El país del mañana, representado por nuevas
ideas, nuevas actitudes y nuevas propuestas políticas, aparecía planteado en
medios intelectuales y universitarios, y confusa y abruptamente impulsado por la
porción más activa de las nuevas generaciones; por los ciudadanos del futuro.
La respuesta musical a La vida sigue
igual, de Julio Iglesias, podría ser Los
tiempos están cambiando de Bob Dylan o del extremeño Luis Pastor.
En 1968, el Régimen, reacio a los cambios por
su naturaleza, tenía que afrontar un juicio crítico que iba en aumento, efectuado
al margen de los escuetos cauces de opinión admitidos y acompañado con demandas
colectivas planteadas por medio de actividades callejeras, a las que respondía
con torpeza y brutalidad.
La oposición interior más activa se mostraba en
tres (ilegales) movimientos sociales -estudiantil, obrero y nacionalista-, que,
en los últimos años habían ido en
ascenso, y por una parte del clero llano.
Vayamos, primero, con el movimiento estudiantil.
Crítico con el sistema docente, inadecuado para lo que demandaba el país, y con
la jerárquica estructura universitaria, había crecido desde los años 1964 y
1965, al oponerse al Sindicato Español Universitario (SEU) y al organismo con
que Falange pretendió reemplazarlo -las Asociaciones Profesionales de
Estudiantes (APE)-.
Arrumbados los intentos falangistas, en 1966,
en la “capuchinada” de Barcelona, se fundó el Sindicato Democrático de
Estudiantes, que en 1967 y 1968, se fue extendiendo a otras universidades como
un instrumento adecuado para plantear la reforma de la universidad -en
objetivos y estructura-, que, para servir a una sociedad democrática, también
debía ser democrática.
Desde el mes de enero, con una huelga en la
universidad de Madrid, hasta los incidentes en la de Barcelona, en diciembre,
el curso académico estuvo recorrido por la tensión entre el movimiento
estudiantil y las autoridades académicas y las fuerzas de la policía, ya que,
para el Gobierno, lo que sucedía en las aulas era un problema de orden público,
fomentado por el comunismo internacional.
Nada más reanudarse las clases, tras el
paréntesis navideño, en la universidad de Madrid se declaró una huelga como
protesta por las sanciones impuestas a
delegados del Sindicato Democrático. Pocos días después, un grupo de
estudiantes entró en el rectorado de la universidad de Barcelona, quemó una
bandera oficial y arrojó por la ventana un busto de Franco. Ocho de ellos
comparecieron ante un juez militar acusados de injuriar a Franco, al Ejército y
a la bandera. Mediado el mes, la agitación estudiantil se había extendido a los
campus de Sevilla, Málaga, Oviedo, Valencia, y Valladolid.
A finales de mes el Gobierno formó un cuerpo
especial de policía para intervenir en las aulas y más adelante, un servicio de
información -“los sociales”, miembros de la Brigada Político Social- para
neutralizar a los grupos subversivos.
En marzo, una oleada de protestas recorrió las
mayores universidades del país, y el ensayista francés Jean Jacques
Servan-Schreiber fue abucheado cuando presentaba su libro El desafío
americano en la universidad de Madrid.
En abril, el Gobierno cesó al ministro de
Educación, Manuel Lora Tamayo, y lo reemplazó por José Luis Villar Palasí,
católico del Opus Dei.
En mayo, grupos de estudiantes participaron en
las protestas de los trabajadores y representantes de estos asistieron a
asambleas de estudiantes, donde fueron ovacionados. Mediado el mes, se celebró
el recital de Raimón en la universidad de Madrid, que concluyó con una
manifestación, y en los días siguientes, el eco del mayo parisino aumentó la
movilización de los estudiantes.
El mes acabó con la clausura de la facultad de
Filosofía de Madrid, tras el intento de ser ocupada por estudiantes, pero la
represión gubernamental no se detuvo ahí: tres recitales de canciones y una
veintena de coloquios fueron prohibidos, cuatro diarios y tres revistas fueron
secuestrados por la policía y se impusieron multas a periodistas y directores.
Se suspendió durante dos meses la publicación del diario Madrid, vinculado al sector aperturista del
Régimen.
El mes de junio empezó bajo el impacto
producido por el asesinato del guardia civil José Pardines por Javier
Echevarrieta, miembro de ETA, quién a su vez fue muerto por la guardia civil al
intentar eludir un control de carretera, y por los efectos de estos sucesos en
la sociedad y en la Iglesia vascas.
El curso académico 67-68 ofreció un balance que
reflejaba la crisis que sufría la Universidad: prohibición de asambleas,
manifestaciones, cierre de facultades y universidades, cientos de estudiantes
sancionados, casi 2.000 detenidos, y un ministro y varios altos cargos
académicos relevados de sus cargos.
El último trimestre del año, menos revuelto,
acabó con graves incidentes en la universidad de Barcelona, con manifestaciones
y barricadas en la calle; en Madrid con choques entre policías y estudiantes,
en el curso de los cuales fueron detenidos varios de ellos, acusados de arrojar
“cócteles molotov” a los “grises”.
Desde 1965, el movimiento estudiantil había crecido
en claridad política, organización y movilización,
con diversas iniciativas para impulsar las luchas -asambleas, marchas,
ocupaciones, encierros, cartas, manifestaciones, recitales, jornadas,
coloquios, edición de prensa clandestina y acciones de comando, hasta llegar a
enfrentarse a la policía, si bien en desigualdad de condiciones y de manera
defensiva.
La
alusión de Franco, en el discurso de fin de año, a la subversión universitaria,
fue un reconocimiento explícito de la importancia adquirida por la movilización
de los estudiantes en el año 1968.
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