelona, como dos visiones
distintas, a veces enfrentadas (además de por el fútbol) y al tiempo
complementarias del país, en esos años de acelerada y contradictoria mutación.
Ambas ferias fueron llevadas al cine en
dos películas modestas que no tenían más pretensiones que servir de
documentales dramatizados por unas cuantas caras conocidas de actores y
actrices del momento[1]. “Historias
de la feria”, sobre la Feria de Muestras de Barcelona, fue rodada por Rovira
Beleta en 1957, y “Días de feria”, sobre la Feria del Campo de Madrid, rodada por
Rafael Salvia, data de 1960.
Como si nada ocurriera al otro lado de
los Pirineos, ni hubiera huelgas y barricadas en las calles parisinas, el 22 de
mayo de 1968, Franco inauguró en Madrid la VIIª Feria Internacional del Campo, prueba
del peso económico, social y cultural que todavía conservaba la España agropecuaria
en la década del desarrollo industrial.
La edición, que amplió el número de
países visitantes con Rusia, que concurría por primera vez, tuvo un gran éxito
de público, ya que recibió la visita de tres millones y medio de personas, que
se acercaron al recinto madrileño a interesarse por la faceta rural del país.
Muchas de ellas, recién emigradas al fragor capitalino en busca de empleo, regresaron
durante unas horas al entorno laboral y cultural de sus orígenes.
Por unos días, la burocrática capital del
país adoptó un aire bucólico y pastoril. Madrid, sin dejar de ser la capital
del capital, volvió a ser el poblachón manchego colmado de subsecretarios, que
decía Camilo J. Cela, y se convirtió en temporal muestra de la diversidad de
“los hombres y tierras de España”, en palabras del Caudillo, y realmente en exposición
de peculiaridades regionales, de todo tipo de artesanías y productos de color
local, variedades gastronómicas servidas en los
pabellones que imitaban las construcciones típicas regionales y en “pasarela”
de seleccionados animales de crianza: caballos de fina estampa, la yeguada
militar jerezana, percherones de tiro y cartujanos de silla o de calesa; ovejas
churras y merinas, separadas para no confundir; cabras que tiraban al monte; vacas
tudancas, pasiegas, blancas, negras, rubias y berrendas; lustrosas terneras
gallegas y abulenses -promesa de suculentos chuletones-; tiernos lechones
destinados al horno, gorrinos de pata negra -jamón, jamón-; mulos gerundenses,
garañones zamoranos, novillos cebones, toros sementales y otras bestias
excelentes de nuestra cabaña ganadera, que competía dignamente con la de los
países visitantes.
Y, además, exposición de tractores y novísima
maquinaria agrícola, pues el campo también se modernizaba y caían en desuso los
viejos aperos: el trillo de madera, el bieldo y el cernidor, la hoz (y, desde
luego, el martillo), la tartana con yegua, el borrico con cántaros y botijos,
la carreta de bueyes y, tras dos mil años de prestar servicio en el agrum
hispánico, el arado romano tirado por acémilas.
Mientras tanto, las ferias de muestras
de Barcelona y de Bilbao, como privilegio de la burguesía cómodamente instalada
en el reluciente neocapitalismo español, eran escaparates de lo más avanzado en
innovación industrial y tecnológica.
Entre los días 1 y 15 de junio, se
celebró en Barcelona, en el marco incomparable de Montjuich, con su gran
escalinata y sus coloreadas fuentes luminosas para pasmo de payeses y turistas,
la 28ª Feria de Muestras, con la participación por vez primera de Méjico y la
República Popular de China.
Gesto inaudito y audaz con que Franco,
mostrando las dotes de gran estadista proclamadas por sus incondicionales, se
adelantaba a la diplomacia del ping-pong de Richard Nixon. Amazing!,
pensaría tricky Dick, que decidió apropiarse de la idea, pero añadiendo
un par de raquetas y una pelotita. Minucias.
En esa edición se presentaron, entre
otras interesantísimas novedades, juguetes de Alemania, una maqueta de reactor
nuclear, potente maquinaria checoslovaca pesada y de precisión, cristalería de
Bohemia, confección norteamericana, ¡un supermercado!, lo último en receptores
de televisión, entre ellos un televisor español con la carcasa transparente para
dejar ver el interior, y una amplia gama de aparatos electrodomésticos “para
las amas de casa”, que así se vendían. Novedades en el salón náutico, sólo para
ricos con vocación marinera y la buchaca rebosante, y claro está, lo más
moderno en el pabellón del tejido y el calzado, con exhibición en la pasarela
de los diseños más actuales para las cuatro temporadas y donde, por primera
vez, las modelos desfilaron en bikini para mostrar la moda veraniega.
En el Salón del Automóvil, ya reconocido
por la Organización Internacional de Constructores de Automóviles, se
exhibieron los prototipos más logrados de la industria nacional de automoción,
aunque con patente extranjera.
Se presentó el SEAT 124, de la factoría
catalana, berlina ideal para miembros de la clase media en ascenso -los nuevos
españoles-, que dejaba literalmente atrás en técnica, potencia y prestaciones,
y, desde luego en la carretera, al popular utilitario SEAT 600, hasta entonces
el rey del asfalto, y al modelo intermedio SEAT 850, ni chicha ni limoná, salvo
la versión “coupé” de dos puertas y apariencia deportivizante -un quiero y no
puedo para postineros-, adecuado para ligones aficionados sacar ventaja al amigo
peatón.
También el Mini Cooper 1275 cc, fabricado
en Pamplona, caro y fardón, con un toque “Carnaby”, pero rápido y versátil; muy
útil para robar furgones cargados de lingotes de oro, como hacían Michael Caine
y su cuadrilla en la película de 1969 “Un trabajo en Italia”, que fue la mejor
promoción de la marca británica sobre los múltiples usos del funcional matchbox.
Sin olvidar el Renault Alpine110, de la
FASA (Valladolid), de aspecto deportivo, indicado para competir en “rallies” y
para los amigos de aumentar las ventas de la CAMPSA pisando el acelerador.
[1] María Rosa Salgado, Antonio Vilar, Mara
Lane, Manolo Morán y Gila, en la primera, y Tony Leblanc, José Luis López
Vázquez, Pepe Isbert, Gisia Paradís y Pilar Cansino en la segunda.
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